El título de este libro de Pablo Moreno Prieto (Sevilla, 1977) ofrece su doble mensaje desde el principio. Somos ceniza, más ceniza que habla. No sólo que habla, como una inútil voz que el viento dispersará sobre los tejados, etc, sino que tiene un discurso, una línea de sentido, aunque oculto a veces, que avanza hacia su consecución. Somos ceniza, nadie lo duda (al menos no este poeta). El punto de partida es inequívoco, correcto y acabado, en la mejor línea del verso clásico –línea clara sí, pero sin gags de cómic, elegante en su pesimismo, al modo del archicitado maestro Sánchez Rosillo–: Palpas la arcilla fría, la honda sombra. / Recoges restos de un naufragio. Tiemblas. En este punto es donde nos viene a la cabeza una suerte de teoría estético-ética que viene a decir lo siguiente: el contenido literal de un verso puede ser pesimista, nihilista incluso, pero la hermosura de su forma, la cadencia graciosa de su línea, contradice esta negrura. Es el caso de Giacomo Leopardi. El propio Sánchez Rosillo se opuso a la interpretación cerrada y nihilista de la obra del poeta italiano, apuntando también hacia otra idea, a saber, que una persona que se emociona de una manera tan viva y directa con la visión de la luna, con los campos en silencio, con una muchacha campesina que pasa ante sus ojos, no puede ser nihilista. No lo puede ser del todo, y, por lo tanto, no lo es. En la poesía de Pablo Moreno, ocurre algo parecido. Fijémonos en esos versos iniciales, o en este: este destierro amargo y este olvido, con el añadido de ser el final de un poema. Y luego en estos otros, también final de poema, hablando de su barrio: su mapa al sol tendido que te guía, / y con su cal manchada luce siempre. He aquí el doble abismo, el pie que avanza sobre un terreno quebradizo, en que a cada paso somos ceniza, y en que muy de tarde en tarde resurgimos, con la cal manchada, pero luciendo siempre.
Es notable encontrar un díptico con el tópico De amicitia en que el tono es tan apagado que uno piensa “esto va a acabar mal”, y sin embargo termina uno de los dos poemas así: (...) No estás triste ni solo / ni te asusta la noche que ahora miras. / Sonríes. Y en tus labios sostienes satisfecho / un humo de otro tiempo que te sacia. O ese otro motivo tan frecuentado de la casa en obras, con paredes medio caídas, polvo reinando sobre el tiempo, y ubi sunt, pero que en el último momento, y de penalty, también termina con estas luminosas palabras: En tu interior, la casa verdadera / se alza sin ceniza sobre el tiempo. O sea, que la ceniza hace su discurso, con cenicientas palabras, respirando ceniza a cada paso, y sin embargo... la casa verdadera está en otra parte, en el interior (signifique lo que signifique). Y se alza sin ceniza. Y sobre el tiempo. ¿Qué hay, en el hombre, en la vida del hombre, en sus palabras, que pueda ponerse, que pueda soñarse al menos, sobre el tiempo? Sólo el Reino de Dios, que entra en el tiempo para llevarnos más allá del tiempo.
Aunque muchos poemas tengan este final feliz (por así decirlo),swiss replica watches muchos otros no lo tienen, y el libro como conjunto, ciertamente tampoco. Tiene más bien la estructura de una onda de sonido, que nace, asciende, llega a su plenitud, y luego decae hasta apagarse del todo. Lo que puede llevar a engaño en una primera lectura. ¿Otro libro que, después de todo, nos prescribe pesimismo? Eso puede parecer si leemos el último poema, y sus últimos versos: Sus tiernas ramas con su fruto incierto / me enseñan hoy el día que vendrá: / la grama seca y el jardín muy solo. Pero a juzgar por el penúltimo poema, “Primera lluvia”, (qué llanto de alegría sobre el muro), en que se habla directamente a Dios, sin dolor ni reproche, pareciera que el poeta no hubiera querido poner un broche final luminoso. Como si quisiera, después de habernos mostrado su mundo, envolverse de nuevo en su capa de lluvia, color de tierra sucia, y seguir su camino, sin aspavientos de engañoso triunfalismo poético. Una de cal, y otra de arena. Además, en un poema sobre la muerte de Juan Pablo II no hay hagiografía, ni elegía, ni doctrina. Sólo un triste gesto al echar un vistazo a la propia vida, en que se dice al Altísimo: Tú verás la bondad de esta derrota.
Después de leer el libro tres o cuatro veces, con sus frescos zaguanes, su cal, su jacaranda y sus recuas y castaños, hemos rebautizado el libro, para uso privado, con un título que nos parece mejor: El sur y la ceniza. Parecen poemas escritos junto al fuego, mientras suena de fondo la voz doliente de Carlos Cano. O bajo un roble en Santa Ana la Real, en la sierra de Huelva, mientras se toma un vino, recordando a los amigos. Que acaso están a punto de llegar para la cena.
Jesús Beades
Fotografía de Antonio del Junco