Muy poco o casi nada sabemos de ese país de aquí abajo llamado Grecia (turco, guerra civil, dictadura militar y Papandreu en los informativos cuando éramos pequeños). Mucho o prácticamente todo desconocemos de poesía neohelénica: Cavafis y la tríada de la generación de 1930 –Seferis, Elytis, Ritsos–; Manolis Anagnostakis; Kostas Karyotakis gracias a Visor; y Maria Lainá, Costas Mavrudís o Zanasis Jatsópulos a veces mal, desde hace bien poco y gracias a iniciativas pequeñas como Miguel Gómez Ediciones o Ediciones Clásicas. ¿Problema griego o del resto de Europa? La respuesta tal vez deba buscarse en una exigua industria editorial (8.000 títulos anuales, en los que la poesía supone un 9 por ciento) y en definitiva una actividad cultural generada desde dentro para el consumo también de dentro. Cuna de la civilización, la poesía y el teatro; masa informe desconocida de nombres con grafía ilegible pero fonética asumible.
Así pues, llegamos a El hambre del cocinero con lo puesto. ¿Un libro traducido de autor griego? Si bien, ¿hasta qué punto es Kostas Vrachnos un estricto poeta griego? Se trataría,Audemars Piguet Replica Watches en todo caso, de un poeta que escribe en griego pero en cuyo imaginario lector ha ovado buena parte de la literatura y el imaginario hispanos: estudios de filosofía en Salamanca, tesis doctoral sobre Unamuno, traducción de Carlos Edmundo de Ory, lectura atenta de Cirlot y el surrealismo americano tardío… El hecho de que su primer libro de poemas aparezca en edición bilingüe en una editorial española lo sitúa perfectamente en la frontera mestiza entre ambas literaturas. De la parte griega, suponemos, hereda cierta flexibilidad y antirretórica sencillez en la dicción (culminado hace ya muchas décadas el divorcio de la katherévusa y el demótico, y olvidados los broncos valores de “lo patriótico” en la poesía); de la hispana, los tonos más graves y la imaginería surreal.
El hambre del cocinero es un libro primero, que no primerizo. Como un filósofo escéptico, Costas Vrachnos se mueve en él entre el dialelo y la antinomia, sabedor de que el mundo, la realidad, sólo se puede formular en paradojas irresolubles. Así que se deja evocar por ellas para convertirlas, vía de la imaginación y la memoria, en imágenes líricas. El mundo es un territorio de insatisfacción y de hambre porque sobre él opera de manera permanente la muerte, porque no puede haber progresos en el tema de Dios (“Te quiero”), un Dios-Fontanero (con Efe mayúscula, “Adiós”) que jamás contesta (Todos me contestaban menos Quien yo quería, “Ambulancia”) y que podría tanto existir como ser sólo posibilidad (aunque entonces ya existiese conjugado como tal posibilidad). Porque el hombre tiene y está en la tristeza (Mi tristeza es una feria de ganado / y yo que estoy llorando soy el vendedor más duro, “Mi tristeza”), en la nostalgia de desgajamiento y la conciencia de haber nacido para la escisión y el fragmento (Desde que la conciencia se rompió en seres, / siento una pena que no recuerdo la causa, “Adiós”).
Poemas muy breves en los que se nos ofrecen las características de un mundo cotidiano extraño, fantasmagórico o ensoñado, analógicamente transfigurado y habitado por un bestiario fabuloso (gatas que balan, babuinos, montes que son como hipopótamos, animales que aúllan pero a los que nadie hace caso…) en medio del cual el poeta juega –el juego como procedimiento de búsqueda– a la contradicción, a contradecirse en la incapacidad de formular una ontología básica que sirva a la vida y sus pérdidas. Analogías y ejercicios verbales sustantivos y rotundos de un pensamiento no estrictamente racional que intenta neutralizar las contradicciones en las que se articula la realidad para penetrar así en un mundo de lógica distinta, una sobrerrealidad desde la que se revelarán “cosas” al poeta. Poesía de lo maravilloso y lo visionario pero en el decurso natural de la rutina y en la que, en vez de rastrear sobre los patrones metafísicos, se vuelve sobre lo ordinario pues, tal y como se señala en la jugosa poética final, también lo concreto es desconocido e infinito.
Ésta es el hambre que sentiría un cocinero: un hambre que es sed que es insatisfacción y que no basta ni se sacia. Porque las ansias son, en la prisa de una existencia limitada, encontrar la totalidad y así ser salvado (Todo es tan líquido y breve, / y tú encima tienes prisa, / mortal, medio muerto, náufrago, / marino, nacido en isla, / prisa por morir, por vivir, por salvarte, “El marino”). Ser algo más que mortal, que albañil, conductor de ambulancias o vendedor en una floristería: ser y poder ser contra el tiempo, encontrar lenitivos para el dolor de ser siempre lo Otro parcial.
Bajo este plato que siempre va a estar vacío, palpitan Vallejo, de Ory (cómo no pensar esas burbujas como aerolitos) e incluso Huidobro. Pero sobre todo leemos a ese Vrachnos-niño-profeta jugando con atenta despreocupación a acoplar las piezas de este puzzle tautológico de nuestra existencia, forzando el cuenco de su sintaxis hasta descoyuntarla y conseguir acoplar su pensamiento en ella. Un libro que intenta ese difícil camino a medias entre la poesía religiosa y la poesía amorosa. Un buen libro, también en sus trampas, con las dosis de emoción que permitirnos podamos. Algo profundo y fresco, que suavemente nos golpea o nos lame durante su lectura.
Daniela Martín Hidalgo