Edgardo Dobry nació en Rosario (Argentina) en 1962 y vive en Barcelona desde 1986. Poeta, ensayista, traductor (Agamben, Calasso, Penna…), Cosas es su cuarto poemario; antes ha publicado Tarde de cristal (1992), Cinética (1999) y El lago de los botes (2005). La crítica ha adjudicado a Dobry la etiqueta de "poeta raro", etiqueta que hoy día es más elogiosa que taxonómica, más una bendición que una tipificación. De hecho, hay muchas maneras de ser un poeta raro, y a priori eso no dice mucho al lector, salvo que acaso valga la pena leerlo. Leemos Cosas, y nuestra experiencia corrobora la justicia de esa distinción.
En una entrevista concedida el pasado mes de marzo a Marta Agudo para Ámbito cultural, el poeta explicaba así su nuevo poemario en relación al anterior, El lago de los botes: "Entiendo la poesía como una búsqueda o riesgo, porque creo que un artista debe hacer lo que todavía no sabe hacer, lo que aprende a hacer haciéndolo. El lago de los botes tenía un sesgo narrativo pues conformaba, en cierto modo, una suerte de relato autobiográfico, con una deliberada parte de humor (…). En Cosas, en cambio, el movimiento es centrípeto, va hacia adentro del poema, intenta plegar o desplegar la palabra como una materia densa, que a veces fluye y a veces se agruma, como en algunas obras de arte contemporáneo o, quizás, como en varias superpuestas (pienso, por ejemplo, en la escritura continua, autofagocitada, de un Pollock, y en las resinas rebosantes de un Tàpies). Si tuviera que resumirlo mucho diría que El lago... es un libro de paisajes y Cosas es un libro de pasajes. En un caso se trataría de escenarios —horizontales— y filiaciones —verticales— y en el otro de transiciones, de zonas intermedias entre amor y soledad, vivos y muertos, sentido y opacidad, día y sombra, yo y ya no yo".
Entre los brevísimos ochenta y tantos poemas de Cosas hay poemas nítidos y poemas oscuros, versos brillantes y versos indescifrables; muchos temas, motivos e imágenes. Con las pistas que el poeta proporciona en aquella entrevista el lector entiende, al cabo, que en Cosas son las cosas lo de menos: el referente real es a menudo circunstancial, y lo importante es su elaboración poética. Teniendo esto en cuenta, ciertos poemas cobran un valor especial, como decodificadores del sentido profundo del conjunto del libro: precisamente aquellos que tratan sobre la labor poética. Esos metapoemas son, por lo general, de un crudo pesimismo, y manifiestan la desconfianza de su autor respecto a la virtualidad de la palabra poética. Un poema habla de los versos como de rebabas de la boca sin calibre. Otro confiesa:
Qué mal quema
—no rinde la explosión—
la máquina del poema
—óxido de expresión.
Hay otro que, si fuera el primero, podría ser descorazonador para el lector: No salgo de lo que digo. / Nadie entra en lo que digo. Y aún quedan otros, en fin, que ostentan un tono más melancólico que desesperado; como éste, cuya imagen es de tal eficacia que viene a contradecir, paradójicamente, ese pesimismo metapoético —y a confirmar, por lo mismo, la admirable "rareza" de este poeta—:
A veces cuesta evitar
que en la foto aparezca
la sombra del fotógrafo.
Pero lo más difícil, siempre,
es olvidar lo inolvidable.
Gonzalo Salvador