De inicio a fin: un poemario sobre el amor, una planta / de tallo subterráneo ("Acaule"). Es más: un libro de poemas de amor, en el que se ama desde lo hondo ("Desde dentro"). De amor rendido, de veneración por el otro, de asunción del amor como un elemento fundamental de la vida, casi como porcentaje alto de lo que nos construye: sobre mis hombros / llevo puesto el amor (…) ("Manto"). Nada más antiguo y, sin embargo, pocos ejercicios más arriesgados —acechan el lugar común, el peligro de la cursilería— que consagrar un libro al amor, a la relación feliz, sin que medien el desengaño o la soledad. Amor, sin más: Amor en vela.
rolex replica watches Carmen Plaza divide el poemario en tres bloques, "Vigilia", "Presagio" y "Resplandor", de similar tono, misma temática y varia extensión, rondando los veinte poemas cada uno. La imagen del título, el amor en vela —ese que, en el texto que cierra y titula la obra, se convierte / en centinela audaz del infinito—, despierto siempre, se repite puntada tras puntada, tejiendo una línea de cohesión (con el amor, mecha de la llama, aparte): Por favor, no me mires. / No quiero / que se haga de noche / tan temprano, hila en "Negro"; Abre los ojos. Mírame / como si no me conocieras, ruega en "Instante de lucidez". Amor en vela, así, se revela como la obra de alguien que conoce el oficio, domina el lenguaje y trabaja desde la conciencia de que un poemario no se limita a reunir poemas, sino que aspira a crear un mundo, un todo.
Un aspecto de Amor en vela,breitling replica esbozado sólo en el primer poema y en otro hacia el final, me queda incompleto: el desarrollo del concepto de la palabra carnal, de la palabra como otro amante (¿se habría convertido Amor en vela, entonces, en un poemario de amor a la propia escritura y a la propia poesía?), del lenguaje como materia, y sobre todo como materia amada. Mastico una palabra. Palpo el mundo, / lo recupero del abismo. // Muerdo tu nombre. (…) // Si es amor, que se mantenga en vela, leemos en "Vigilia"; Invento la palabra, / la asciendo hasta la boca, / la limpio de hematíes, / y te la ofrezco al fin / para que puedas / mecerte en su regazo, continúa en "Invento la palabra". En un poemario tan extenso y —al mismo tiempo— ceñido a un eje único, quizá el lector habría agradecido ese segundo camino, ese respiro breve pero tangible, acorde a la obsesión de Amor en vela.
Frente a estas ganas de lectora, que no tienen por qué coincidir con la intención de la autora, lo saciado: me gusta cuando Carmen Plaza olvida que se enfrenta a un poema, escribe sin obedecer las reglas de “lo poético”, y recupera el tono popular —En tu barca te escondes / de mí y de la tormenta. / De nada ha de servirte / porque a bordo me llevas ("La barca"); Tu llamada funde el mundo, / lo deja a oscuras / y de nuevo lo creas / en la penumbra ("Llama"); o Que me den otro mundo, que no quepo ("Gozo")— o se expresa con la simplicidad que asigna al amor —Comer el pan es abrazar la tierra. // (…) Es tan sencillo amarte / como amasar el trigo ("Campo de trigo")—. Suponen, a mi juicio, los momentos más altos de Amor en vela: aquellos que no obedecen a ningún canon, que exhiben su libertad y abren —lectura en vela— los ojos. Escribe Carmen Plaza en "Amor ciego": Erró la hora. // Se adelantó la luna/ cegada por el sol / en los dos ojos. // Uno debía / avizorar la senda. / El otro, espía permanente, / bien ciego está. // Que así se quede. Amor en vela arriesga, y no cae.
Elena Medel