Se especula mucho sobre el lugar de la poesía en la sociedad actual, moderna, ultramoderna, postindustrial o como quiera llamarse. Si en la poesía pervive aún el sueño humanista de la construcción de un yo, eso que llamamos lírica, o si está dispuesta a disgregarse en nuevos medios de expresión como la publicidad o los híbridos cibernéticos. Parece que este género que disfruta cada vez de más lectores y de mayor naturalidad para maniobrar con su carga presente, efímera, y que coquetea con disposiciones musicales que descolocan el continuo rutinario que llamamos realidad, este género, digo, está anticuado. El matiz que se descubre al leer un poema se encuentra en tierra de nadie: no es del yo ni del proyecto cívico, no sirve para producir riquezas ni sentido, sino, como mucho, y no es poco, para producir presencia.
Estas reflexiones pseudofilosóficas surgen directamente de la lectura de Es el verbo tan frágil. No porque Sandra Santana hable explícitamente de ellas, sino porque me parece que su dicción ha encontrado el espacio desde el que hablar, el espacio propio de la poesía actual, donde confluyen las minucias cotidianas, lo que se llama filosofía, y también el lugar donde la "autora", otro personaje más del libro, se encuentra con un autorretrato al que han hurtado la biografía. Ella no es una cosa, no es una "pipa". Espacio que aúna la materialidad de la poesía entendida como indagación de la realidad, y la incertidumbre del presente, la vitalidad deseante, alegre o, como dice en un poema, la "verdadera diversión". Esta aliteración creo que comunica bien el engranaje de Es el verbo tan frágil: diversión, digresión, disgregarse en los márgenes no colonizados por el tópico.
La poesía de Sandra Santana habla del desencanto del mundo –no decepción, sino desencantamiento-, de la pérdida de un sentido unitario, y de la duda de la propia pertinencia del lenguaje en un mundo desencantado. Las palabras, como en otro poema, serán como los trenes que, sin excepción, siempre se detienen una estación antes de lo desconocido. Una herramienta del mundo domesticado y del propio ejercicio de domesticación. Una herramienta deficitaria. Pero la única que tenemos.
El lugar intermedio del habla es anfibio, reversible, dubitativo, incapaz de caber en las categorías de sujeto y objeto. Y a pesar de esa duda, se escribe, aunque con una ironía que tensa los polos de la ingenuidad y la desconfianza. El propio de un habla casi médica. La frialdad de la escritura de Sandra Santana se debe al fracaso de la jerarquía que ordene, de la palabra que dé, como en el poema, un solo nombre para dos peces. O de la escisión –de nuevo el yo y la pipa- que permita construir un argumento que pase por mundo.
Esto que expreso en términos abstractos, se da en la poesía de Sandra Santana de una manera natural, ayudada sobre todo por unos títulos que funcionan como desmitificaciones de la solemnidad en la que puede incurrir un estilo excesivamente elíptico. El diálogo entre los poemas y los títulos es uno de los principales aciertos de este libro. Consigue sacarnos del simulacro del poema y colocarnos en la problemática de la creación de realidad a través de los textos. Un riesgo rico que parece convivir con facilidad en el manejo de voces dispares. Por un lado se sortea el riesgo de la introspección, llevándonos continuamente a tierra, y por otro se da un sentido misterioso, o una promesa diferida mediante palabras cotidianas, frases hechas, frágiles verbos.
No es un libro de poemas al uso. Es decir, no es un cancionero donde cada poema pueda leerse como un texto independiente, aunque cada fragmento deje en suspenso un afán de completar con nuestras propias interpretaciones. Pero cada pieza gana más por su referencia a un contexto que no puede cerrase, simplificarse.
Varios son los textos que anudan el "tema" del libro -la falta de consistencia de la realidad y el funcionamiento casi maquinal del deseo- y podríamos destacar uno en cada una de las partes que lo dividen. En la primera, el poema "Por qué las brújulas no funcionan en el interior y cómo adivinar hacia dónde se dirige la aguja desde la mirada". En la segunda, "La legítima aspiración del hombre actual a ser reproducido". En la tercera, "Nuevas consideraciones acerca del destino del agua". Y por último el poema del epílogo que recupera la nietzscheana narración del mundo como ejército de metáforas.
El tema paradójico es la falta de argumento de la realidad. La incapacidad de reconocerse en el ejercicio autobiográfico ni en la escisión entre el yo y las cosas, lugar que ocupaba la lírica como curación de escisiones. La fábrica del pasado y su insustancialidad. El presente como síntoma de una enfermedad desconocida –como las recurrentes visitas al especialista médico de algunos poemas-. El futuro como trámite del ser incompleto.
Estos tres tiempos remiten al continuo presente del libro como fuga. La presencia como huida del cliché.
Carlos Pardo