El primer poemario de María Eugenia Reyes Lindo irradia frescura, vitalidad. Ella afirma que la poesía es un don y una carga, pero como buen don, oculta a los lectores la parte negativa de carga que conlleva. Los poemas de este libro parecen surgir con toda naturalidad, parecen surgir únicamente de la mirada de la autora y no de su cansancio. Porque en la obra de Reyes Lindo escribir es ver, y es la suya una mirada de poeta “pintora”, que sabe captar la belleza más profunda, la que hiere.
Cuando alguien tiene ese don, el don de la mirada pintora, su voz será siempre una mezcla de entusiasmo y nostalgia, ingenuidad y sabiduría.swiss replica watches Por eso predomina en las tres secciones un aire de sorpresa, mezclado con otro aire de nostalgia que a lo mejor brota de las mismas raíces. En todo el poemario flota la idea de que nos engañan los sentidos, de que “hay más”, y en ese más se engloba también la belleza de los propios poemas, que escaparía a una primera visión demasiado rápida. Sus poemas son una pintura interiorizada, una mirada a veces titubeante aún, pero detenida. María Eugenia convierte paisajes, momentos, amigos, gotas de lluvia en parte de su mundo, y al interiorizarlos les da el barniz brillante necesario para convertirlos en un poema. Y lo hace mediante imágenes, metáforas plásticas que son uno de sus puntos fuertes:
Un cielo entretejido de nubes tricotadas Rolex Replica Watches
(...)
un sol como escondido gritando que lo saquen
de su funda de sol entretejida.
Late un equilibrio difícil en todo el poemario, entre la visión y la realidad, el cielo quemado y el banco con luz en una plaza, que hace que lo más visionario nos parezca cercano y lo más cercano, visionario.
Vi tus dedos haciendo las estrellas,
después mi carne y mis entrañas.
Uno de los sustantivos que más se repiten en este libro es “invierno”. Y es que hay poetas de invierno y poetas de verano. La idea creo que no es mía, alguien lo ha dicho ya. Pero es cierto. Ser poeta de invierno no significa que no te guste ni te inspire la primavera o el otoño. El mes de marzo, el de los grados / justos para salir sin el abrigo, está muy presente, con la inevitable mención a los naranjos que en cualquier poeta sevillano es casi obligada. Pero el invierno es contradicción y riqueza de matices en estos poemas: aparece como algo negativo y luego resulta que es clave en la cosmovisión estética de la autora. El verano es preludio del invierno y viceversa. Desde el frío amenazante y la lluvia destemplada de “No nieva en Soria” a los retazos de sol bailando el vals de “Mientras te espero” hay toda una gama de colores y situaciones invernales que nos hacen evocar las prisas, la cara enrojecida y los ojos llorosos por un lado, y el fuego, los abrigos y paseos de hojas secas por otro.
El libro está formado por poemas de metro clásico, en los que se adivina una música trabajada. Cada pieza tiene su tempo: en algunas los versos parecen borbotones,
Y parece que fue
ayer
y parece que es
ayer
y duele.
Y en otros brota libre el endecasílabo:
Tu abrazo es como un sol dentro del pecho.
Se adivina también aquí un equilibrio, entre el arte menor íntimo y a veces coloquial (aunque siempre lírico) y el ritmo endecasilábico. Equilibrio que pudiera corresponder al binomio silencios / intuición presente en María Eugenia, ese ansia por decirlo todo que a veces queda resuelto en un quiebro y amago de no decir nada. Muchos títulos de poemas y hasta de secciones hacen referencia a lo que acabo de sugerir: “Glosolalia”, “Todas las cosas”, “Sin palabras”, “Silencios contigo”.
No será la primera vez que se diga que la poesía de un autor está “habitada”, pero llama la atención en estos poemas la abundancia del vocativo. Parecen formar parte de un diálogo trascendente. Para esta poeta la poesía es diálogo, que se apuntaba en la primera sección como soliloquio íntimo, cotidiano, en la segunda se torna trascendente, ya que, en palabras de Antonio Machado, quien habla solo espera / hablar a Dios un día.
El vocativo surge también con fuerza en los poemas de amistad, y se poetizan momentos sencillos como la espera en un banco o la conversación telefónica.
Esa llamada tuya
debería durar toda la vida.
En “Alta tecnología” el coloquialismo intimista se tiñe ligeramente de ironía: una ironía divertida que recorre todo el libro. Así como la belleza debe doler, la ironía no debería ser punzante ni herir, porque corre el riesgo de convertirse en sarcasmo. La ironía en María Eugenia es una mezcla de inteligencia aguda y buen humor, a veces “buen humor negro”. Se deja ver en poemas como “Alta tecnología” o “De cómo nos ficieron prisioneros largas horas en el templo del saber”, pero sobre todo en retazos, versos, giros cómicos en los que María Eugenia juega con el lenguaje y la realidad. Ironía también como recurso dentro de un poema serio, ironía mezclada con hipérbole y metáfora, dando un quiebro a lo puramente tierno y rebasándolo:
Que hasta un perro miraría al cielo
y te diría de rodillas:
yo a ti también.
Al abrir las páginas de este libro, queda la impresión de que quien lo ha escrito se ha parado antes a completar cada cosa que le rodea con un amor penetrante y detallista, una primera mirada propia de quien lanza al mercado editorial su primera obra poética.
Rocío Arana