Pese al tiempo transcurrido, cabe seguir leyendo a Salvat-Papasseit. Por la frescura ingenua de su mirada, por el tono de vida tranquilizada que rezuman sus mejores poemas. La reciente edición bilingüe de su poesía completa en La poesía, señor hidalgo brinda esta posibilidad al lector en castellano con una nueva traducción de Jordi Virallonga. Si hasta el momento sólo había podido hacerlo a través de antologías –temáticas, insuficientes y ya prácticamente inencontrables–, esta ocasión se ofrece para apreciar la obra irregular y atípica de este autor sutil, musical.
Nacido en 1894 y muerto de tuberculosis en 1924, el valor poético de Salvat-Papasseit se deriva de una obra corta y desigual. Sus inicios poéticos e intelectuales nacen del caldo de la vanguardia futurista y dadaísta, swiss replica watches además de los movimientos normalizadores y de recuperación de la dignidad literaria del catalán posteriores a la Renaixença. Sólo que en él la exposición a la vanguardia resulta parcial y epidérmica, sin rasgos deshumanizadores, y casi más formal que de contenido. Avanzando desde esa vanguardia y careciendo de modelos para lo que pretende, Salvat-Papasseit se vuelve hacia la tradición, a la que añade el furor revolucionario y populista propio de su anarquismo militante. El resultado: una voz rara en su tiempo, personal y ecléctica, a la vez que profundamente ética.
Tras el tanteo de Poemas en ondes hertzianes (el libro más “canónicamente” vanguardista, con rupturas en la linealidad del poema, juegos de composición tipográfica, humor, ironía y absurdo), es a partir del segundo de sus libros, L’irrigador del port i les gavines, que Salvat-Papasseit da con la tonalidad y el espacio poéticos en los que mejor se desenvuelve: la cotidianidad de las barriadas cercanas al puerto barcelonés, matriz de su infancia y adolescencia. Se trata de un mundo matinal, recién estrenado, del que da cuenta un yo intensamente lírico, sincero y entusiasta. Es el ámbito que se desprende de “Tot l’enyor de demà”, “Res no es mesquì” y “Dona’m la ma”, en el que las cosas parecen ostentar una medida humana, justa, pese a la presencia insinuada de la enfermedad y la muerte.
Este tono de plácida celebración, ausente de toda exhuberancia, encuentra su forma natural en la canción tradicional, aunque enriquecida con cierta imagen ganada a la vanguardia. Canciones, epitalamios, nocturnos: los poemas parecen volverse progresivamente dúctiles, flexibles, musicales hasta desembocar (pasando por nuevos episodios de amor cotidiano como “Estenies la roba al terrat” en La gesta dels estels) en La rosa als llavis, gran poema celebratorio del amor maduro.
La rosa als llavis resulta el libro más redondo de los publicados por Salvat-Papasseit, el mejor sustentado. En él, el amado canta, con acentos clásicos, una naturaleza rica en frutos, sensual y física, plena para la perpetuación de la vida a través del amor. Salvat-Papasseit consigue inscribirse con él en la tradición de los poetas amorosos en catalán e iniciada con los trovadores. Sólo que rechaza cualquier intelectualización del sentimiento más allá de la pura carnalidad, y la entrega, en ocasiones sagrada, se culmina como rito de fecundación pagana que permite la aceptación de la muerte. La amada paciente de sus poemas se contrapone a un amante investido de fuerza pura, primordial a la vez que simple y gozosa. Si no existe la fusión inmortal de los amantes que pretendía “Marxa nupcial” (L’irrigador del port i les gavines), sensual y epicúreamente se alcanza cierto gozo. La medida humana que primero desplegaba el mundo ha pasado a ostentarla ahora el amor: viva el amor / la quería y la tomé.
Quedan sólo los coletazos del póstumo Óssa menor y Poemes esparsos: intensificación de los rasgos anteriores pero testimonio apuntado, culminación imperfecta de un encuentro mítico con la realidad. Aun así, poemas tan emocionantes como “Nocturn per a acordió” o “L’ofici que més m’agrada”, además de dolorosos estertores como “Omega”. La ciudad se aleja y es pesadilla, las imágenes se vuelven irracionales y amenazantes pese al amor. La muerte es inminente, la obra se acaba.
Daniela Martín Hidalgo