Poesía Digital

La libertad barroca

Jorge Gimeno (ed.), El amor negro. Poes�a del Barroco franc�s, Pre-Textos, Valencia, 610 pp., 2009

En lo que tiene de institución, de sistema mediado y temporal, la literatura tiende, con mayor o menor fortuna, al esquema, al resumen. Lo que ha sido un conjunto de obras, de encuentros y de enfrentamientos vivos, insertados en una realidad, pasa dentro del sistema a ser, en lo fundamental, una interpretación, condicionada por otros intereses, otras luchas, otras separaciones. El Barroco, como señala Jorge Gimeno en la aguda introducción a su antología, ha sido un "problema", una anomalía para la literatura francesa: el barroco propio no se quería ver, el ajeno se limitaba a la arquitectura. La riqueza, la bizarría, la peculiaridad del Barroco no han encontrado un lugar propicio en ese sistema francés, fascinado por el clasicismo y sus intereses.

Cabe decir, por tanto, que la aparición de esta antología conlleva más de una razón de importancia. Como se entenderá por lo ya apuntado, la selección tiene el carácter del descubrimiento, con esta presentación de un conjunto de poetas que apenas habían tenido lugar posterior, ni en las letras francesas, ni por supuesto en las castellanas; pero es importante notar que esta recuperación se ejerce —según era esperable tratándose de un poeta como Jorge Gimeno— con un criterio de gusto, de elegancia, de personalidad, evitando el modo arqueológico que tanto fascina a la Academia y que,Rolex Replica Watches sin embargo, habría reducido el potencial del texto. Aun así, la recuperación no sería tan notable si no sirviese para recordar un detalle mayor: la intensidad, la relevancia de los poetas presentados. A través de una cincuentena de autores, situados en torno a los cinco poetas que el antólogo considera en un primer plano de relevancia  —Agrippa d’Aubigné, Jean de Sponde, Théophile de Viau, Saint-Amant y Tristan L’Hermite—, el libro va presentando, con una cadencia precisa y ajustada, el desarrollo temporal (1570-1660) de un estilo literario que siempre nos sorprende en su variedad, en su mezcla, en su gusto por la minucia y el detalle, en su conexión de lo intelectual y lo físico. Pocas épocas pueden ser tan inactuales y tan modernas para permitir, sin disonancia, tanta convivencia de motivos; basta leer "Me gusta saber cosas, pero no la lectura…" de Marc Papillon de Lasphrise, "Al señor Du Fargis" de Théophile de Viau, "El Melón" de Saint-Amant, "Una madre a su aborto" de Jean Dehénault o "Anatomía del ojo" de Pierre de Marbeuf para percibir no sólo la abundancia de talento del periodo, sino también la cercanía del estilo con lo cotidiano y vivo. Apartados del tópico, de la materia exclusivamente literaria, los motivos aún no se cierran sobre sí mismos, sino que se dejan proponer, de continuo, en el transcurso. Y en esa relación de realidad, la época nos muestra la cercanía por la que puede seguir ejerciendo su labor de limpieza en nuestro tiempo: si de un lado nos remite a esa poesía urbana de Roma, donde el poeta, como ciudadano situado, enmarcado, no rechaza ningún motivo hasta haber hecho prueba de su validez, de otro nos llama la atención sobre aquello que hay de mirada barroca en ciertos poetas modernos (Auden, Merrill, Brodsky) que intentaron, precisamente, recuperar la presión de la diversidad, de lo objetual y carnal en el poema.

Sería injusto olvidar, como es costumbre en tantas críticas, la labor que da acceso a esta lectura. Si el corpus de fuentes permite observar el minucioso proceso de selección hecho sobre unos autores, por lo general, mal publicados en su propio país, la lectura proporciona la señal de un trabajo —y un placer— doble: la edición del texto francés, con el respeto a sus irregularidades de época, y la traducción de los poemas, especialmente atenta a los desajustes propios del estilo barroco (la convivencia de ritmos, el uso de jerga, los cambios de lengua). Detalles y cuidados, en suma, que dan forma a esta antología inesperada y necesaria, que recupera para nosotros una poesía que, lejos ya de la actualidad, propone otra manera —tan intensa, tan ingenua, tan precisa— de escribir el presente.

                                                                                                          Fruela Fernández