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Ese desfile oscuro

Emily Dickinson, Poemas a la muerte, Bartleby, Trad. Rubén Martín, Madrid, 207 pp., 2010

Ensayar en Privado
un Placer Sustraído — nos brinda
un Goce semejante al Crimen —
omnipotente — agudo —

No soltaremos el Puñal —
porque amamos la Herida
Sea su Filo — Conmemoración
y Nos recuerde que hemos muerto.


La muerte como una ambición siempre diferida, siempre cumplida en otros como un reclamo que nos alude sin descanso y no se satisface. La muerte entrevista, invocada, descreída, no siempre democrática. La muerte que tutea a hombres y a sapos. La muerte escasa. Frente al cadáver, vertemos lágrimas no por pérdida o duelo sino por una nostalgia íntima de ocupar el lugar del muerto. La muerte entendida en clave de autenticidad:

Me gusta cómo luce la Agonía,
pues sé que es verdadera –
Los hombres no simulan el Dolor,
ni fingen un Espasmo –


Educada en la férrea disciplina religiosa de la época, Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, EEUU, 1830-1886) sospecha de cualquier doctrina que pretenda aligerar o administrar la muerte y el tiempo o la ausencia de tiempo que se abre tras ella. Lejos del ojo telescópico de Dios, equidistante del cielo y el subsuelo, Dickinson propone una muerte (condición y permanencia, no instante) terrenal, casi una prolongación del aislamiento que la propia poeta escogió como forma de vida. Quien logra penetrar este cauce de polvo / no siente más el bálsamo de aquella religión / que duda con el mismo fervor con el que cree. Ante ese territorio desconocido, el poema plantea un recorrido de tentativas, de lúcidos balbuceos. La muerte es concebida con frialdad a veces, otras con una altiva ternura, pero siempre desde la interrogación consciente de que la poesía sólo puede ofrecer aproximaciones, perífrasis del tema ontológico por excelencia.

Di toda la Verdad, pero entre líneas —
la clave está en el Circunloquio
pues no soportaría nuestro débil Placer
su brillante y soberbia aparición

Igual que le acercamos el Relámpago
a los Niños, con amables respuestas,
la Verdad debe deslumbrar pausadamente
o no habrá hombre que no quede ciego —


El poeta Rubén Martín, a cargo de la selección y la traducción, ha realizado un encomiable esfuerzo por reproducir la cualidad sintética de la lengua inglesa, mayor tratándose de Dickinson, en las versiones castellanas. Como se explica en la Nota a la traducción, se ha optado por conservar "el uso de las mayúsculas y más aún los grafemas de silencio como parte integral e irrenunciable de la poética de Dickinson". Otros traductores —y pienso en las dudosas versiones de Marià Manent en Poemas (Ed. Juventud, 1994) y en las mucho más afinadas de Lorenzo Oliván para La soledad sonora (Pre-textos, 2001)— han optado por eliminar esos rasgos tan característicos de la autora. Lo cierto es que la práctica ausencia de puntos o comas y su sustitución por guiones dificulta la lectura. O más bien la entrecorta. Pero quizá sea precisamente la cadencia entrecortada como premisa creativa lo que se ha buscado preservar. La intención de partida, bien explicada, es de agradecer. Más discutible resulta no tanto la innegable fidelidad semántica al texto original como la por momentos excesiva propensión al verso imparisílabo, sobre todo cuando esto obliga a alterar la sintaxis natural de las frases. Un ejemplo (718): "I ment to find Her when I came" se transforma en la versión castellana en "Encontrarme con ella pretendía", endecasílabo que remite en castellano a épocas anteriores a la de la propia autora. Salvo esa objeción, que cabe atribuir a preferencias personales, lo que encontramos es una selección de magníficas versiones de una de las voces más audaces de su tiempo y también, como se indica en el prólogo, la que más se acerca nuestra modernidad.

Rubén Martín ha concedido dos entrevistas muy recomendables para quien quiera saber más sobre Poemas a la muerte y sobre el proceso de gestación de estas nuevas versiones. Pueden escucharse aquí y aquí.

La poesía de Emily Dickinson cumple de forma magistral con una de las funciones capitales del género: llegar un poco más allá de donde la ciencia, la novela o la filosofía pueden aventurarse.

Cuando tuve esperanza, tuve miedo —
como tuve esperanza, me atreví.
Sola por todas partes
como una Iglesia en ruinas —
ningún espectro puede herirme —
ni serpiente hechizarme —
Sólo destrona a la Fatalidad
aquel que la ha sufrido —   
                           

      
 Andrés Navarro











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