La tripulación del Estrella es el último poemario de Juan María Calles, que deja oír una voz sustancial, una notable conciencia poética que labra poemas donde no están ausentes los registros de la afectividad, la confidencia existencial, la preocupación moral, la recurrencia filosófica, la memoria literaria, y el arduo trabajo de la palabra justa y significativa. Todo esto ya lo íbamos apreciando desde Silencio celeste –Premio Adonais, 1987- y los sucesivos pasos de su segura trayectoria, como en Viaje de familia –Fundación Mainel, 2002-, pero no es óbice que una nueva entrega sea una nueva y bienvenida iluminación.
Calles es un poeta de lúcida consciencia en el oficio de la escritura poética. La generación del 70, que bien conoce, ha dejado un magisterio muy inteligentemente asimilado y trascendido en la ineludible presencia personal que exige toda lírica de altura. Al mismo tiempo, sabe convocar una anécdota cotidiana, sea la contemplación de un cuadro -La tripulación del estrella-, unas ardillas –en el poema homónimo-, una caja de fósforos –que ve a través de un texto de Canetti-, o revelaciones sobre la amistad en un Café –“Café Europa”-, y abrirla en máxima exposición a una dimensión profundamente humana.
El poemario viene animado por una actitud romántica, que parte de un conocimiento del mundo desde la sencillez cordial y el mirar sorprendido -a menudo de aspectos inhóspitos y sombríos-, y se resuelve en voluntad transformadora. La contemplación de la eterna inquietud sobre el ser y el lenguaje comparece entre referencias a Heidegger, costumi cosplay anime y con él Calles reconoce un común antepasado ineludible en Hölderlin –“Cenizas de viaje (Hölderlin en Tubinga)”-, cuyas grandes elegías parecen resonar en algunos poemas. Una presencia adánica también recurre en poemas como “Ora et labora”, donde la sencillez de una mirada limpia sobre el mundo está dispuesta a cantarlo y así redimirlo en una visión positiva, plena de misterio, fulgurante. Versos especialmente bellos como "Sentado en el brocal de la ventana/soy cuerpo del otoño ensimismado/breve luz dolorosa de la edad/que es nómada en la tarde solitaria" –de “Nómada”- hermanan a su autor con el espíritu del Claudio Rodríguez de Don de la ebriedad.
Y esta fina resonancia de sensibilidades y palabras de poetas mayores tampoco se priva -o nos priva-, de una personalizada dicción clásica, que adapta el mejor latido métrico castellano a la sustancia del propio querer decir o cantar. Las varias, muchas y escogidas hebras que trenzan los poemas ejemplifican que la complejidad natural es antónima de la complicación artificial, que estamos leyendo a un poeta tradicional -si lo entendemos desde el iluminador ensayo de Eliot “La tradición y el talento individual”-, escuchando una voz nítida y necesaria. Que es mucho.
José Manuel Mora-Fandos