Poesía Digital

Casa abierta, puerta en vaivén

Adolfo Cueto, Palabras subterráneas, Renacimiento, Sevilla, 109 pp., 2010

En estos tiempos en que es tan difícil tener una casa se valoran más los gestos de las manos, cuando éstos son cóncavos, en señal de ofrenda, generosos como un río en el deshielo. La abundancia al dar. Al abrir. En ese movimiento de una puerta que se puede empujar tanto para entrar como para salir, en esa facilidad de moverte por el interior y por el mundo que espera fuera, está el respirar de la voz poética de Adolfo Cueto en Palabras subterráneas.

Con esta primera entrega de su trabajo, comprendido entre 2001 y 2004 y que continúa llegando a la actualidad con Dragados y construcciones (reciente premio Emilio Alarcos), rompe el silencio poético que iniciara tras la publicación de Diario mundo en el año 2000. Silencio que tan sólo se vio suspendido con la plaquette bilingüe 7 poemas (2007). Palabras subterráneas se presenta fraccionado en cuatro partes, pero no interrumpido. El propio Cueto apunta en su nota final que se trata de "un continuum de progresión ascendente, en lo tocante a impulso vital". Y dice bien, impulso, porque este poeta prefiere hablar de sacudidas en el cuerpo que de creación. Así sus poemas.

Sacudidas como chispazos provocadas por la electricidad de los viajes (una vez más los viajes que suceden dentro y los que suceden fuera), los desplazamientos por la tierra y por el tiempo. Vuelve a lugares que se parecen a la infancia pero no. O vuelve una geografía emocional concreta: "aquel / zumbido de los cuerpos un verano/ que fue la juventud". Claro, un tono de ubi sunt?, cómo evitarlo. Una búsqueda porque esta voz es una voz que quiere entenderse, y que la entiendan. Ahí la generosidad, la puerta que se deja, sosegada, abrir.

Hay en estos versos huidas, que es decir que no hay rumbo. O más bien que el rumbo no se sabe, que del rumbo nada se espera, salvo cierta calma. Pero las huidas han sido, ahora que nos las cuentan y ha pasado la fiebre, hacia el escándalo, lo intranquilizadoramente vivo. Como en el poema "Road movie", en el que sus personajes van escapando de qué. "El viejo asunto / de la huida adelante, y un horizonte / sin límites, tirando de ti, de mí. (No ya tan jóvenes pero / como cuando éramos jóvenes)".  Cuánto se ha perdido, parece contar entre líneas Cueto. Y cuánto de aquello, resulta, seguimos siendo. Una sensación parecida a la de entrar en un bar y escuchar durante una hora las canciones que grabarías en un disco para que alguien nuevo en tu vida te conociera. Una miscelánea sólo conectada por la autobiografía, o la historia de uno mismo contada con recortes de otras cosas.

Un libro que habla sobre el ser, como conformarse. No un conformarse de satisfacción flaca, sino del proceso el work in progress que también interesa a Cueto (y por lo que ha dejado madurar  y crecer su trabajo durante estos años) en el que uno acaba siendo quien es. De esta manera, la galería de personas que pueblan Palabras subterráneas, que habitan en los distintos estratos de un cuerpo y su memoria. Y el modo de tratarlas, de quererlas ("más allá del amor, / diría, incluso, sé / que te voy a amar").  Y si la identidad se configura a través de a quiénes se quiere, de cómo se les quiere, también se da en su sentido contrario. Amar como identidad, reconocerse, revelarse, pronunciarse, con discurso de amor, como define el propio autor. Dice, en "Indicadores de sentido" poema con el que cierra la segunda parte, "Secuencias de un viaje" ir a tientas y responde con lo que ilumina: "porque sabes / que acabas en los otros, que terminas/ en ella, tú, que buscas / y buscas: tú, que sabes que buscas, / aunque no sepas qué".

La voz de Adolfo Cueto se busca, claro,  que es también buscar verdades. Recuerda a Neruda ("La verdad  es más alta que la luna")  y compone uno de los poemas que dan las claves de cómo percibe el oficio, y de qué cuestiona a la palabra, "Hombre perdido y hallado por dentro". En él, los versos "ahora que, / por ser ya más que un hombre, / te cabe la verdad del hombre dentro".

En esta panorámica, una vida con fotografías de distintos tonos (cambia el color, el papel, los formatos), hay lunas y orillas, bares, carreteras, calles de Madrid. Con sinceridad elabora un relato translúcido, que no transparente, porque siempre algo se oculta, alguna licencia queda para el lector, para hacerse dueño con la imagen que permanece al otro lado. Hay aristas, también, zapatos de tacón y humo. Hay cosas de las que se habla, pero que no se fotografían. Y una música de fondo que, entera, nos cubre.

En estos tiempos en que en los bares se habla casi únicamente de perfiles, de entrevistas de trabajo, de colas, esperas, experiencia y posibilidades abortadas, en el que mostrarnos es enseñar nuestras armas frente a esa creencia de que es mejor mantenerlas ocultas (y que no funciona); la poesía de Adolfo Cueto va más allá del sustrato. Partiendo de aquello que es esencia, construye una casa junto al mar. "La hicimos de palabras: / palabras vivas que nos constituyen, / altas palabras que nos representan / (las palabras que luego abandonamos / para subir a más…). La casa y tú y yo allí: / no en ella / sino ella".

En estos tiempos, decíamos, en que es difícil tener una casa, Palabras subterráneas deja una puerta en vaivén. Invita sin exageración, comparte sin aspavientos. Con el mismo impulso de aprender algo y, frente a todos, ofrecerlo.


Sofía Castañón