La nueva entrega en España del poeta Adam Zagajewski (Lvov, 1945) incluye, además de su último libro de poemas, Antenas (2005), una selección realizada por el propio autor de su trabajo inmediatamente anterior, Regreso (2003). Antes de cualquier otra consideración, creo conveniente hacer una breve acotación biográfica. Tras un exilio voluntario que le ha llevado a vivir durante dos décadas en Francia, Alemania y los Estados Unidos, Adam Zagajewski regresa a Cracovia —donde vivió desde su infancia y hasta su marcha a París en 1982— en 2002. Los poemas recogidos en este volumen son, por tanto, una muestra más que significativa de su obra posterior al exilio.
Ya desde los primeros poemas del libro encontramos uno de los rasgos característicos de la obra de Zagajewski, la tensión de su propia trama mitológica —y el mito en poesía suele ser una insistencia de la memoria— trazada a base de atmósferas europeas, alusiones a compositores de música clásica, pintores, catedrales, recuerdos y una sospecha de fondo contra cualquier forma de poder o sumisión. Una mitología que no podía ser ajena a la literatura y que, en este caso, se pone de manifiesto a través de numerosas dedicatorias o alusiones directas incluidas en los propios textos a autores como Czeslaw Milosz, W. G. Sebald, William Blake, Gunnar Ekelöf,omega replica watches
Ósip Mandelstam, Zbigniew Herbert, Joseph Brosky, W. H. Auden, Georg Trakl y Alexander Wat entre otros.
En una entrevista reciente para esta misma revista, Zagajewski afirmaba: "Las grandes religiones —también el cristianismo— dicen saber todas las respuestas y eso me molesta. Precisamente la poesía es el resultado de que nosotros no conozcamos las respuestas". En el poema "Pasa por esta ciudad", el poeta parece querer plasmar esa misma idea dando una prueba más de la honestidad con que lleva sus convicciones a su obra: ¿Supiste expresar apenas una pequeña parte / del todo? // Si encontraste a alguien que viviera de verdad, ¿supiste reconocerlo? // ¿No abusaste de la palabra elevada? El poema se cierra con cuatro versos rotundos: Y tu amor, que perdiste y recuperaste, / y tu Dios, que no quiere ayudar / a los que buscan, / sólo se esconde entre los teólogos, / en las universidades.
Sin querer restar méritos a la traducción, a cargo de Xavier Farré, me siguen pareciendo más sugerentes las versiones castellanas de Elzbieta Bortkiewitcz. Derek Walcott, en un ensayo dedicado a la traducción de poesía, distingue tres etapas; la primera es una traducción literal, la segunda una trasformación y la tercera es lo que en Nobel antillano llama una transfiguración, que no afecta tanto a la fidelidad semántica cuanto a la captación de aspectos psicológicos del autor o a su cosmovisión particular, común a cada una de sus obras. Si la poesía es un arte esencialmente individualizador, la aproximación a esa cualidad que integra lo que es específico de un autor o lo que determina, en definitiva, su individualidad, debe ser objetivo prioritario de una traducción. En esa tercera fase, explica Walcott, pueden colaborar bien el propio autor o bien un cotraductor. No se trata, por supuesto, de la exactitud respecto al original (quien esto escribe no sabe una palabra de polaco) sino de la efectividad del texto en español. Con todo, hay que agradecer tanto al traductor como a El Acantilado la apuesta por autores como Zagajewski, sobre todo si tenemos en cuenta que algunos de los poetas a los que éste homenajea apenas han sido traducidos al castellano: Herbert, Milosz, Wat.
En el prólogo a Poemas escogidos (Pre-Textos, 2005), Martín López-Vega define con lucidez a Adam Zagajewski como un poeta más cercano a Philip Larkin que a T. S. Eliot, y lo relaciona, dentro de la tradición española, con la Generación del 50 más que con ninguna otra. Es cierto que la de Zagajewski es a menudo una poesía clara y expansiva, de versos largos integrados en extensos poemas narrativos que buscan menos la pureza lingüística que la exactitud o la eficacia en la transmisión de su contenido. En ese sentido, los parentescos no van desencaminados. Sin embargo, cabe añadir algunas características que lo identifican como un poeta único o, al menos, de difícil ubicación; la amargura que una extraña sabiduría parece haber mutado en optimismo: …horas tempranas de la mañana, silencio; / todavía no escribes, / todavía entiendes tanto. / Se aproxima la alegría; la humildad casi zen hacia su trabajo: La poesía desaparece a menudo y sólo / quedan cerillas. Y hacia sus maestros (Brodsky): …en realidad no sé / cómo mostrar eso: aquella casi ternura, / y la sonrisa, tímida apenas, / un momento de duda, el afecto, / una pequeña pausa en la argumentación. O la capacidad de instruir sin dar consejos, y aquí pienso en nuestra tradición última, tanto en los que han reducido al poeta a su faceta de ciudadano como a los que lo han querido ensalzar al estatus de druida. En uno de los mejores poemas de Antenas, Adam Zagajewski escribe: La vida normal ansía. Franck Muller Replica
Andrés Navarro