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Desde una tierra apasionada

Mario Campaña (Ed.), Pájaro relojero. Poetas centroamericanos, Galaxia-Gutemberg, Madrid, 877 pp., 2009

No siempre se recuerda lo suficiente que la poesía moderna en castellano pronunció sus primeras palabras en un rincón perdido de Nicaragua. Rubén Darío, a quien tantos estudiantes españoles han estudiado equivocadamente como si perteneciera a su propia literatura, fue el iniciador de una tradición poderosa que, sin embargo, no ha alcanzado la nombradía de su padre fundador. Y no hablamos de falta de medios expresivos ni de ausencia en el cuidado de la palabra. Esto escribe, por ejemplo, Ernesto Cardenal:

No sé quién es el que está en la nieve.
Sólo se ve en la nieve su hábito blanco,
y al principio yo no había visto a nadie:
sólo la pura blancura de nieve con sol.
El novicio de la nieve apenas se ve.
Y siento que hay Algo más en esta nieve
que no es novicio ni es nieve y no se ve.

Y esto otro Ernesto Mejía Sánchez:

Esto no es epitafio ni elegía. Ella
dice a veces las palabras que yo mismo
le pongo al filo de los labios.
Yo también hablo en ellas. Si recorro
los días, la tierra que pisó, ahí estará
mi huella confundida, levantándose,
creciendo como la suya del lado de la muerte.


En la selección preparada por Mario Campaña, aparte de los citados, se incluyen Salomón de la Selva, José Coronel Urtecho, Luis Cardoza, Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, Joaquín Pasos, Otto-Raúl González, Roque Dalton, Claribel Alegría, Alfonso Kijadurías y Ana Isabel Ruano. Como suele suceder con las antologías, nadie negará que sea una nómina interesante, a la par que discutible. Por un lado, llama la atención que de los trece poetas antologados, siete sean nicaragüenses, cuatro guatemaltecos y dos salvadoreños. No hay, por tanto, representación de la poesía de Honduras, Panamá y Costa Rica, nada menos que la mitad de los países que componen América Central. No es que uno sea muy partidario de las cuotas de ningún tipo, pero podemos preguntarnos si tanta es la superioridad del otro cincuenta por ciento de Centroamérica. De otra parte, hay dos nombres (Alfonso Kijadurías e Isabel de los Ángeles Ruano) que no han conquistado todavía un consenso tan grande como para incorporarlos al lado del resto, compuesto de poetas de referencia en la región. Por cierto, no tengo claro, a la vista de los textos que Ruano o Kijadurías hayan llegado a la estatura de un Cardenal, un Dalton o incluso un Mejía Sánchez. La única explicación para estas perplejidades está en que, como aclara el prologuista, se ha buscado ante todo un criterio personal, con todo el peligro que ello supone, porque un volumen como éste debiera quizá cubrir ese déficit de difusión que padece la poesía centroamericana fuera de su lugar de origen. En definitiva, estamos ante una antología valiente, si la leemos desde nuestro lado más amable, y arriesgada, si no seguimos a pies juntillas las complacencias del antólogo. Personalmente la exclusión de algunos nombres (Gioconda Belli, sin ir más lejos) me lleva hacia la primera opción, la de la valentía y el buen gusto, igual que la misma selección de la mayoría de los poemas. En la parte destinada a Ernesto Cardenal, por ejemplo, se ha dado justo margen a Gethsemany. Ky., un magnífico libro injustamente postergado por muchos, a veces incluso por su propio autor. También es un acierto la publicación íntegra de dos poemarios originales y poco accesibles: El soldado desconocido (1922) de Salomón de la Selva y Maelstrom. Films telescopiados (1926) de Luis Cardoza y Aragón. En particular, el primero de ellos sorprende gracias a la extraordinaria actualidad de su decir poético y a la calidad de la experiencia que allí se cuenta. Con la frescura de los poetas de hoy, Salomón de la Selva hace un recuento de sus vivencias como soldado voluntario del ejército británico durante la Gran Guerra. Y el saldo final es un testimonio escalofriante que recuerda, por su temática y su lenguaje, a cierta poesía inglesa de entreguerras y, sobre todo, a la norteamericana de la época.

De todas maneras, sean compartibles o no los criterios personales del editor, lo cierto es que esta antología ofrece una imagen de la producción poética de América Central que influirá en los lectores. Por eso es tan importante la información que éstos reciban. En este punto tampoco la balanza se inclina hacia un único lado. En el haber, sin duda, está la sólida bibliografía del final. En cambio, me temo que el prólogo, aunque desprenda erudición de sobra, se desencamina en ocasiones. Ciertamente la poesía centroamericana tiene como rasgo característico "su apasionado y apasionante carácter renovador, su falta de adhesión definitiva a formas prestigiosas" (p. 15). Lo malo es que esto, dicho así, sin mayores precisiones, se aplica perfectamente al resto de la poesía hispanoamericana del siglo XX. Más ajustada es la afirmación de que la poesía y la política han ido de la mano en la región, hondamente marcada por el espectáculo espantoso de las dictaduras y el imperialismo yanqui. A lo largo del siglo pasado, el escenario más cruel de atropello, violencia y miseria de toda Hispanoamérica se concentró en el istmo, y sus poetas no fueron indiferentes ante lo que pasaba a su alrededor. En el prólogo, Mario Campaña repasa el compromiso de unos y otros con distintas opciones políticas que van desde el nacionalismo hispanófilo a la izquierda revolucionaria. Así nos enteramos de las ideas y los versos de un Alfredo Balsells Rivera, un Francisco Méndez, un José Luis Quesada o un Rigoberto Paredes, autores que luego no se incluyen en la antología. Todo esto estaría muy bien (acaso se trate de proporcionar algún protagonismo a otros nombres de valía), si no fuera porque, en cambio, casi no se da noticia alguna de la mayoría de los poetas realmente antologados: Ernesto Cardenal, Claribel Alegría o Carlos Martínez Rivas son situados generacionalmente y catalogados de acuerdo con sus tendencias políticas; Pablo Antonio Cuadra merece un párrafo de media página, pero siempre para recordar unas declaraciones fascistoides; Roque Dalton es citado dos o tres veces y sólo se evoca de él su famoso y trágico final a manos de sus propios correligionarios; José Coronel Urtecho, Salomón de la Selva o Luis Cardoza consiguen mayor atención, aunque su tratamiento más extenso no hace sino acentuar la impresión de descompensación de todo el prólogo.

Al comienzo me referí al papel fundamental de Rubén en la renovación del lenguaje lírico de nuestro idioma. Ahora bien, si es obvio el origen nicaragüense del líder del modernismo, no parece menos evidente que éste tuvo que viajar primero a Chile, luego a Argentina y por último a España, para triunfar en el mundo hispánico. Periferia entre las periferias, la región que vio nacer a Rubén Darío porta un nombre paradójico: América Central. Su poesía debiera abandonar el puesto relativamente marginal que se le ha adjudicado y ser mucho mejor conocida en otros lugares de la lengua. A pesar de las reservas que acabamos de anotar, un libro como éste, útil y sugerente, permitirá un acercamiento feliz a quienes se interesen por esta tierra apasionada.

Javier de Navascués










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