Aunque más conocido en España por sus escritos en prosa y por su actividad política independentista, lo cierto es que el cubano José Martí (1853-1895) no sólo es uno de los iniciadores de la poesía moderna en lengua castellana (anterior al propio Rubén Darío, si bien la mayor parte de su poesía se publicó después), sino una de las voces poéticas más personales y modernas, con una actualidad siempre viva.
José Martí sigue una trayectoria poética de ensanchamiento, tanto por la ampliación de sus inquietudes como por la variedad de sus formas. Lo más novedoso y genial de este autor consiste en integrar en el poema, de un modo aparentemente espontáneo, todas sus preocupaciones íntimas y públicas, que se hacen también íntimas ante su mirada poética. Martí no sólo escribe de sus inquietudes familiares y amorosas, sino que en esos mismos poemas podemos vivir la dura lucha existencial de un hombre que busca el Bien, ante todo, y que no lo alcanza hasta sentir que el mundo en torno —la naturaleza y la sociedad— se ha beneficiado de su lucha moral. De manera que en los poemas más íntimos podemos ver desplegada toda una metafísica y una política, aunque siempre nacidas de una emoción personalísima.
Aunque en vida sólo publicó dos poemarios, Ismaelillo (1882) y Versos sencillos (1891), su poesía póstuma tiene la extrañeza y la genialidad de lo nunca visto en la poesía hispánica de su tiempo. He ahí, por ejemplo, la colección que él denominó Versos libres y la que tradicionalmente se conoce como Flores del destierro, donde el mal de su patria es también su dolor más íntimo. El lector puede encontrar su Poesía completa en la edición de Carlos Javier Morales (Madrid, Alianza Editorial, Col. "El libro de bolsillo", 1995).
No, música tenaz, me hables del cielo! ¡Es morir, es temblar, es desgarrarme Sin compasión el pecho! Si no vivo Donde como una flor al aire puro Abre su cáliz verde la palmera, Si del día penoso a casa vuelvo... ¿Casa dije? No hay casa en tierra ajena!... Roto vuelvo en pedazos encendidos! Me recojo del suelo: alzo y amaso Los restos de mí mismo; ávido y triste, Como un estatuador un Cristo roto: Trabajo, siempre en pie, por fuera un hombre, ¡Venid a ver, venid a ver por dentro! Pero tomad a que Virgilio os guíe... Si no, estaos afuera: el fuego rueda Por la cueva humeante: como flores De un jardín infernal se abren las llagas: Y boqueantes por la tierra seca Queman los pies los escaldados leños! ¡Toda fue flor la aterradora tumba! No, música tenaz, me hables del cielo!
(De Versos libres)
Dos patrias
Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos? No bien retira Su majestad el sol, con largos velos Y un clavel en la mano, silenciosa Cuba cual viuda triste me aparece. ¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento Que en la mano le tiembla! Está vacío Mi pecho, destrozado está y vacío En donde estaba el corazón. Ya es hora De empezar a morir. La noche es buena Para decir adiós. La luz estorba Y la palabra humana. El universo Habla mejor que el hombre. Cual bandera Que invita a batallar, la llama roja De la vela flamea. Las ventanas Abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo Las hojas del clavel, como una nube Que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa...
(De Flores del destierro)
XLVI
Vierte, corazón, tu pena Donde no se llegue a ver, Por soberbia, y por no ser Motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo, Porque cuando siento el pecho Ya muy cargado y deshecho, Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas En tu regazo amoroso, Todo mi amor doloroso, Todas mis ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en calma Amar y hacer bien, consientes En enturbiar tus corrientes Con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero La tierra, y sin odio, y puro, Te arrastras, pálido y duro, Mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina Al cielo limpia y serena, Y tú me cargas mi pena Con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre De echarme en ti te desvía De tu dichosa armonía Y natural mansedumbre;
Porque mis penas arrojo Sobre tu seno, y lo azotan, Y tu corriente alborotan, Y acá lívido, allá rojo,
Blanco allá como la muerte, Ora arremetes y ruges, Ora con el peso crujes De un dolor más que tú fuerte,
¿Habré, como me aconseja Un corazón mal nacido, De dejar en el olvido A aquel que nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios Adonde van los difuntos: Verso, o nos condenan juntos, O nos salvamos los dos!