En una reseña sobre no sé qué libro de Eloy Sánchez Rosillo, decía Jose Luis García Martín que había dos tipos de poeta, desde un punto de vista: aquellos que, por un raro don, nos brindan una emoción viva en la página –fruto quizá, pero no necesariamente, de una experiencia concreta–; y otros poetas que, habiendo sentido intensamente, se dedican a explicarlo en verso. Ejemplo de lo primero era –es– Sánchez Rosillo, y de lo segundo, según García Martín, lo era Antonio Colinas.
La diferencia entre la, por llamarlo de algún modo, "emoción viva en la página", y la "explicación",rolex replica es sutil, es algo que apenas se puede explicar, sino sólo "ver", pero separa de forma tajante a unos poetas de otros. En este libro de Mario Míguez hay mucho fárrago, mucha explicación y argumentación –eso sí, midiendo y acentuando–, mucha articulación de ideas. Algunas veces con metáforas, otras con alegorías, otras de un modo directo. Se trata, al parecer, en muchas ocasiones de transmitirnos ciertas convicciones, sobre la muerte, sobre Dios, o sobre el amor filial, en versos endecasílabos o alejandrinos, y con multitud de imágenes. Y esto no funciona. Según Miguel d’Ors, hay ideas que si se ponen de un modo "no muy desmañado" en la página, ya de por sí son "poéticas". Discrepo del maestro d’Ors. O tal vez no: según qué pensemos acerca de lo que es o no desmañado. Lo importante es esa chispa, esa emoción e intensidad que surge en las palabras, ya sea en poemas largos o cortos, argumentales o irracionalistas. Y en El cazador, esa chispa aparece de tarde en tarde, y nunca en un poema completo, sino en algún fragmento. Y además, lo argumental a menudo no convence, pues hay saltos en el discurso que se dan por supuestos, como este: Nada bueno ha pasado. No. Y no obstante / eso mismo es lo bueno. Es un poema de queja, de tristeza por una vida estéril, pero de repente, en un quiebro, se nos dice que eso es bueno ¿por qué?: Porque debo / rechazar toda queja y, en silencio, / hacer de esos sonidos una música, / salvando del vacío ese abandono. El lector se queda frío, y nada convencido, me parece, ante el terco voluntarismo que transmiten. En la página siguiente, un poema similar, con un problema similar: Pero no me he rendido. Sigo amando; / porque aquí, entre los muros de este mundo, / no hay otra salvación sino el hacerlo. Problema similar, pero no idéntico, pues la idea tiene cierta lógica, aunque esté presentada de una forma nada convincente. No hay más salvación que amar entre tanta ruina. De acuerdo, pero... ¿no se da cuenta el autor de la incómoda disemia de la expresión "hacerlo"?
De todos modos, en poemas breves como estos hay más solidez, como en el siguiente poema, "Forja", (con la imagen que utiliza C.S.Lewis en El problema del dolor, del artesano que nos esculpe a duros golpes), ya que estas imágenes no tienen ocasión de multiplicarse, o de estirarse en exceso, como ocurre con los poemas largos. Y algunos del libro son, o se hacen, largos. Pero justo ahí, entre los meandros de imágenes y alegorías, aparece algún luminoso fragmento: Pero también quería, / impaciente, voraz, intempestivo, / más cosas, otras cosas: deseaba / todo el mundo de luces / y penumbras y sombras / distintas y cambiantes de la tierra. Toda esa estrofa del poema "Arrepentimiento" es muy emocionante, y da el tono justo de la idea que se presenta, con entusiasmo. Luego utiliza la técnica del anticlimax, sólo que alargando demasiado el final y el argumento, para de nuevo hallar, en la última estrofa, estos estupendos versos: regálate en el brillo de las olas, / contempla cómo crece su fulgor delicado, / cómo ocupa lentísima la luz el horizonte.
En el poema que hemos citado, y también en otros, como "Dos distancias", se recoge la idea más valiosa, a nuestro entender, de este libro: la de que la luz pasada, más que ser pasada, es menos luminosa porque ahora sentimos menos, estamos más ciegos, más opacos, menos receptivos. La poesía se tiende como un puente hacia esa luz, y a veces lo logra. Otras no pasa de ser un testimonio del fracaso. Y en esta introspección, en esa observación de las propias reacciones ante el mundo, y su conciencia del mundo, tiene el autor algunas de sus debilidades como voz poética. ¿Es posible abrir un poema de este modo,rolex replica y que no nos parezca ridículo?: Con profunda humildad abro una puerta / recogiéndome en mí, hacia dentro de mí.
Y en ese proceso introspectivo, aparecen las explicaciones categóricas, las ideas generales, que nos quieren ser presentadas como "dándose por supuestas": ¿Es que acaso no es digna cualquier vida? Esta idea, tan cierta, para ser poesía debe tener algo más que once sílabas y el acento en la sexta. Debe cobrar vida de algún modo. Y con este tipo de frases no lo logra. O en momentos en que el poeta, bienintencionado, se traiciona, y dice algo muy feo. Es el caso del poema en que habla de su padre postrado y enfermo, y de cómo él lo cuida. Está sobrado de explicaciones, de apología de su situación (los amigos recomendándole, sutiles, la eutanasia, y él resistiendo), y de repente, este verso: Lograr mi yo mejor es lo que busco. Estamos convencidos de que el autor, o el protagonista del poema –pues nada sabemos de la vida del autor–, cuando cuida al padre enfermo no piensa en su "yo" en absoluto, sino sólo en su padre. Pero la verbosidad explicativa, la argumentación, incluso el afán de dar una sana doctrina ante este mundo depravado, le traiciona. Y ahí muere la Poesía.
En resumen: en El cazador hay unos pocos versos hermosos, agazapados aquí y allá en la maleza de las largas alegorías, bíblicas o mitológicas o de propia invención. Versos que a veces se escapan justo antes de que los encontremos, por el ruido de los argumentos, por las largas pisadas de los poemas largos y farragosos, por las imágenes que se agotan en las largas carreras de esta cacería.
Jesús Beades