La última pleamar de 2005 dejó sobre la arena de las librerías una buena noticia literaria: el nuevo poemario de Miguel d’Ors, tras un paréntesis de casi siete años. Un título crepuscular que parece asumir la proximidad del silencio y de la vejez (sobre los que d’Ors hace algunas consideraciones serias, además de otras de tono más jocoso) y que está compuesto por tres partes.
La primera es tal vez aquella en que más reconocible resulta la imagen de d’Ors para el lector de su obra anterior: un universo melancólico vinculado a una geografía personal, un ruralismo galaico, el álbum de familia, el juego de azar y necesidad que oculta la Providencia y la propia capacidad de la poesía para eternizar el instante, como acontece cuando el poeta se enfrenta a ese paisaje idílico y familiar. Sólo que, en congruencia con esa condición crepuscular del título del libro, la “eternización de lo efímero” se contempla ahora desde una apertura a la trascendencia: “Acaso en el futuro algún desconocido/ llegue a estos versos y/ en ellos os contemple, viejo monte Coirego,/ aguas del Almofrey, con los ojos del alma./ Yo, olvidado y sereno, estaré ya muy lejos,/ pero sé que aquel día/ en aquella mirada ajena e insospechada/ todo este amor palpitará de nuevo”. La segunda y la tercera partes se dedican a dos inquietudes también constantes en la poesía de d’Ors: el amor humano y Dios. Un amor humano hecho de biografía, de dilatación en el tiempo y no de escarceo ocasional, pero que no excluye la pasión de contemplar cómo “tú, colgada de mi ropa, ruges/ como rugen las bestias en los documentales”. Y un Dios que suscita gratitud y humildad, autoconocimiento y, una vez más, conciencia de atisbar sólo el envés de la vida, a través del tema de la Providencia: el poeta contempla con vértigo cómo “aquel/ niño para el que el mundo/ era solo un tumulto de ocas, gansos y patos,/ tenía ya asignado en su futuro,/ en un día y una ciudad insospechados,/ el minuto radiante de belleza/ que habría de inspirarle este poema”.
Sol de noviembre ofrece argumentos tanto para quien quiera ver en sus versos una continuidad con el poeta que se reveló en los setenta y recibió el espaldarazo definitivo en lo ochenta, como para quien prefiera advertir en ellos el cambio de rumbo que anunció en los noventa. Coloquialismo, sentimentalidad, claridad y humor siguen aquí -junto con rasgos característicos de d’Ors como determinados juegos de ingenio, la afición a los topónimos, los temas del buen salvaje, del terruño local, la Providencia y el linaje- pero en un tono más diseminado y menos condensado que en series como las celebradas Lecciones de Historia o los poemas de Curso superior de ignorancia. Y otra diferencia: contra la indignación o la exasperación de antaño, cada vez más se vislumbra en la poesía de d’Ors una actitud serena y paciente, sin por ello resultar ajena al drama humano. Noticia de un maestro.
Gabriel Insausti