Oro es la primera obra del joven Juan José Cerero, que con sólo veinte años ha sido capaz de escribir poemas como “Amanecer” o “Sueños inocentes”. Lo cierto es que no parece un primer libro: hay en lo que dice y en cómo lo dice algo que promete una lúcida madurez poética. En ocasiones es sólo una promesa, pero de pronto se palpa toda su realidad en versos como éstos:
Las naranjas
que recogí de niño, siguen dando
su zumo dulce y agrio como entonces.
A lo largo de las tres secciones que componen el libro descubrimos que Cerero tiene un rico mundo interior, anclado como suele ser normal en la infancia. Infancia a la que vuelve en esa última sección, la más intensa y madura. Creo que lo primero que debe preguntarse un poeta es de qué va a hablar en su poesía, y luego llegará el cómo. Juan José Cerero tiene claro su mundo poético, y por eso puede hablarnos con tanta coherencia poética del amor, de sus amigos, de su familia, temas cotidianos conocidos y manejados por el resto de poetas del grupo Númenor, y aún así apuntar una voz nueva, distinta. Comparte con poetas como Pablo Moreno o Jesús Beades una concepción de la poesía como camino, un camino que se comparte.
Brota como un camino la poesía.
Los temas universales de la poesía son aquí tratados bajo el prisma de momentos sencillos, vestidos con metáforas cotidianas también. Estos temas son la familia, la amistad, la poesía. La casa como eje de la vida de un hombre, los amigos como seres con quienes compartir y aprender. La infancia como aprendizaje al que siempre se vuelve:
Brotan ramas
que guardan el calor de un sol antiguo.
En “Sonata invernal” los naranjos bailan bajo la lluvia: no es una imagen arriesgada pero sí certera y muy cercana a la vez que lírica. También hay mujeres que pasan como nubes, imagen onírica y original. Y el final, alguien echa de menos una estufa, da al poema un toque de realidad.
Sí hay en el yo poético de Cerero una tenue vacilación. Vacila entre una visión gris y ácida de la existencia y la luminosidad de versos como de la gran / celebración del mundo que es el mundo. Dice que no es azul / el agua que me anega los pulmones, pero también dice y todo canta a coro. A veces se atisba una visión negativa del propio poeta, paliada a través de la ironía. Aquí también contrastan distintos matices en diversos poemas. En “Amanecer”, por ejemplo, dice lo mismo más o menos que en “Elogio de la oscuridad” pero sin “tomarse en serio”, distanciándose de sí mismo por medio de las metáforas e hipérboles:
Esta mañana estoy anochecido.
Resaltan en este poemario los endecasílabos blancos por lo bien construidos. Son los suyos poemas como piezas de artesanía, bien acabados. En el plano formal tiende a la acumulación, a la enumeración caótica. Llama la atención, también, el manejo de los tiempos verbales, evocando un pasado que viene al presente al encararse con el recuerdo o una foto, presente que mejora el pasado:
Aunque fue noche oscura
hay luna llena.
Utiliza el verbo imperativo, incisivo para sí mismo y para sus lectores: Sé inamovible, habladme...
El libro compone una sinfonía de fachadas y calles por las que paseamos los lectores al abrir las páginas de estos pasajes urbanos, en los que nos sorprende, de pronto, el color verde de la enredadera o el colorido ácido de las naranjas.
Rocío Arana