La democracia del consumo se ha convertido en un kitsch totalitario, los publicistas escriben emotivos discursos electorales, la belleza se tasa en Sotheby’s: Madre naturaleza pero padre mercado. Ya tenemos la edad de nuestros padres, pero nosotros hablamos tres lenguas, sospechamos abiertamente de Deleuze y la autoayuda, hemos visitado lugares mitológicos. Teóricos pero acríticos, somos una generación de turistas. También los no tan jóvenes nos miramos en fetiches autorreferenciales (marcas, tendencias, sucedáneos de estilo) como en espejos, aunque no olvidemos ironizar sobre todo esto: El ejercicio de la libertad no existe pero habrá que disimular…
Julieta Valero (Madrid, 1971) plantea en Autoría (DVD, Barcelona, 2010) una revisión al alza de las premisas lanzadas al aire en Los heridos graves (DVD, Barcelona, 2005): Si algo me libra del evangelio de la utilidad, prometo llamarle
causa de los colores dominio de la imaginación pan de lo ausente
libertad.
Pero cómo sacudirse los dogmas de ese evangelio. En algún momento entre los treinta y los cuarenta, la noción de caducidad se ha vuelto retrospectiva. También estaba ahí, a nuestro alrededor, cuando mirábamos a otra parte, de viaje, por ejemplo, o bajo el caparazón de las drogas. La noción de la muerte es ahora menos evidente, pero también menos teórica, casi un híbrido entre biografía, estadística y estética: La segunda edad es una zona donde el horizonte sigue / siendo ancho gracias a nuestro sentido de la estética / aunque, todos lo sabemos, ahí está el barranco, aquí /nuestro sonido de ingenio metálico al caminar.
Extraña década, la del final de la indulgencia. Ahora se nos exige cumplimiento, moderación, resultados. Y entretanto se impone mantener vivo algún espejismo de vínculo a un origen: practicar yoga, cocer arroz integral, reconsiderar el campo y en general todo lo que crece: la albahaca, los niños… Al menos, los discos de Loreena McKennitt siguen resultando infumables… Como compensación, ya podemos ver televisión sin remordimientos, reconocernos en otros: El encorchado, el casado, el de la causa africana / todos sufren como yo desviando la jornada a través de una / letra.
Los poemas de Julieta Valero incomodan porque desconfían de los clichés emocionales y no amortiguan lo que puede doler. Prosa, cántico o poesía, resulta díficil escapar de algunas líneas: Estos guijarros pequeños, lo "real", que se clavan, florecen, / hacen muro. // Cuesta moverse fake uhren rolex y noto la edad pero dama, flecha, ambi- / ciosa; de mí amén. Ensamblaje de alusiones no realistas, no metódicas, rara vez referenciales. Laconismo contundente por momentos, desvíos morfológicos, profusión de trazos que respetan la cadencia aleatoria del flujo mental, más fragmentario que la propia realidad o que nuestra capacidad de analizarla. Como ya ocurría en poemarios anteriores, Altar de los días pasados (Bartleby, 2003) y sobre todo en Los heridos graves, los textos de Julieta Valero traslucen su estado bruto, como si quisieran marcar el límite a su propio dispositivo formal para mantenerse fieles al magma de la observación y el lenguaje. De otro modo, la autora permite que la imaginación ponga bozales a la tentación del método: "Creo que el sentido de la escritura debe ser entenderse a uno mismo y entender el mundo desde el riesgo y la prospección de las cosas", afirmaba en una entrevista reciente (puede leerse http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/noticia.asp?pkid=484114).
Zygmunt Bauman ejemplifica bien el perfil de las relaciones afectivas actuales: "En el famoso experimento, Miller y Dollard observaron que sus cobayas alcanzaban un pico de conmoción y agitación cuando (…) la amenaza de una descarga eléctrica y la promesa de una comida apetitosa estaban perfectamente equilibradas (…). La agitación de la ratas de Miller y Dollard casi siempre se diluía en la inacción. La incapacidad de elegir entre atracción y repulsión, entre esperanza y temor, desemboca en la incapacidad de actuar". Las ratas no sólo nos curan, también nos explican: la inacción. En Autoría, el conflicto entre la centralidad subjetiva de las expectativas biográficas y la periferia de desgaste que implica toda relación amorosa se resuelve de un tajo:
Copulamos respetando el culto a la soledad. Esa breve noticia.
O en otro sitio: lo que yo venía a publicitar / aquí es // la intemperie o esta desnudez que no admite compañía. ¿Podemos hablar de inacción? No exactamente, más bien se sospecha del tufillo a deberes maritales, o se deriva sin sonrojo del 2=1 al 2=1+1: A ella le pido que siga viva, que impúdica grite / en el placer y la verdad / y me sea alta en el arte del final como espléndida / transitó en los inicios. A esta edad el amor // solsticio, sí, pero ojo sin párpado también. Esa revisión desidealizada del amor no es utilizada para desacreditarlo, al contrario, se diría que el libro en su conjunto es una tentativa de buscar nuevas definiciones más acordes con el aquí y ahora.
Hemos trocado el deseo por las ganas, ahora la desnudez es una decisión. Destilo ese remedo de verso de dos lugares distintos. Hay en Autoría un modo no manicurado de tratar la trasformación del cuerpo y los impulsos, y una necesidad urgente tanto de plasmar el deseo en forma concreta como de universalizarlo a través de fugas simbólicas, irracionales o directamente abstractas. Y esas dos urgencias se solapan y confunden dotando a los textos de una extraña delicadeza, ni cursi ni meramente intelectual, que raspa o acaricia según quien acerque la mano.
Cuando la revuelta del encuentro amaine y ames mi cuerpo y la forma de mis dientes y el error de estas manos exactamente distintas a las que imaginabas te conmueva como una revelación te daré tres mentiras contra el frío no debes tener miedo no estás solo ni hay sentencia desde hoy la catástrofe consiste en no salir a la vez.