Antonio Cisneros es un poeta vivísimo. Tiene el porte entre aristocrático y maldito y camina sus generosos ciento noventa centímetros con la seguridad de quien se sabe experimentado. Se define a sí mismo como un viejo escéptico pero los ojos que brillan y se clavan le delatan. Es un joven revolucionario con diferentes camisas. Una explosión comedida y educada de vitalidad irreverente que entiende la poesía como la huida del lugar común, del cliché. Como explicó a esta revista en Córdoba –fue invitado de excepción en Cosmopoética- la huida del lugar común viene a significar que el poeta dice lo mismo, los cuatro temas de siempre, con otras palabras. Abrillanta esos cuatro temas de forma que nos parecen otros. O los mismos, pero más profundos cosplay demon slayer o más completos. Conocer esta poética y este personaje es herramienta muy útil para leer Un crucero a las islas Galápagos.
En este segundo libro de Cisneros publicado por Pre-Textos (después de Comentarios reales, la antología preparada por el autor hace cuatro años) reconocemos topos predilectos de sus versos anteriores como las ratas, el páncreas, la insulina, Punta Negra, el Malecón. También se mantiene en plano la simplicidad metafórica del poeta, arrancando relaciones inusitadas –clarificadoras- de pedazos presuntamente insulsos de realidad: Tumbado boca arriba bajo este aire, caliente y leve como una piedra pómez (p. 34); Cuando salí del cafetín, la noche estaba tan oscura que hasta las moscas habían dejado de volar (p. 43); Es la niebla más densa del planeta. Mojada y negra como un ojo de perro (p. 46). Imágenes, metáforas y vitalidad se disponen a lo ancho de Un crucero que ha sido esta vez compuesto en prosa por Cisneros. Se acomodan bien sus versos largos a esta estructura, parece que su voz –que sigue en prosa siendo rítmica y antirrítmica, modulándose a cada paso- ya se encuentra a gusto en la hoja sin la torpeza del final de línea, sin el borde vasto de la caja del texto.
Un crucero a las Islas Galápagos lleva por subtítulo (nuevos cantos marianos) y está compuesto por prosas breves que hablan de la Virgen María madre, de náufragos creyentes, de almas del purgatorio, de la Asunción. Además de esta incorporación de la imaginería católica que Cisneros conoce bien y siente como propia, otro tema –más callado, pero igual de luminoso- se deja entrever en el poemario: la ternura. Pocos poetas como Cisneros son capaces de hablar de temas tan sensibles y profundos –arraigados tan adentro- y que no les tiemble la voz. Lejos de abandonarse al discurso ñoño, las referencias a la Virgen María o a sus nietas o sus hijas se muestran auténticas, graves, rudas e incluso provistas de algún que otro ramalazo de ironía gamberra. Los nuevos temas se asimilan y se escriben sin torcer el gesto, sin adelgazar la poética propia del autor-poeta. Todos estos rasgos convierten Un crucero a las islas Galápagos en mucho más que otro libro de Antonio Cisneros (que, por otra parte, ya daría que hablar). Más bien es un paso, de la misma persona pero más completa, hacia delante.
Copio el fragmento final de "En el bosque", uno de los cantos del libro:
El reino de las sombras tan temido. Allá voy. Igual que un chancho viejo camino al matadero. Ancas de jabalí (cerdo peruano) y el dolor en la nuca que anticipa el tajo de la muerte. Y sin embargo, todo ese gran dolor sería lo de menos, si no fuera porque al volver los ojos al poniente, aparecen mis hijas, a los lejos, en medio de la luz y los geranios. Entonces puedo verlas, atisbarlas, perdiéndose en la hierba para siempre, cada vez más lejanas, tan hermosas, con sus faldas floreadas y sus limpios cabellos secándose brillantes bajo el sol.
Javier Casacuberta