¿Puede la poesía ser comercial y, al mismo tiempo no caer en la vulgaridad? A la vista de algunos ejemplos (Sabina, Gala, etc.) seguramente no. Pero si pensamos en otros (el último libro de José Hierro), la cosa ya no es tan sencilla. De todas formas, este libro tiene todas las papeletas para obtener el menosprecio de los exquisitos y los fanáticos del endecasílabo. Su presentación formal, con ese lenguaje taquicárdico de SMS, evoca a un grupo social, el de los adolescentes pegados al móvil, que tendría, de entrada, tanto interés por la poesía como por la física cuántica: St poema/ q ahora scribo xa ti,/ya sta yamando a tu puerta. Por suerte hay una versión bilingüe en cada página impar que permite mejor la comprensión al lector cavernícola: Este poema/ que ahora escribo para ti/ ya está llamando a tu puerta. Alguien dirá (como yo mismo, cuando empecé a leerlo por primera vez): “Vale. Si quería llamar la atención, lo ha conseguido. Y ahora, como todos los experimentos ingeniosillos de vanguardia, con un poquito de suerte el libro sólo interesará a los historiadores de la literatura, y navarra por más señas”. Pero, como la impaciencia es casi siempre mala consejera, y no digamos para la lectura de poesía, en una segunda lectura esta impresión se vuelve menos sencilla. Por aquí y allá asoma una voz de poeta verdadero, que se abre paso entre la maraña de consonantes y de las aparentes facilidades: La soledad / es el momento / en que trescientas veinticuatro personas / cierran este libro, o bien: Me disfrazo de poema / para no tener que dar la cara / como poeta. Y hablando de disfraces, en otras ocasiones el poema mínimo se disfraza de irónico minicuento: Envía un SMS urgente / con el texto “JULIETA DORMIDA” / al móvil de Romeo / y así evitarás que se suicide por amor.
Más cosas: en medio de las ocurrencias más o menos brillantes, de los epigramas y los piropos a la novia, la poesía de Aldaya se permite reflexionar sobre sí misma y trasladar problemas de calado real. En su “Testamento”, se lee: Yo, / autor, / en pleno uso de mis facultades / cedo el contenido de este libro / a mis futuros lectores. El anhelo de comunicación es constante y de ahí que, no sólo el yo poético, sino el tú también comparezca y se le invite a recrear el sentido del texto. Me parece especialmente notable, por esto mismo, el final, con su “Buzón de voz”, en donde el poeta asume un lenguaje diferente, apoyado en el versículo y una mayor extensión del poema. Allí Aldaya viene a deconstruir el tono ligero de todo el libro y revela una nueva voz dramáticamente interesada en establecer una comunicación con alguien que no responde a sus mensajes posmodernos.
Leyendo estos versos más despacio, uno cae en la cuenta de que su autor juega más astutamente de lo que parecía. A lo largo de todo el libro ha elegido la brevedad, porque busca al lector concreto, uno que quizá no ha cogido un libro en su vida. No suena tan mal ¿verdad? El empleo del lenguaje SMS es sin duda un cebo superficial para cautivar a los incautos. ¿No se ha reclamado tantas veces que la poesía debía abandonar el lenguaje de los difíciles para establecer de nuevo una comunicación con el público perdido? SMS sin duda lo logra. Al parecer, ya algún profesor ha trabajado en clase con este libro y ha conseguido que sus indómitos alumnos lean y se pasen, ¡por SMS!, los poemas. Sólo por esta audacia este libro merece una señal de consideración y de respeto. Ahora quedará esperar que su autor no se detenga en esta fresca provocación y tire por otros caminos.
Javier de Navascués