No podemos describir la poesía de la Szymborska, la amable Premio Nobel octogenaria, partiendo de lo más básico y elemental: la medida y el sonido de sus versos. Pese a que esta edición de Igitur transcribe el original a pie de página -recurso muy original y, por cierto, útil-, no nos resulta útil a los españoles que aún no dominamos el polaco. Por lo tanto, el poema que nos agrada, nos hace sonreir, o nos conmueve, hemos de recibirlo como un ciego al que le leen, es decir, con fe. Confiamos en que Szymborska se haya abierto camino a través de la traducción. En el caso en que la versión española nos resulta torpe, cacofónica, no podemos criticarla, pues no sabemos si esta desmaña remeda el original, como en "El Cuervo" de Poe que tradujo para el suplemente literario Miradas el poeta Antonio Rivero Taravillo, en que los ripios imitaban las originales rimas machaconas con nevermore! Partiendo de esta limitación -que tiene su aquel- avanzamos por estos Dos puntos.
El prólogo de Ricardo Cano Gaviria es para cultos, es decir, para filósofos -o similares- o lectores de poesía con ínfulas de intelectualidad superleída y citadora, especie que abunda en las facultades españolas de filología; no se entienda esto como una crítica adversa, pues el texto está lleno de aciertos y fecundas profundidades culturales, pero asombra que una autora tan directa, clara y doméstica, necesite unas palabras preliminares de tanto fuste metafísico. Sería más bien un estudio, propio de una revista de pensamiento y reflexión, o, si acaso, como introducción a unas obras completas, ya que habla más de otros libros de la autora, que del presente volumen. No obstante, el prólogo apunta algunos rasgos de nuestra poeta, que pueden iluminar la lectura del libro, sobre todo para un nuevo lector de la Szymborska. Por ejemplo, el uso de una suave ironía, y el lenguaje, o idioma, "periodiqués", que tan cercano resulta al lector español de poesía, tras el magisterio de Miguel d`Ors. Los pequeños motivos cotidianos, tan queridos por Amalia Bautista o Enrique García-Máiquez, los planteamientos no alegóricos y que sin embargo parecen siempre apuntar a otra cosa distinta que a la simple anécdota, como en la cálida Rocío Arana. Aunque los ejemplos son nuestros, son estos los rasgos que destaca el prologuista, si bien fundamentándolos en Sócrates o Pascal. Sobre todo Pascal, que hermana con la poeta polaca en su falta de sistematicidad (pero ¿ha de tener sistema un poeta?), "el carácter "abierto" de una pesquisa cuyo aspecto primordial no es tanto la confesión de la fe, el realismo psicológico que desnuda el alma humana en su deseo de encontrar preguntas absolutas a través de preguntas límite". Esta es una muestra del estilo del prologuista, que, como decimos, acierta a menudo, pero que también tropieza. Por ejemplo, lo de "realismo psicológico" es un fallo evidente. En la Szymborska hay, si acaso, como en todo gran poeta, realismo poético. Es decir, la realidad es transmutada en alma, viaja al corazón del autor, y de ahí regresa convertida en eso que vemos, en esos signos en la página. Si muestra rasgos "realistas" -coloquialismos, preguntas directas, tiernas ingenuidades, sonrientes planteamientos, amables invocaciones a personajes imaginarios o mitológicos- es por la pericia de su autora, y esta pericia, por ser una gran poeta, es un rasgo de su espíritu, o así lo siente el lector. Por eso es buena poesía. Pero no es un modo de acercamiento a un saber. El pecado del prologuista es pensar como un novelista que siempre tiene un entramado "del que se vale el autor", y no como un poeta, que asiste a una epifanía, algo que ocurre en el lenguaje, y dejando el rastro de algo "que ha estado ahí", al menos por un instante. La poesía, como su fuente y origen -Dios Creador- no se deja "utilizar para". Acude cuando le da la gana a quien le abre las manos.
Acierta el prólogo en señalar que la Szymborska, como tantos autores que no se explayan en prosa, gusta de escribir sus poéticas en sus poemas. Hay mucha metapoesía en toda su obra, desde ángulos muy diferentes. En "Consuelo", aparece la visión típica de la literatura como ansia de finales felices, partiendo de la persona de Darwin, y así la enumeración de esos finales es encantadora. Una muestra: vecinos arrepentidos de sus rencores (…) / seductores de doncellas de camino al altar (…) / hijos pródigos llamados a la mesa (…) El reverso de este poema es que, en la realidad que vivimos, más allá de los libros, las cosas no suceden así. Pero con la sutil sencillez de este mecanismo poético, disfrutamos esa hermosa letanía de finales felices, teniendo a la vez presente, aunque sin énfasis, que la vida no siempre es así. Pero tampoco dice que siempre sea al revés. Aquí radica la sencilla magia. Otro ejemplo metapoético es el titulado "El horrible sueño de un poeta", que procede por analogía negativa, citando todo lo que excluye el oficio de poeta: la certidumbre, la imposibilidad de error, la palabra siempre exacta, los recuerdos acotados, la satisfacción de los sentimientos. Incluso en el poema "La cortesía de los ciegos", se adivina un toque metapoético: [el hombre que lee a unos ciegos] Siente que cada frase / debe superar la prueba de la oscuridad. / Tendrá que arreglárselas sola, / sin luces ni colores.
Encontramos en los poemas un aroma, un sabor, que anima a vivir de cierto modo, a mirar de cierto modo. Más que una ética, un estilo: El cósmico savoir-vivre / aunque calla sobre nuestro asunto / exige, sin embargo, algo de nosotros: / una cierta atención, un par de frases de Pascal / y una sorprendente participación en este juego / de reglas desconocidas. El poema se titula "Falta de atención", spider man costumi y esto precisamente es lo que le parece peor a la poeta: vivir sin atención, sin preguntar por nada, / sin sorprenderme de nada. No es una ética, porque no establece una ley general; se limita señalar algo en sí misma, a encontrar un hueco, que no es de un objeto, ni de una persona, sino en el modo de atender a la realidad.
El libro entero, desde su título, hasta su mismo final, es por tanto metapoético; pero también -sí, también, y de esta manera- metafísico. Así concluye: son planteados algunos interrogantes, / y, como respuesta: en todo caso, dos puntos: Es muy diferente a decir que no hay respuesta (nihilismo), o -más retórico- que responde sólo el viento sobre las ramas del páramo (nihilismo poetizado), o que la pregunta en sí misma ya es una respuesta (pseudo-orientalismo occidental). No. Esos dos puntos son netamente cristianos, son el estruendo final de la orquesta, o la caricia última del ala del gorrión, o el último grano de arena del reloj, antes del sonido de las trompetas. La última palabra, para consuelo nuestro, no la tiene el hombre, y por eso Wislawa, con amable cortesía, coloca sus dos puntos, como quien deja paso al llegar a una puerta, para que pase otro.
Jesús Beades