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El jardí­n no es zen

Alberto Santamarí­a, Pequeños cí­rculos, DVD, Barcelona, 2009.

Te parece que referirte a todo esto no va a ser sencillo. Pero, ¿referirte a qué? Has entrado en el libro como por una casa estridentemente ordenada, así los versos de este poemario, así su imaginería. Si este es un hogar (¿y quién dijo que lo fuera?), Santamaría ha seguido el orden de un niño ajeno al absurdo, ha colocado la vida por colores, las cosas por metonimia; en el armario zanahorias, guantes naranjas y conos de obra; un anaquel que sirve de excusa para la cercanía del papel de cocina, cuchillos perfectos y un disco de Johnny Cash. El vino, el queso o la fruta están en bolsas listas para llevar a algún sitio y toda toalla de verano envuelve un libro de Marx y algunos restos. No va a ser sencillo, y acudes al pequeño jardín zen que te regalaron quién sabe en qué arrebato místicodeikea y que sirve tan sólo como juguete a las visitas y elemento de despiste para unos gatos que ven una nueva caja de arena en la que parece no estar su nombre.  Y allí, trazas círculos pequeños.

El libro que a Alberto Santamaría le ha hecho merecedor del XXXV Premio de Poesía Ciudad de Burgos se mueve en las afueras, las geográficas, las de la memoria o el lenguaje. El entorno está alejado de un núcleo asumible; todo ocurre en un extrarradio tendente al desconsuelo (hay algo místico / (y tóxico) / en esa montaña), al que llegan todos los abandonos (la higuera crecía pálida entre dos grandes bidones de ácido y una hermosa montaña de hojalatas sobre la que alguien había lanzado un par de colchones con demasiadas historias). Expone las trampas del recuerdo (Es como ver un antiguo episodio de alguna de tus series favoritas, un episodio que crees recordar perfectamente y que al verlo de nuevo, después de mucho tiempo, compruebas que realmente lo habías olvidado. ¿Conoces esa sensación? No es placer, ni siquiera asombro). Hay una continua preocupación por los sistemas de comunicación, por el cómo para el qué (Lo que yo diga no importa nada, nada. (…) De mi cocina / sale humo / en un idioma / que desconozco).

Pero además de esas afueras, del escenario postindustrial (Edificios abandonados / de piedra gris. Ceniza que crece en algún lado, / larvas quizá de la costumbre.), o de la exhortación al recuerdo como fórmula para salir de un platónico túnel (o de El Incal, de Jodorowsky y Moebius), hay un juego al interior. El círculo con su espacio de dentro, el hueco como este jarrón / que descubre / delicadamente / en su interior / el vacío.

Te atreves a decir entonces, aun surcando proyectos de esfera o de mentira con la arenilla, que se habla de los bordes porque asusta el terreno que estos guardan, o que el lenguaje hace de bordillo para la memoria, un bordillo con el labio manchado de sangre.  Con todas las cualidades que no tenemos (y la certeza de que nadie vendrá a rescatarnos, que se desprende del terrible tríptico de "La magia") la vanidad se parece a la mano que talla / sin misterio / el estómago de las cosas.

Quizás estos círculos son conjuntos, comunicados como una cadeneta que no contempla la pesada máquina de coser a pedales. Y en ese juego, el tú —un amor que puede salvar y es también huidizo, es necesario escapar del vientre de las olas— se transforma en jarrón, la fruta se convierte en icono de suerte en una máquina tragaperras, la lluvia, las huellas de los pies desnudos en la habitación… Todo se contamina y retroalimenta. La cena se presenta como el continuum de un instante. La ventana no sirve. Las fotografías no responden.

Recuerdas los dolores de cabeza infantiles, como un engrudo grisáceo que te iba conquistando hasta la córnea, vuelve también la sensación metálica en la boca, algo que se desprende. Parece que esos pequeños círculos no son relajantes.

Cuando se entra en el minucioso caos, chiquito como un esbozo, que Alberto Santamaría crea en Pequeños círculos, ya no se puede sacudir uno todo lo que se ha ido quedando. Es el riesgo que corren los lectores —que aconsejamos corran raudos— cuando tienen la suerte de encontrarse con un libro tan bueno como éste.

Sofía Castañón










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