William Carlos Williams (1883-1963) fue médico y poeta, además de escritor de relatos, novelas, teatro, crítica, abundantes ensayos y miles de cartas. Norteamericano, siempre se le ha juzgado a partir de Ezra Pound y T. S. Eliot, comparándolo a e. e. cummings, Wallace Stevens y Marienne Moore, sus coetáneos, y como maestro de James Laughlin, Allen Ginsberg, Creely, Duncan, Zukofsky, entre otros, por recoger el testigo de Whitman en la expresión acertada del modo de ser norteamericano o por el equilibrado procedimiento de aproximación entre el discurso poético versal y la propia voz. Sin dejar de ser cierto, parece más atinado considerar su obra poética en el decurso de las manifestaciones de las Vanguardias históricas. Todos y cada uno de los elementos característicos de su poesía, señalados por la crítica, y que también encontramos en este su último libro de poemas, Cuadros de Brueghel (1962), tienen justificación en el entramado de la revolución vanguardista que surge a principio del siglo XX y que alargará su sombra hasta final del mismo.
Wallace Stevens señala,swiss replica watches según cita Juan Miguel López Merino en su artículo William Carlos Williams: “No hay ideas sino en las cosas”, que la originalidad y especificidad de Williams procede en parte de su particular modo de mirar las cosas, de su “nuevo conocimiento de la realidad”, lo cual es traducible a manifestación del principio de novedad por contraste caracterizador de la praxis vanguardista. La razón de ser vanguardista, fruto de la búsqueda de objetividad y erradicación del sentimentalismo heredado, no es otra que la destrucción retórica de la expresión artística simbolista hasta sus más extremas consecuencias: la completa dislocación conceptual, sintáctica, rítmica y tipográfica del texto artístico. La complejidad sintáctica que demuestra una primera lectura de los poemas de Williams nos está señalando esta revolución verbal, así como una autoconciencia crítica de su autor, característica,Swiss Clone Watches por otra parte, que da sentido también a la sustitución que realiza del lenguaje “poético” por el habla cotidiana. Hay una voluntad expresa, común a los poetas de esta época, de no ceder a la seducción rítmica. Ahora bien, sólo a la luz de la tradición del verso inglés puede entenderse cabalmente la significación de la nueva dicción que propone este autor y que, desde luego, se nos escapa a los hablantes de lengua hispana: tal y como indica Ginsberg en una entrevista para la revista Ultramar, Williams “renovó la poesía norteamericana, rompiendo con la retórica tradicional, al escribir versos medidos de acuerdo a la respiración y no al acento”. En este sentido, decimos, es en el que hay que entender la incorporación de la lengua hablada –la música de la conversación que diría Eliot- al poema, pero también, y de modo más relevante, como una traducción antiartificiosa del artificio poético formal y conceptual. Diríamos que es el descubrimiento de un vacío de la representación de la existencia.
Según Adorno, el arte nuevo, refiriéndose al arte de vanguardia, relega la ficción para tomarse en serio lo empírico y desnudo, describe una fórmula de despojamiento y reconducción. Es lo que hace Williams cuando nos da con sus poemas una representación de la ciudad moderna, del contexto urbano y social, cuando crea una obra que trata de los entresijos de la vida urbana en Norteamérica sirviéndose de la variante del inglés que sus compatriotas hablan, y es lo que la crítica le ha señalado como diferenciador. Pero siendo esta su diferencia es, a la vez, lo que le une a sus compañeros de generación, puesto que la actitud de novedad que lo sustenta es la misma. Es, a la vez, el mismo deseo de realismo, de huída del idealismo que persiguen las vanguardias y que la obra de Brueghel nos presenta. Los cuadros de este pintor, como los poemas que los comentan, tienen como protagonistas personas comunes en situaciones cotidianas, con actitudes corrientes. Tanto Brueghel como Williams manifiestan una aceptación del mundo, utilizan el baile como metáfora de la vida, siempre en movimiento, siendo al final ésta su única certeza.
No hay que olvidar, como ha indicado acertadamente Pedro Aullón de Haro en varios lugares, que en buena medida la praxis vanguardista se funda en la revitalización revolucionaria del género teórico de la “poética” planteado como radical y funcionalizado texto programático del que se infiere una autoconciencia artística, y que radicaliza el hiato entre teoría y arte, entre poética y poema. Aunque no llega a ser un manifiesto, porque no es ese el propósito, Cuadros de Brueghel es en gran medida una obra que habla sobre arte, sobre poesía, de cómo ha de ser ese arte y esa poesía; una obra que no esconde sus homenajes y sus deudas: Brueghel, Marjorie Kinnan Rawlings, Safo, Ezra Pound, el Nahualt, La pérdida de la virginidad de Gauguin… desfilan por esta obra con agudos y acertados comentarios llenos de la vida que William Carlos Williams siempre quiso despertar con su propia obra.
José Manuel Pons