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Misterio de la vida y de la muerte

Eloy Sánchez Rosillo, Oír la luz, Tusquets, Barcelona, 2008.

Hay dos aspectos que determinan, a mi entender, la obra de Sánchez Rosillo y que hay que tener en cuenta para una valoración lo más ajustada posible, ajena a las estridencias que cierta crítica digital viene utilizando como banderín de identidad. Por una parte, se trata de una obra atomizada, es decir, que la obra poética toda de Rosillo es desarrollo coherente de lo que estaba ya contenido en su primer poemario. Y, por otra, nos encontramos ante una poesía en la que se detecta una multiplicidad de influencias tanto diacrónica como sincrónicamente, que la enriquece pero no la singulariza. Los numerosos estudios existentes nos permiten trazar una orografía de su obra en que predominan más los valles que las sierras, los cerros que las cordilleras, y que con la erosión propia del tiempo incluso éstas se han hecho transitables. Necesariamente tenía que ser así en un quehacer poético en que la crítica del mundo se minimiza y se da preponderancia al aprendizaje de lo cotidiano; en que impresionismo y simbolismo se funden en un poema en que la emoción tiene el papel predominante; en que la elegía despliega todas sus posibilidades y añade al lamento la celebración. No es que Sánchez Rosillo haya ido abandonando el tono elegíaco que le caracteriza, como algunos quieren hacernos creer, sino que ahora acentúa más uno de sus rasgos. En el poeta murciano, y esto es herencia del Romanticismo, vida y poesía están íntimamente entrelazadas. Los poemas de Oír la luz dan cuenta de su poética, del particular proceso creador y de la concepción vital que lo hace posible. Destaca aquí, como en gran parte de su obra, la honradez y sinceridad de sus versos. No elude mostrar las contradicciones que asolan su alma, las dudas que la asaltan, las convicciones que se tambalean. Es cierto que "su verdad" no siempre es la de los lectores pero, cuando lo es, qué adentro llega y se instala en una comunión de sentimientos. También se encuentran aquí todos sus tópicos, señal de que el autor es fiel a sí mismo y de que su poesía es auténtica. ¿Qué cabe esperar del poeta que cada libro suyo nuevo es negación del anterior? Continuidad que en Oír la luz es además suma. Hay ahora una mayor exaltación del misterio de la vida, pero también del misterio de la muerte, y no duda en presentar toda una propedéutica de indudables resonancias horacianas.

No son pocas las huellas de Cernuda, Brines, Gil de Biedma, entre otros dentro del ámbito nacional, detectables en la concepción poética y en el proceder de Sánchez Rosillo. Como Cernuda, el autor de Oír la luz conduce al lector –son muy variados los recursos utilizados para implicarlo- por el mismo camino transitado por él y le deja solo ante el resultado final. El poeta desaparece, elimina todo artificio verbal y pirueta intelectual, y presenta desnuda la vivencia. Responde a la certeza de lo que indicaba Eliot a propósito de Donne: que para el poeta metafísico inglés un pensamiento era una experiencia porque modificaba su sensibilidad. La luz, que ahora también se oye en referencia directa con la infancia, es usada con un proceder semejante al de Cernuda y Brines en juego opositivo con la sombra. La reflexión sobre el tiempo y el movimiento constante de la vida sin duda es heredera de la generación de mitad de siglo. Como en Gil de Biedma o Ángel González, sus poemas están transitados de veranos, otoños, inviernos, haciendo escala con frecuencia, y en esto se asemejan mucho al Cernuda de Ocnos, a momentos concretos de la infancia, periodo de la vida en el que lo racional tiene menos incidencia y encarna la existencia sin tiempo. Esta concepción de la poesía como expresión del recuerdo no hay que olvidar que es idea concientizadamente de origen romántico.

Jaime Siles ha dicho que todo poeta elegíaco es, y a la vez, un poeta metafísico y un poeta moral. La poesía de Sánchez Rosillo es ética, en la medida en que radica su dignidad en intentar comprenderse a sí mismo y aceptarse para así comprender mejor y aceptar a los demás: Y, al ser yo, me es posible ser los otros: / escucho en mí con claridad sus voces. Voces que también son las de la tradición. No es este autor ajeno a la Gran Tradición, contextualizada en la propia circunstancia, aun cuando el referente lo tenga en su entorno vital y no en aquélla. Como hiciera Biedma en Las personas del verbo al incluir un verso de Neruda en el propio discurso, Rosillo hace lo propio con una leve variante en el poema "Para que tú las oigas". Una tradición de la que, sin embargo, no hereda la reflexión sobre el lenguaje, o lo que Octavio Paz veía en Cernuda y no así en sus seguidores: la conciencia del lenguaje, esto es, sentir el vértigo que consiste en ver al lenguaje como signo de la nulidad. También supo ver Paz que el tono cernudiano era propio del habitante de la urbe moderna. Lo es ahora, aunque de manera distinta, el tono del autor de Oír la luz. Su afán por registrar lo nuevo de cada día, que por otra parte es de índole vanguardista y parece poner en práctica las directrices de Gómez de la Serna, no es sino intento de escapar a la muerte, de superarla. Repetir sería acortar la vida. Como dice en uno de los poemas más brillantes de este libro: No fuimos hechos para respirar / en la espiral del vértigo.

José Manuel Pons










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