Es curioso que la obra poética de Xavier Villaurrutia (1903-1950) no sea más conocida en España. Miembro destacado de la generación de Contemporáneos, un grupo que viene a cumplir en México la función que en nuestro país tiene la del 27, Villaurrutia fue un escritor refinado y polivalente, crítico literario exquisito, dramaturgo innovador y narrador aficionado. Dentro de su producción, tan amplia como desigual, la lírica ocupa una pequeña porción si la medimos tan sólo por el número de páginas. Sin embargo, el tiempo ha dictaminado con justicia que se trata de su aportación más sobresaliente.
Sugería,Rolex Replica Watches al comenzar este artículo, que parece un poco inexplicable el desconocimiento que ha padecido aquí la poesía de Villaurrutia, un autor clave de la literatura mexicana del siglo XX. La extrañeza aumenta al leer a este poeta que parece tan próximo a voces tan españolas como la de Juan Ramón Jiménez o, más aún, Luis Cernuda. Otros importantes compañeros suyos, como Carlos Pellicer o José Gorostiza, carecen de esa cercanía, y lo mismo se puede decir de los nombres inmediatamente posteriores, empezando por Octavio Paz. Quizás la razón de este “españolismo” (tan sólo aparente) se deba en parte al excelente tratamiento que dio Villaurrutia a la métrica clásica, desde el soneto a la décima, así como a su habilidad para entreverar temas serios con juegos de ingenio, virtud poética tan valorada en nuestro Barroco. Del mexicano son encadenamientos verbales tan sorprendentes como el que sigue:
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura…
A quien le parezca que estamos ante un simple experto en pirotecnia, le debemos advertir de su error. En realidad, la poesía de Villaurrutia, sofisticada mezcla de inteligencia y pasión, pasa por diversas etapas. Comienza con ecos de un modernismo vaporoso y transido de unción religiosa que, poco a poco, va a ir abandonando a favor de su expresión más personal, aquella que llega a la cumbre con su obra maestra, Nostalgia de la muerte. Por último, su poesía tardía recoge la veta sarcástica que Villaurrutia había explotado en otros géneros y en su propia vida: los epigramas de Boston.
Ahora bien la mejor lectura de Villaurrutia debiera tener en cuenta que su poesía nace de una única veta, recogida a partir de la honda fascinación por la muerte. Tan larga y demorada es esta obsesión que el poeta reacciona ante ella de distintas maneras, e incluso, se permite cortejarla y juguetear con ella. Su “Nocturno de la estatua” es un buen ejemplo de la capacidad de Villaurrutia para componer un poema brillantemente cerrado sobre sí mismo: Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera / y el grito de la estatua desdoblando la esquina. / Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito, / querer tocar el grito y sólo hallar el eco, / querer asir el eco y encontrar sólo el muro / y correr hacia el muro y tocar un espejo. / Hallar en el espejo la estatua asesinada, / sacarla de la sangre de su sombra, / vestirla en un cerrar de ojos, / acariciarla como a una hermana imprevista / y jugar con las fichas de sus dedos / y contar a su oreja cien veces cien cien veces / hasta oírla decir: “estoy muerta de sueño”.
Estos versos, con sus ecos de pintura surrealista de Magritte o Delvaux, son representativos del Villaurrutia más ingenioso, el que toca las teclas de la muerte con una frialdad lúdica que se agotaría en sí misma, si no fuera porque se injertan en un conjunto mucho más amplio y profundo. Este es el caso de tantos poemas, en donde se barajan dudas, angustias, y alguna que otra esperanza, porque vida silencio piel y boca / y soledad recuerdo cielo y humo / nada son sino sombras de palabras / que nos salen al paso de la noche. Mediante la combinación de una serie de símbolos esenciales (el viaje, el sueño, la sombra) discurre la meditación acerca de la irrealidad de la vida o la presencia invisible y cotidiana de la muerte (Si la muerte hubiera venido aquí, a New Haven / escondida en el hueco de mi ropa, en la maleta…).
Esta edición, la mejor aproximación crítica a la poesía del mexicano, viene precedida de un amplio estudio de Rosa García Gutiérrez, nada menos que doscientas páginas: toda una monografía que sigue, con tanto rigor como sensibilidad, su vida, trayectoria y contexto cultural. Es inevitable, además, que cualquier estudio sobre Villaurrutia haga referencia a su compleja personalidad, ya que ésta incorporó una formación cosmopolita, la fe católica y sus inclinaciones homosexuales. De hecho, algunos poemas suyos son interpretados a la luz de ciertos elementos biográficos… No obstante, si, como presumo, el lector aún no conoce la bella y misteriosa poesía de Xavier Villaurrutia, quizá lo mejor sea recomendar que empiece directamente con ella y se salte de momento la introducción, a pesar de todas sus excelencias.
Javier de Navascués