Siempre ha habido dos tipos de lectores de Julio Martínez Mesanza: los que preferían Europa y los que preferían Las trincheras. Europa con sus sílabas marmóreas, con sus jinetes de luz, con el mar inmenso que espera, a los pies de la amistad y de la vida. En el chestertoniano poema “Exaltación del rito”, por ejemplo, Mesanza se situaba frente al mundo actual, que consagra la banalidad, con verbo poderoso. En Las trincheras, sin embargo, no dejaba de llover, se hacían turnos de guardia interminables, se dormía en un carro de combate, siempre, un corto sueño y otro corto sueño, y las descomunales escombreras se extendían ante el alma a tientas, como único consuelo. Esta separación entre ambos libros es, por supuesto, un tanto exagerada, para indicar un rasgo, una diferencia, pues la unidad está presente en toda la obra mesanciana, y no sólo por el uso fiel del endecasílabo blanco. Es una unidad en movimiento, que llegaría hasta una posición extrema, a estar Entre el muro y el foso.
Mi impresión es que,swiss replica watches los de Las trincheras, aprecian ahora su libro Entre el muro y el foso, y que los de Europa se sienten secretamente un tanto chafados. En este último libro, hay otra música, que se apoya en repeticiones obsesivas, y deja al lector, a veces, desconcertado ante unos versos que parecen nihilistas si se toman literalmente, pero que en su música, en ciertas modulaciones de la voz, en algunos momentos, parecen apuntar a una luz íntima, recóndita, más allá de las ciudades, las torres, el fuego de la batalla, los caballos, e incluso el propio alma. Más allá de todo, cuando uno ha huido tanto de uno mismo, se ha arrancado tantos pedazos del propio rostro, que a veces puede mirarse, y reconocerse, en la soledad de los desiertos.
Alguien se preguntará cómo un poeta puede escribir en endecasílabos blancos toda su obra, y no cansar el oído. Quizá la redundancia, el dar una y otra vez –que, sin embargo, no es la misma- la vuelta al acento en la sexta sílaba, o la cuarta y la octava, sea parte de esta poética, sobria, descarnada, esencial. Si se lee este tomo como un solo libro, puede notarse cómo su música no es la misma, que desde el primer poema al último hay una variación en el uso del ritmo, y que no todo suena igual. Precisamente así, con todos los textos reunidos, es más fácil observarlo. Versos lapidarios primero (“San Luis”), tortuosos meandros después (“El río”), música leve con ritornello más tarde (“Los desfiladeros”)...
Esta antología –en realidad obra completa– recoge, por fin, los poemas que iban ampliando la Europa original en sus sucesivas ediciones, y así, muchos lectores se darán el gusto de encontrar unas cuantas piezas a la vez antiguas y nuevas. Pero, sobre todo, dan la perspectiva completa de una obra singular, intensa, breve, que parece tensarse como un arco. Y el arco que dispara tanta flecha pudiera ser la vida.
Jesús Beades