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Rayos de luz en la Historia

José Emilio Pacheco, Contraelegía, Universidad de Salamanca, Salamanca, 352 pp., 2009

La obtención sucesiva del premio Reina Sofía y el Cervantes en 2009 han proyectado internacionalmente a José Emilio Pacheco, un autor que ya figuraba en el canon hispánico desde hace mucho tiempo. Se podrá discutir acaso la oportunidad de premiar dos veces en unos pocos meses a la misma persona. Quien esto escribe está esperando todavía que Nicanor Parra o Antonio Cisneros, por poner dos ejemplos entre muchos, tengan un reconocimiento similar, aunque sólo sea por su enorme incidencia en el rumbo de generaciones posteriores. En cualquier caso, al margen de gustos o preferencias, la obra de Pacheco ya ha ingresado en el panteón de los intocables, como demuestra la aparición de su poesía completa en Tusquets (nada menos que con el marbete de "nuevos textos sagrados") o la presente antología, que viene precedida de un extenso e informado prólogo y editada por la Universidad de Salamanca.

Se publica, pues, una selección generosa de la poesía del mexicano, desde Los elementos de la noche (1963) hasta dos libros recientes —Como la lluvia y La edad de las tinieblas—, además de algunos textos inéditos. El título de Contraelegía, elegido por el propio poeta, marca una pauta de lectura y la elección de unos poemas a favor de otros. Para Francisca Noguerol, Pacheco no sólo habla del sufrimiento y la aniquilación, sino también del instante efímero que debe gozarse en plenitud: un poeta del Sí, de la luz, en permanente tensión con la oscura conciencia del fin del individuo y del mundo en que habita, marcado por las injusticias históricas y el desastre ecológico. Así pues, desde esta perspectiva el sentido elegíaco adquiere una doble faz, no siempre resentida o nihilista. La concepción heracliteana del universo moldea algunos de los mejores momentos del poeta:

Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.

Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
                                ardió en el aire (140).

   
En la introducción se abordan con solvencia estos dos aspectos centrales de la poética de Pacheco, así como otros que se atan sin excusa posible a ellos: el espacio de las ruinas, la denuncia de la Historia, la escatología catastrofista, el yo y los otros, los viajes y la condición de extranjería, etc.

Ahora bien, me gustaría llamar la atención sobre otro elemento definitorio que no es posible pasar por alto y que, de hecho, tiene obligada  representación en esta antología. Al autor de No me preguntes cómo pasa el tiempo se le suele clasificar entre aquellos poetas que, como Enrique Lihn, Mario Benedetti o Ernesto Cardenal, influyeron decisivamente en la consagración de una poética de la lengua conversacional en el ámbito hispanoamericano. De hecho, su segunda etapa creativa, precedida de un simbolismo hermético juvenil, se complace en la desmitificación del propio lenguaje lírico, al que humilla sin titubeos mediante fórmulas prosaicas como la siguiente: No es un poema. / No aspira al privilegio de la poesía / (no es voluntaria). / Y voy a usar, así lo hacían los antiguos, / el verso como instrumento de todo aquello / (relato, carta, drama, historia manual, agrícola) / que hoy decimos en prosa (234). Aunque el poeta se parapete en una tradición venerable, es imposible no pensar hoy en día estos versos en relación con el fenómeno de la contracultura de los años sesenta del siglo pasado. Así, la desconfianza hacia cualquier discurso o representación que aspire a la eternidad, también en el ámbito de la belleza (No es preciso eternizarse, muchacha, le dice irónicamente el poeta a la Venus Anadiomena de Ingres), conduce al despojamiento formal, incluso a la apariencia de descuido. Sin embargo, esta opción también tiene sus riesgos. Me atrevo a sugerir que las partes más endebles o menos interesantes de la obra de Pacheco se encuentran en declaraciones como la arriba citada o en cualquier lugar donde el prosaísmo se hace demasiado explícito.

Por suerte, tanta irreverencia hacia la poesía no tiene una continuidad permanente en su vertiente creativa. Pacheco, en realidad, asume muchas veces una mirada intensa y visionaria, aunque los materiales con los que trabaje sean modestos. Su programa poético está en realidad lejos de las burlas mucho más irreverentes de un Parra o del cinismo con que Lihn encara su propio quehacer poético. No deja de ser paradójico, por ejemplo, que el autor mexicano, harto de las malas transcripciones que se hacen de sus versos en internet, haya decidido últimamente colocar mayúsculas al principio de cada verso, en un gesto que viene a coincidir con alguien tan distinto como Jorge Guillén. En realidad, Pacheco está convencido del valor revelador del poema, y gracias al manejo de un lenguaje pobre, pero revestido de una difícil sencillez, trata de cercar una realidad inasible y fugaz. He aquí una tensión no resuelta que genera la verdadera poesía que se atisba un instante nada más y se escapa para siempre. Así sucede en el poema "Posesión", título que revela, en su misma contradicción, la densidad del pensamiento poético de José Emilio Pacheco:

"Te hice mía",
Le dije al agua de lluvia.
Y el agua
Se rió de mí.
Y se me fue entre los dedos.



Javier de Navascués













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