La poesía de Teresa Soto me gustó desde el principio, desde que leí sus dos poemas, entonces inéditos, en esta revista digital. Me pareció una poesía natural y fresca, incluso coloquial, pero muy estudiada, en el buen sentido de la palabra “estudiada”. Alguien me dijo hace ya mucho tiempo que lo importante de un poema era que fuese fácil de leer y difícil de escribir.
Entonces me pareció que el poema "Imitación de Wislawa" cumplía estos dos requisitos. El segundo poema del libro, "[Mi abuela tiene las manos en el mismo sitio que yo]", da todavía un paso más y combina la supuesta facilidad con una delicadeza propia de haiku japonés, sin ser un haiku.
Los pliegues de la falda negra son un final.
Dicen en su nueva forma de corregüela negra:
"aquí termina un luto" .
Hay en la buscada repetición de sustantivos un algo que nos transmite un profundo respeto, creo que en este poema hay contemplación. Es eso lo que hace que, pese a no poseer ninguna forma métrica clásica, los versos fluyan con un ritmo propio. Ya que Teresa Soto expresa su idea a través de la belleza de las palabras, se detiene ante cada palabra para saborearla, o al menos eso es lo que yo intuyo.
Este Poemario está lleno de intuiciones, y quizás por eso mi crítica se base también en la intuición, que pocas veces engaña en cuestiones poéticas. Sería una boutade decir que se aprecia en él una clara influencia de Wislawa o de Marina Tsvietáieva, porque sencillamente el nombre de ambas autoras aparece en el poema-prólogo. Lo que se aleja de algo convencional es el hecho de que, al leer el poemario, no encontramos una poesía artificiosamente culturalista, sino sabiamente cercana.
Si lo más importante en un poeta es un mundo interior rico que se traduce en imágenes poderosas, las imágenes que encuentro en este libro tienen una gran fuerza expresiva y poética, sin hablar desde un lenguaje barroco ni excesivamente sofisticado. Soto tiene el poder de definir lo más abstracto con metáforas cercanas y “creíbles”:
Llega el invierno como se entra en las iglesias,
con ceremonia.
Las baldosas frías presagian
mejillas sonrosadas, escarchas tempranas.
Las manos van a los bolsillos como los pájaros a las alambradas.
También tiene el poder de nombrar las cosas en ese fluir de sílabas, en donde las bolsas del mercado y las manos manchadas de tierra se mezclan gozosamente con bailarinas y príncipes de Europa. La fantasía funciona bien en unos poemas y en otros decide buscar lo esencial, aunque en su búsqueda de lo esencial a veces se nos queden cortos sus poemas más breves.
Sin embargo sorprende muy gratamente cómo salta de lo más cotidiano a lo fantástico, de lo coloquial a una imaginería casi modernista, propia de Rubén Darío pero con la emoción que muestra en los "Poemas a la Hermana":
Un tocador
con un espejo enmarcado,
hojas de acanto y oro.
Como todo poeta, Teresa Soto hace metapoesía en alguna de sus creaciones; y nos dice que sus versos son sólo agua con azúcar, o que su poesía se amasa como el pan, con las dos manos. Con las dos manos crea metáforas a veces sorprendentes, originales, que rozan y se hunden en el surrealismo:
Estás como rodeado de cangrejos
que no son mezquitas boca arriba.
En ocasiones se pierde demasiado en el surrealismo (sucede en sus últimos poemas), y el lector no puede seguirla como desearía, las metáforas dejan de ser creíbles y cercanas.
Dije al principio que este libro me parecía una contemplación. Teresa contempla el mundo y su poesía habla de lo que contempla, realidades como su calle, su abuela, su hermana, los inviernos. Dentro de ese mundo es muy importante el amor, y le dedica uno de los versos más hermosos de esta entrega:
Por tus mejillas resbalan los soles.
Del mismo modo que la poesía habla de cosas inefables, hay algo inefable en estos poemas que no acabo de decir. Porque dejan abierta la puerta de un mundo muy peculiar, a veces infantil con una estética de cuentos de hadas o dibujos animados, y otras sabio, sencillo y perfecto como el acto de amasar el pan.
Rocío Arana Caballero