Szymborska, a la que Sarasua cita y con la que comparte alguna técnica así como el modo de tratar los temas, decía en su discurso de recepción del Premio Nobel: "Nos sorprende lo que se sale de una norma conocida y ampliamente aceptada, de alguna incuestionabilidad a la que estamos acostumbrados. Pero he aquí que este mundo incuestionable no existe en absoluto. Nuestra sorpresa tiene vida propia y no resulta de la comparación con nada". Esta sorpresa es el eje a partir del cual poder entender la obra de la autora bilbaína, levantada sobre una realidad en la que tampoco existe esa incuestionabilidad, una realidad que no gusta y que se anhela cambiar. Como Antígona, portavoz de las leyes no escritas, que apela con su vida a los dioses para que se adecuen a la nueva realidad que su sacrificio representa, de tal modo que divinidad-estado sigan unidos, pero ahora con una nueva dimensión vital incorporada, Sarasua, que en este aspecto coincide con la propuesta religiosa de Otto, y posiblemente deba mucho a la miscelánea visión de su homenajeado Valente, no duda en hacer tambalear sutilmente, y con la lógica humana que acompaña a la heroína griega, las concepciones abigarradas y, a veces, tan politizadas —el recuerdo aún reciente de varias décadas de dictadura no hace sino evidenciarlo—, del hecho religioso. No podía ser de otra manera en una poetisa que concibe la libertad como lugar de encuentro, libertad representada en la naturaleza, campo sin puertas, espacio sin tiempo. Libertad schilleriana, alcanzada a través de la estética, que halla su eco en estos versos. Y si la sorpresa es el eje articulador, el título de la obra es la pauta de lectura: belleza que apela, música que llama a la puerta de tu alma.
La clave del éxito de Música de aldaba, ocupando los primeros puestos en las listas de ventas durante varias semanas, aunque todavía no ha recibido la atención debida por la crítica, se debe a una originalidad que descubrimos enraizada en la fidelidad a la propia voz. Una voz generosa con el lector, al que sabe incorporar a su mundo y con el que comparte confidencias. La complicidad que se establece entre lector y autor nace, en parte, del tratamiento tan directo que se hace de los temas. Alguien podría calificarlo de a-poético, si aceptáramos esas categorizaciones. Y es que Sarasua no tiene miedo de mirar la vida tal como es y de descubrir la verdadera naturaleza del ser humano, describiéndola en toda su desnudez. No tiene ningún reparo en decir, si así lo requiere el poema: y qué iba a contar Carlos sin su músculo / invalidado ya entre sus piernas o ¿Quién ronca a ripio limpio? / Al fin, ¿qué somos? ¿un esbozo de qué? A la vez, se tiene la certeza de que su modus dicendi responde muy bien a las necesidades expresivas del lenguaje, aun cuando su herencia barroco-simbolista pueda levantar alguna sospecha. Abundan las condensaciones sensoriales, las sinestesias, que son las que contribuyen al dinamismo que caracteriza a toda la obra, así como a su carácter abierto. Aunque concibe una práctica poética reflectora y reflectante del pulso de la vida —no en vano son numerosos los poemas de ámbito urbano—, bebe, sin embargo, de las fuentes del don, del don que medio siglo antes había cautivado ya a Claudio Rodríguez, y que tiene un origen ultraterreno. Característico de esta autora, por otra parte, es el tratamiento conjunto que hace de ironía, melancolía y memoria. El recuerdo que hace de su pasado no está exento de una sonrisa irónica hija de la experiencia acumulada, pero acompañada de la misma mirada melancólica con la que acostumbramos a ver las fotografías de la infancia. En este aspecto vemos también lo deudora que es su poesía del Simbolismo. Sin embargo, cuando se trata de hablar del presente de la sociedad, el sarcasmo es el recurso elegido: porque esta sociedad resuelta en lentejuelas / encarga su intendencia a glúteos levadizos, / máster en idiotez, / pechos con arbotantes, / gominas de diseño.
Son muchos otros los aciertos en los que no me puedo extender en la reseña de esta obra: dominio del ritmo; estructura equilibrada, con una división en partes cuyos títulos responden acertadamente al motivo musical del brillante poema que abre el libro (creo que pocas veces una onomatopeya, como la del título de este primer poema, ha sido tan elocuente); variedad de recursos y riqueza de vocabulario; combinación de poemas narrativos y expositivos con "poemas estampa", en los que con muy pocos trazos da una imagen completa del lugar descrito… Finalmente diré que, aunque no es el registro lírico el predominante de Música de aldaba, su autora se muestra una auténtica maestra en el uso del mismo:
Currículo para una isla
Mar con rejas.
Cadena perpetua, mar,
volcanes en tu heráldica.
Madre lava, madre sin hijos,
madre,
negro contra la luz
en pugna abierta.
Pasaje para el viento:
el único que escapa.
Cadena perpetua en tu belleza,
Lanzarote.
José Manuel Pons