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El hilo de una vida

Carmelo Guillén Acosta, Este hilo que enhebro. (Antología poética 1977-2007), Ayuntamiento de Camas, Sevilla, 2007.

Carmelo Guillén es el Claudio Rodríguez de su generación. Claudio fue un poeta de esos de una pieza, de un libro, como un volcán que entra en erupción sin permiso, con fuerza y poderío, y cuyas cenizas todavía calientan el suelo a su alrededor, muchos años después. Cuando Gil de Biedma escribía sus versos levemente irónicos, dulcemente burgueses, Claudio, ajeno a la poesía social, al concepto de generación, a grupos y tendencias, se lamentaba de no poder ser hostia para darse, y veía una iluminación universal –la veía, la cantaba, pero no la explicaba- en la ropa tendida al sol: ¿qué es este amor? ¿quién es su lavandera?. Como no sé mucho de generaciones y grupos –Guillén Acosta sí, como buen poeta-profesor-, me refiero grosso modo a su generación; es decir, al grupo de poetas más o menos contemporáneos que hemos leído, y que no hace falta enumerar. Muy diferentes entre sí, entre los poetas del 70 que no les interesaba la línea “novísima” había una noción del poema inteligible, narrativo, con circunstancias de la vida cotidiana, culturalista sin oropeles, métrico y técnicamente perfecto, en el que había espacio para la ironía y el humor. Carmelo, dominando también estos registros y técnicas, iniciaba sin embargo una andadura, como en solitario, desde su Envés del existir, que ya apuntaba maneras: Qué hermoso tú que existas / para decir te quiero cuando me viene en ganas. A partir de aquí, toda su obra será –por decirlo con palabras de Pablo García Baena- "un cántico al amor entregado". Las antologías hechas por el propio autor suelen decirnos mucho de la noción que el autor tiene de su propia obra, y de su intención. En este tomo, se ha podado el segundo libro, Rosa de invierno, hasta que sólo han quedado dos ramas, dos poemas, el díptico que desentonaba (era otro tono) con el verdadero cuerpo del libro, aquí ausente. Así se gana en coherencia de voz, en unidad de tono, pero se pierde un librito que era un delicado poemario místico. A cambio, se introduce de lleno el aire carmeliano: Y he cerrado mi casa para que no te fueras / Mientras dejo que hagas de mí lo que te plazca. Los que poseemos su obra completa publicada por Númenor (Aprendiendo a querer), podemos volver a disfrutar de la Rosa de invierno intacta.

Supongo que al revisitar tu propia obra se intenta escoger lo más representativo de ella, sí, pero también es imposible evitar preferencias personales, cariños concretos, un poco con juicio y un poco a tientas. De todas formas, lo importante será la experiencia de madurez que apuntan estos versos (hasta ahora inéditos) del último poema del libro: Uno vuelve a los sitios donde se deja ver / la luz difuminada que entretejió la vida. Filtrar la propia obra para que la luz aparezca. Aunque otro mérito de una antología es recuperar textos díficiles de encontrar, como el belenístico Misterio gozoso, que no recogía el citado Aprendiendo a querer.

Para Carmelo Guillén Acosta debe ser una gran satisfacción que esta antología la publique el ayuntamiento de su pueblo, donde ejerce de profesor y amigo hace tantos años. Iniciativa que también ha venido acompañada de la dedicación de una plaza a su nombre. Y algún festejo más que se avecina. Para muchos pedantes, estos fastos municipales no significarán nada, incluso les parecerán fastidiosos; para Carmelo significarán, seguro, nombres y apellidos, rostros concretos, gente que le quiere. Y más quisieran muchos poetas haber cosechado ese afecto entre los suyos, cuando ser poeta es, hoy, un oficio tan raro como el de agente inmobiliario en la Antártida. Esa bonhomía, ese cariño, se entiende cuando se conoce a Carmelo Guillén Acosta. De amigos anda bien, –parafraseando uno de sus versos más célebres–.

Al final del libro, queda la impresión de una vida renovada, que palpita en estos versos, perfectos para una recopilación de treinta años de poesía: Y cuando esto suceda, ni yo mismo sabré / que me he ido, estará mi vida como ahora, / con esta sensación del que empieza otra vez / e intenta no caer en los mismos errores.  Como siempre, al leer a Carmelo Guillén Acosta, dan ganas de vivir, y no de cualquier modo, sino "aprendiendo a querer". El hilo que enhebra una vida es ese amor de aprendiz.

Jesús Beades










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