En este centenario del nacimiento de Luis Rosales (Granada, 1910), queremos invitar a nuestros lectores a releer su obra, traspasada de un hondo sentimiento de ternura hacia el mundo y hacia cada persona. Rosales, a través de toda su poesía, da alma a lo más inerte y aprende a convivir con lo más cotidiano, descubriendo el sentido trascendente escondido en todas las cosas a pesar del temblor con que el tiempo las conmueve y replica handbags las desgasta. Un tiempo que parece desmoronarnos hacia la muerte, pero que, si se aprende a vivir, nos va llenando de amor a la vida y a los hombres. De modo que las cosas y los otros, empezando por la mujer amada, son un parte del yo, quien se derrocha en amor por todos como partes que son de sí mismo y como criaturas amadas por Dios.
Su lenguaje poético, sin olvidar
www.replicahandbagssales.com
su sorprendente variedad y su evolución, se caracteriza por una gran naturalidad para asociar imágenes muy diversas del mundo y hacerlas convivir amorosamente en el poema, que nunca pierde su visible coherencia lógica, a pesar del carácter visionario que irrumpe en muchas de sus composiciones.
El lector puede encontrar su poesía reunida en el volumen 1 de sus Obras completas (Madrid, Ed. Trotta, 1996), del que extraemos estos dos poemas.
Agua desat�ndose
El tiempo es un espejo en que te miras. Tú ya has entrado en el espejo y andas a ciegas dentro de él. Tú ya has entrado en el espejo. Nada te puede desnacer; ya eres viviente; tu carne sucesiva y simultánea es igual que un trapecio donde un pájaro a pie, se maniata dando vueltas y vueltas, procurando sostenerse en su cuerpo; y en la barra están fijas sus manos mientras gira, —abajo, arriba, abajo— hasta que al alba vuelva a girar el cielo y ya no pueda seguirse sosteniendo y se le caigan las manos, se le agrieten las manos, se le abran las manos temblorosas, y al perder su sostén el cuerpo caiga como agua desatándose, y empiece la música en sus alas.
(De Rimas, 1951)
La casa encendida (Fragmento)
Y todo allí diciéndose mientras sigue lloviendo,
mientras comprendo que estoy solo, y que mi soledad es como un vientre de pescado que se ha quedado frío besándome la boca, y persiste el rumor de la lluvia entre el sonido carnal de unos remos que se van acercando a la escalera en donde espera alguien… Al llegar este instante he comprendido que, a veces, es preciso descansar de vivir, que todo vuelve, que todo ha de tener, al fin, la estatura de un niño, y que ahora he vuelto a la estatura de correr, y corro, y voy corriendo entre un olor viviente de sal y de pescado, y entre una podredumbre de maderas que quizá fueron barcas, y entre redes y conchas y sueños que hace ya mucho tiempo se convirtieron en arena…, y yo entonces corrí yendo hacia ella, corrí con un impulso pudiente y genital como si caminase al través de un espejo, rompiendo luna y cuerpo juntamente, rompiéndome a mí mismo para sufrir por alguien, para nacer de nuevo y sentir el cristal, astillado y cortante, en el cuello y en los bordes del útero, y sangrar de una vez, mientras corría hiriéndome las manos y los ojos, bajando la escalera saltando de año en año, saltando, equivocadamente, del verano al invierno para llegar a ella.