Que yo sepa, no hay en la poesía polaca una tradición simbolista equiparable a la que inicia Baudelaire y tiene en España en Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez algunos de sus representantes más elevados. La poesía polaca moderna —una de las más importantes del siglo XX; la mejor, según Joseph Brodsky— procede del milenarismo nacionalista, sobrevive, sobre todo en la parte austríaca, a base del láudano de Mloda Polska, y después se divide en dos, la tradición de Skamander que deriva en una especie de canción poética de dudoso gusto, y la línea constructivista que alcanza su madurez a través de la racionalidad irónica de los grandes poetas que todos conocemos: Tadeusz Rozewicz, Czeslaw Milosz, Zbigniew Herbert o Wislawa Szymborska.
La Historia ha jugado con Polonia también en poesía, forzando a sus escritores a buscar cualquier cosa ajena a la nuance simbolista, a la pincelada melancólica, algo que sin embargo está presente en toda la extensión del país y que, en circunstancias más favorables, habría arraigado y dado frutos espléndidos. Uno de los grandes valores de este libro de Juan Manuel Bonet radica en que ha sabido ver Polonia con esa mirada, ha sabido reconocer un paisaje moral y simbólico a través del trazo fino de la mejor tradición simbolista europea. Polonia queda así reinventada poéticamente gracias a una tradición poética que en cierto modo le falta.
Aparte de la mirada, es importante la capacidad de crear un territorio de la memoria en que esa mirada puede desarrollarse. Ese territorio es tan real como la Nevada de Cernuda o el Wyoming de Miguel d´Ors; me atrevería a decir que el hecho de que el autor conozca real e íntimamente ese territorio no cambia las reglas del juego. Cuando tenía catorce años escribí un largo poema sobre Cracovia, en el que me inventé una genealogía y un destino propios. Desde entonces, esa elección irracional ha ido tomando forma con los mismos rasgos con que la dibujé en esos versos de adolescencia, cuando lo ignoraba todo sobre Polonia. La Cracovia que conozco ahora y la que soñé con catorce años es la misma. Y diría que en el caso de Bonet pasa un poco igual, el territorio evocado es el que recrea el conocido y el que lo define.
La mayoría de los 40 poemas de Polonia-Noche son inéditos, solo algunos provienen de Café des exilés, de modo que no estamos ante un libro menor de su autor, no es una recopilación temática que agavilla poemas anteriores sin mayor motivo que un tema común: la cuestión polaca. Esto sería un malentendido. Estamos ante un libro nuevo y mayor, frágil y denso, en el que lo que importa es lo que no importa:
Aprender del arte de la foto
que los instantes no decisivos
importan, que una y otra vez
las cosas se repiten iguales.
Juan Manuel Bonet ha hecho del arte poético una sucesión de instantes no decisivos. Él, que nos deslumbra con su conversación, en la que hay contenidas mil historias y poemas fascinantes, sabe que la poesía no es un parloteo banal de asuntos historiados, sino un destilado de momentos fugaces e intrascendentes, algo que se deshace y que contiene una vida, una memoria, un mundo. Es lógico que surja la conexión polaco-japonesa, presente en varios poemas. En ese espacio de la trivialidad que importa se desenvuelven estos versos, símbolos de una fragilidad y de un vacío llenos de significado.
Emilio Quintana