Jorge Eduardo Eielson, Poeta en Roma, Visor, Madrid, 248 pp., 2009
Al fin se edita en España una porción significativa de la obra de Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924-Milán, 2006), acompañada en este caso de introducción, nota biográfica y entrevista a cargo de Martha L. Canfield. Eielson ha sido uno de los escritores más polifacéticos de la literatura peruana, o tal vez hispanoamericana, de la segunda mitad del siglo XX. Además de poeta, narrador y dramaturgo, ejerció de pintor, escultor y músico. Su labor poética la compaginó con una reconocida carrera como artista de performances que le permitió exponer en lugares tan prestigiosos en Italia como la galería del Palazzo delle Stelline de Milán, o fuera de ella, como el MOMA de Nueva York. Asimismo, su curiosidad por toda clase de manifestaciones del espíritu humano lo llevó a interesarse por las relaciones entre la ciencia actual y la poesía, o por las culturas precolombinas, su cosmovisión, su historia y sus expresiones artísticas.
Todavía joven y con una obra temprana de sorprendente solidez, el poeta viajó a Italia, donde se estableció definitivamente en la década del cincuenta. En esta época de su vida se definió su estilo más personal. La edición preparada por Canfield se detiene justamente en el arco temporal más interesante de la obra de Eielson, el que va en diez poemarios y plaquettes desde la publicación de Habitación en Roma (1952) hasta Arte poética (1965). En poco más de una década de vida en Roma, el poeta se fue despojando de su utillaje literario anterior, por lo demás muy rico y sugerente, y descubrió una expresión más suelta y eficaz. En estos años escribió libros fundamentales como Habitación en Roma (1952), Mutatis mutandis (1954) y Noche oscura del cuerpo (1955), además de apuntalar su universo lírico de forma definitiva. Para Eielson, desde sus primeros libros, la poesía levanta acta de la destrucción irreparable de todo. Hasta la misma palabra poética se ve amenazada por la muerte:
¿sabes tal vez que entre mis manos las letras de tu nombre que contienen el secreto de los astros son la misma miserable pelota de papel que ahora arrojo en un canasto?
Pero el fin del individuo no significa la aniquilación del mundo: la desolación convive con la exaltación de los sentidos. Cuando Eielson llega a Roma, se encuentra con una ciudad tan fascinante por la belleza de su pasado como angustiosa por la miseria de la postguerra. Desde su Habitación en Roma el poeta se interna por las calles eternas de la ciudad en procura de una señal de trascendencia en medio del espacio cotidiano. Así, se encuentra "buscando a dios / entre las patas de una mesa" y por el camino se detiene a contemplar lugares y monumentos que dan nombres sucesivos a los poemas: "Albergo del solei", "Via Veneto", "Piazza di Spagna", "Via della Croce", "Puerta Flaminia", etc. Sin embargo, la desesperación ante un entorno moderno y alienante escenifica los versos del primer libro romano de Eielson. Sólo a veces, en medio del desamparo, el poeta apela al humor, a la naturaleza o a los mitos del paganismo para consolarse en medio de la ausencia de humanidad de un espacio empobrecido y ruidoso, pues no es otra la imagen que transmite de Roma: "mediterráneo ayúdame / ayúdame ultramar / padre nuestro que estás en el agua / del tirreno / y del adriático gemelo / no me dejes vivir / tan sólo de carne y hueso".
En este libro y en los siguientes, brotan tensiones que el poeta expresa de forma magnífica: el eros y la muerte, el espíritu y la materia, el silencio frente a la escritura. La balanza acaba inclinándose por el lado del impulso erótico y la materia, únicas realidades a las que someterse con entrega total:
de qué sirve la tierra sin tu cuerpo de qué sirve la tierra sin mi cuerpo de qué sirve mi cuerpo sin tu cuerpo y mi cuerpo y tu cuerpo son de tierra tierra más tierra nuestros hijos tierra con redondez la tierra y todo lo que existe sobre la tierra tierra tierra tierra tierra
Imposible no mencionar aquí otro texto sustancial incluido en el volumen. Me refiero a Noche oscura del cuerpo, cuyo título parafrasea a San Juan de la Cruz, aunque en la óptica que le interesa a Eielson, la de la carne. Ahora bien, al mismo tiempo que se afirma la condición material del hombre, surge la tentación del silencio. El poema último de Mutatis mutandis, uno de los más citados de su autor, parece anunciar ese abismo al que Eielson no se va a resistir en el futuro, cuando deje de publicar durante dos décadas:
escribo algo algo todavía algo más aún añado palabras pájaros hojas secas viento escribo algo todavía vuelvo a añadir palabras palabras otra vez palabras aún además pájaros hojas secas viento borro palabras nuevamente borro pájaros hojas secas viento borro todo por fin no escribo nada
Para comprender su abandono temporal de la poesía, después de su época en Roma y de los libros publicados en este volumen, hay que sopesar algunos factores personales. Uno de ellos seguramente es el descubrimiento del budismo zen lo que supone, según explicaba el propio artista, una renuncia a la palabra en busca de una trascendencia que se identifica con la nada, el total desasimiento de la realidad visible. Pero, además, se debe tener en cuenta la atracción por las artes visuales, la pintura y la escultura de vanguardias. Eielson siempre se mostró como un artista inquieto por trabajar con muy distintos códigos expresivos, desde la representación convencional al arte efímero pasando por la música electrónica. La poesía, para Eielson, no se limitaba a la forma literaria, sino que abarcaba otros medios de expresión.
De ahí la enorme plasticidad de su palabra, aunque recurra a elementos sencillísimos: "La tierra es redonda / y azul como una naranja". La realidad visible se erige en sorpresa permanente y gozosa que el poeta trata de expresar con todos los medios a su alcance. De aquí procede también su predilección por el ingenio, rescoldo de su amor juvenil por la poesía española del Siglo de Oro. Es una contradicción aparente que uno de los poetas hispánicos que mejor cantó la atracción por el silencio y lo invisible se detuviera con tanto fervor en sonoridades múltiples, juegos combinatorios de palabras, retruécanos y oxímoros. Pero la paradoja se resuelve cuando el lector descubre una fuente de poesía oculta en versos tan conceptistas y a la vez tan modernos como éstos:
Nada más claro para mí Que el misterio de la muerte Ni nada más oscuro Que la misma luz del sol