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Una luz respirada

Rub�n Mart�n, El minuto interior, Premio Adonais 2009, Eds. Rialp, Madrid, 66 pp., 2010

Independientemente de la juventud de su autor, que es uno de los requisitos para obtener el Premio Adonáis, este libro de Rubén Martín (Albacete, 1980) llama nuestra atención por sus valores intrínsecos: tanto por la intensidad emocional de sus poemas, que colman durante todo el libro las expectativas de un lector pidiendo más y más hondura a esa voz que traspasa nuestras resistencias y convencionalismos, como por la variedad de cuestiones que a lo largo del libro nos plantea el yo-poético. Y lo curioso es que esa intensidad y esa variedad van destacando progresivamente en un mundo poético muy definido, asombrosamente personal, que se mueve en unos espacios muy poco diversos (la campiña, la casa rural, las calles de una ciudad pequeña o la playa de veraneo), utiliza una simbología muy elemental (la luz, el fuego, la llanura, el mar, los pájaros…), se mueve en unos metros muy concretos (endecasílabos, heptasílabos y pentasílabos, principalmente) y guarda una coherencia lógica en cada uno de sus textos, sin recurrir a afirmaciones delirantes o a un léxico rebuscado. De manera que,Best Replica Watches pareciendo haber pocos márgenes para la sorpresa, lo cierto es que cada poema nos alumbra una zona de la existencia totalmente nueva: al menos nueva para el lector, que es lo que importa en poesía.

El minuto interior, en cada poema y en su conjunto, es una celebración de la vida: La vida es generosa / si sabes darle el trato que merece (p. 19) podría ser la consigna radical, por cuanto el libro no sólo exalta el inmenso atractivo del Cosmos, sino que nos advierte, con una sobria pero intensa lucidez, que tal atractivo requiere una perspectiva y una posición espiritual adecuadas por parte de cada hombre. La celebración del mundo no es, pues, un acto irresponsable y egoísta, fruto de una embriaguez momentánea, sino la consecuencia de saber mirar y saber tratar al mundo (a la naturaleza y a nuestros semejantes) con una actitud de entrega generosa.

En muchos poemas se hacen explícitos los tres niveles a donde llega la luz de esa celebración que es el vivir diario y la escritura poética. En primer lugar, el yo-poético reconoce con extrañeza la belleza natural, que concentra todo su asombro hasta llevarlo al olvido completo de sí mismo. Luego, esa prodigiosa belleza del mundo natural revierte sobre su alma hasta iluminarla casi del todo, al menos hasta el punto de poder exultar de dicha por su personal existencia. Y, por último (aunque no siempre se presente en este orden cronológico), ese gozo de su existencia propia reclama alguien con quien compartir tanta delicia, alguien que, además, sea capaz de apreciar la grandeza de estos dones: replica horloges kopen y es entonces cuando la felicidad se convierte en un amor erótico que es entrega del yo y humilde alabanza de la mujer amada. Veamos condensado tal proceso espiritual en unos versos del poema "La campiña", aunque el último tramo de este viaje, el del amor erótico, no sea tratado aquí con la atención que recibe en otros poemas: Cuánta delicadeza se nos muestra / suspendida en el tiempo, levitando / apenas un minuto, como si el mundo / contuviera su giro por nosotros, / y qué extraña manera de ofrecerse / tienen las cosas cuando guardo silencio. / La claridad del aire me traspasa, / arde dentro de mí su cálido espesor; / tejen así las lágrimas su seda / y mis ojos no pueden soportar / el peso de una tarde tan sublime. / Qué imagen prodigiosa de la vida, / qué tranquilo lugar para el amor (pp. 12-13). 

Y aunque la luz sea el símbolo nuclear de todo el libro, que se inserta en una tradición de poesía diurna con reminiscencias claras de Jorge Guillén, Francisco Brines y Claudio Rodríguez (incorporados, eso sí, con una vibración muy personal en el modo de ser y de decir), los poemas no resultan nunca reiterativos, pues en cada momento esa luz va posándose sobre seres distintos y con una intensidad también distinta, para propiciar unos descubrimientos que nunca sospechábamos. Tanta es la fuerza reveladora de la luz, tanta es la densidad del mundo que el yo debe desentrañar cada día, que al poeta le falta tiempo para conocer en su totalidad ese prodigio y ha de admitir la existencia de un Misterio: (…) No creo en nada / no creo en nadie. // Y, sin embargo, ¿cómo explicar la maravilla? (p. 37).

Hasta los momentos de oscuridad, en principio adversos para descubrir la grandeza del mundo, tienen un lugar gozoso en la aventura personal del poeta, pues sirven para recordar la luz recibida en el día y explorar los misterios de su alma y de la mujer amada. Tanto de día como de noche el yo-poético lo observa todo con una delicada pero intensa sensualidad, por cuanto esta dimensión de las cosas no es sólo un reclamo físico, sino que forma parte de la textura moral de esas cosas y del gozo que suscitan. Digamos que el yo-poético siente la necesidad de palpar todo lo que conoce, de respirar con sus propios pulmones el aire que ilumina su ser y todos los seres cercanos. Y cuando la luz que revela el esplendor del mundo llega a interiorizarse por completo, acabará inundando el alma de un gozo infinito, como sucede en el poema "El último relumbre", cuyo lugar en el libro, como el de los demás poemas, no es nada casual.
                       
Carlos Javier Morales









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