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La magia de la coloquialidad

Diana Bellessi, Tener lo que se tiene, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 1202 pp., 2009

Este volumen de tamaño inusitado en una colección de poesía recoge la vasta producción poética de una de las voces mayores de la lírica argentina actual, Diana Bellessi. Sus entregas configuran todo un recorrido denso y sugestivo que va desde Buena travesía, buena ventura pequeña Uli (1974) y Crucero ecuatorial (1981) hasta el libro inédito que da nombre al volumen.

El lector se enfrenta aquí a un dilatado itinerario que asume tanteos y encuentros, siempre dentro de una búsqueda ligada a una poética de la oralidad. Los primeros libros, por ejemplo, Crucero ecuatorial, adoptan la voz colectiva de las gentes de América. Distintas historias, escenarios y personajes asoman en estos poemas: las locas de la Plaza de Mayo, un capitán de barco por el río Amazonas, un hotel de citas en Lima o las ruinas mayas de Tulum. Este recorrido iniciático por el continente da paso más adelante en su conformación de una poética de las voces colectivas cuando llegamos a Tributo del mudo, en donde se incluye una breve pieza dramática, Ulrico, de tema histórico.

A mi modo de ver, un hito importante supone Eroica (1988). Aquí es patente la voluntad de ascesis formal, subrayada por el hallazgo del verso breve y el espacio en blanco. Al mismo tiempo, sale a la luz la búsqueda de un más allá, que en realidad es un más acá, a través del amor lésbico y erótico que da nombre al libro: Soy la primera que / penetra aquí / y aquí entró / la especie entera / ¿Qué hay detrás? / ¿Cuándo deje acaso / de elegir a salvo / la rosa ingenua del día?. Ese ejercicio de condensación de la palabra, creo, permite que en los libros siguientes Bellessi obtenga con gran acierto un lenguaje austero y llegue a transmitir la fascinación por un universo rico y sensual:


Abril es oro
y mayo rojo
siena de junio

y descarnada
luz, julio, sueño
preñado en su
agosto verde
inicial.
Puntas
que estallan luego
cuando entero
posa septiembre
la filigrana primaveral.


En sus últimos libros, Diana Bellessi juega con firmeza la carta de la oralidad, vértice difícil en el que sostiene el efecto poético, la mirada que trata de descubrir un halo de belleza en un instante apenas definido: unos segundos escuchando las ranas en un lago a medianoche, el despertar perezoso de los amantes, los celajes de un frente de tormenta o el espectáculo de la mesa recién servida. La idea es renovar la mirada como transforma un bosque / invisible cada cosa / día a día donde nadie / lo ve hasta que el ojo / ingenuo y bienamado / niño se sorprende ahí / "ese árbol esa flor ese / pájaro entre las hojas!" señala con asombro / el dedo de Dios… El reto poético sería, pues, conseguir la revelación a partir de la transmisión de la experiencia de la forma más inmediata posible. Con ajustada coherencia, Bellessi se sirve de materiales pobres: un léxico sobrio y una dicción próxima al habla coloquial de su entorno. Se trata, por cierto, de una decisión más radical de lo que pareciera en un principio, y esto lo señalo desde mi limitación de lector foráneo. La tradición poética argentina, a diferencia de lo que ha sucedido con la narrativa, se ha resistido más tiempo, por ejemplo, al empleo del voseo. Sólo a partir de la década del sesenta del siglo pasado, la poesía argentina empieza a admitirlo con naturalidad, aunque algunos autores más conocidos internacionalmente (Juan Gelman o Paco Urondo, sin ir más lejos) no se prodigan en su uso. Creo que es el temor a no cruzar la frontera de la emoción lingüística lo que produce ese disimulo del "vos" en algunos poetas argentinos. Se trata, creo, de un temor fundado, ya que la coloración afectiva de las palabras o las sugerencias derivadas de una determinada entonación, determinan profundamente la recepción de tal o cual poema. Bellessi, al parecer, ha ignorado con honestidad esta cuestión y ha tomado la dirección, acaso correcta pero arriesgada si se desea conectar con un lector no rioplatense, de no forzar su voz. "La poesía de Diana Bellessi no es una poesía coloquial, pero sí respirada", afirma Jorge Monteleone en un prólogo ineludible. Ciertísimo: uno adivina el ritmo interior de la autora. El problema reside en que a veces ese fraseo, para ser auténtico, exige una formalización cercana a las vivencias directas, cotidianas, y, en definitiva, a un habla colectiva de fuerte e inconfundible personalidad. En consecuencia, la voz de la autora pueda llegar a sonar algo ajena a un lector no rioplatense. En "Montevideana" se lee: "¡Nos salvamos en el anca / de un piojo!", me sabías / decir mi amiga, yorugüa / linda. Íbamos de turcas, / vos llevabas libros, discos / y aquella extraordinaria / voluntad: sobrevivir / Yo las ganas de esas rutas / encendidas y un bultito / de bijouterie comprado / en Once. Al margen de la factura formal de estos u otros versos, cabe preguntarse si es posible la sintonía, la íntima complicidad, si al lector le falla la música interna con que se escenifica la composición. Tal vez el problema es, lo subrayo, extrínseco al propio poema, y no puede extenderse a toda la obra de Bellessi. Pero no dejará de ser un obstáculo para unos cuantos lectores.


Javier de Navascués










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