Hay una obra especialmente reveladora de Jabès titulada Del desierto al libro, en el que Jabès es entrevistado por Marcel Cohen, y donde escribe: "La relación con el libro es primero pasional. Creer en el libro sólo sería esperar con todas nuestras fuerzas ser amado por él, tanto como él es amado por nosotros. Amar las palabras es también amarlas en su relación con las demás palabras. Entonces, lo que escribimos tiene la dulzura o la violencia de las palabras que nos unen".
Yo quisiera, para hablar de Jabès, no hacer más que una acumulación de citas. Todo lo que se añada sobre una obra tan directa y precisa la convierte ya en algo impreciso. Jabès llenó las palabras de vida, de aire. Gracias a escritores como él nosotros podemos permitirnos maltratarlas y pronunciarlas de cualquier forma.
Edmond Jabès nació en El Cairo en 1912, fue perseguido en varias ocasiones, y finalmente se exilió en Francia en el año 1957, después de que el régimen de Nasser en Egipto hiciera expulsar los judíos. Su obra queda dividida en varias series de libros, El libro de las preguntas, El libro de las semejanzas, El libro de los límites, El libro de los márgenes, divididos éstos a su vez en varios volúmenes, y dos libros independientes, El libro de la hospitalidad, y Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato, además de su poesía reunida en el volumen El umbral. La arena.
En la obra de Jabès confluyen de forma natural la historia judía, la filosofía de autores muy próximos a el como Blanchot o Levinas, y la poesía francesa del siglo veinte. Jabès pone a dialogar la tradición más antigua con las ideas más vanguardistas. En ella se compila de alguna forma la sabiduría y el viaje del pueblo judío, viaje al mismo tiempo individual y colectivo en busca de una verdad poética. Esta obra tiene un origen musical, de repetición. Una música no sólo de las frases, sino de la propia palabra repetida, ritmo visual, ritmo de las letras que adquieren vida propia en la página. Heredero de Mallarmé y de la idea de un libro absoluto, existen pocos escritores que hayan tensado de este modo los límites de la poesía, de los géneros literarios, y que hayan logrado plasmar el ritmo de la segunda mitad del siglo veinte, el ritmo de la herida. Acaso los únicos hayan sido, con Jabès, Maurice Blanchot y Thomas Bernhard.
Jabès es otro hombre, otro poeta desprotegido ante un siglo hostil, lleno de contradicciones y de desorden. La palabra de Jabès se eleva sobre ese desorden y sobre su propia vida, para ordenar de nuevo el mundo, para reparar la herida del siglo veinte. En Jabès encontramos la experiencia del ser perseguido por su condición de judío, depositario de toda la sabiduría de su pueblo, de los libros sagrados, de los rabinos reales o ficticios que pueblan sus libros, esa sabiduría que le enseña a exiliarse y a adaptarse, y por otro lado le obliga a no olvidar, a persistir en la lucha de su pueblo, a permanecer. La sabiduría de la obra de Jabès, o de la obra de Celan, es la sabiduría perseguida, y que finalmente resurge después del holocausto con más fuerza, con más luz, más firme que nunca. Una obra, por otra parte, nada complaciente con el pueblo judío, al que pone a prueba libro tras libro.
El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha está construido con máximas, como todos sus libros tardíos. Demencial es el mar al no poder morir de una única ola, Vivir es apropiarse de la subversión del instante y morir, de la subversión, irreversible, de la eternidad, La subversión odia el desorden. Es, en si misma, orden virtuoso opuesto a un orden reaccionario, No hay acciones excepcionales, sólo hay acciones naturales, pero, entre todas ellas, hay algunas superiores y otras mediocres, Todo pensamiento sobre la muerte experimenta la destrucción del rostro. No se puede pensar la identidad al margen de la nada, Subversivo ¿cómo ha podido pensar Dios que el hombre no lo sería con respecto a Él? Dios ha creado al hombre a imagen de su subversión. Lo que importa es cómo se llega constantemente a la revelación, la forma de permanecer en un estado de gracia. Pocos escritores nos hacen sentir que existe otro mundo más allá del que vemos, un mundo tan vasto que necesita a la palabra, y al escritor, para sernos revelado.
Entrar en uno mismo es conocer la subversión porque nosotros siempre vamos por delante o por detrás del mundo, porque estamos en otro lugar, o simplemente somos otro lugar. Esa frontera es la que hay que definir y reparar permanentemente, cada día.
El pensamiento poético es subversivo porque propone un conocimiento sin límite de uno mismo hublot replica y de los demás. Los libros de Jabès tienen la misión de llegar al sentido completo de una palabra o un concepto, en este caso, el sentido de la subversión. Finalmente su obra no es más que un diccionario en el que unas cuantas palabras son elegidas y adquieren un significado nuevo. La elección de estas palabras es el proyecto poético de Jabès y , en cierta medida, de cada uno de sus lectores.
En cada libro Jabès ofrece una historia, una imagen para resumir el mundo, un proyecto de vida para las palabras. En El libro de las preguntas quizá encontramos la historia decisiva de la obra de Jabès, su forma de explicar el mundo. Sara y Yukel, los amantes, son todo lo necesario para fundar una tierra nueva, un libro nuevo, una lengua nueva. Dos amantes que habrían de contener en si mismos todo el viaje, toda la sabiduría del pueblo judío, dos amantes que parten solos al desierto para engendrar una tierra nueva. La imagen que nos queda después de la lectura de El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha es la de un paisaje extremo, que en ocasiones nos evoca el origen del mundo y el fin del mundo, la sabiduría, la vastedad del desierto y del mar: una última profecía para el siglo veinte.
Nos hemos precipitado –decía él– al confundir las palabras obsesivas con las palabras clave. En toda su obra, consciente de la extrema dificultad que esto entraña, Jabès intentó distinguir las palabras obsesivas de las palabras clave. Y en esas estamos todos.
Pablo Fidalgo Lareo
Fotografía de Jacques Robert