Un inesperado adelantamiento de la fecha de entrega de esta reseña y la suspensión veraniega del servicio de préstamos entre bibliotecas públicas de Andalucía me ha impedido repasar todos los poemarios de Blanca Andreu (La Coruña, 1959). Procuro leerlos siempre, antes de reseñar el último libro de un autor, para tomar carrerilla y coger perspectiva. Ésta será una magnífica oportunidad para hacer de la necesidad virtud, y centrarme sólo en Los archivos griegos. Al crítico de poesía, obligado a explicar lo inexplicable, todos los burladeros le parecen pocos y tiende a las comparaciones entre estilos, entre generaciones, entre coetáneos y, por supuesto, entre las distintas etapas del poeta. Este último enfoque, aplicado a Blanca Andreu, daría mucho juego, sospecho. Pero no venimos a jugar. Por otra parte, Los archivos griegos se encargan de exponer desde el principio cuál es su poética. La cita inicial de Praxímanes no puede ser más clara:
—Centinela, ¿qué has visto en la noche? —He visto llegar la mañana.
Y el primer poema del libro termina:
—Salve, señor del Canto, tú que llegas semejante a la noche. Sólo una cosa te pido: Que sea alado mi poema y no volátil.
Hasta se permite Andreu insistir cum grano salis en su poética: Como un pastor de Garcilaso / eres / mar / entre ovejas de espuma / y borreguillos / compones azules églogas / cantas / estrofas de agua / recitas islas / y declamas rocas (p. 85).
Lo asombroso es que la poeta cumple lo que se propone y escribe poemas alados, ni volátiles ni rocosamente declamatorios, misteriosos como la noche, sí, pero en los que se ve llegar la luz de la mañana. En "Rosa ateniense" [p. 19]:
Junto a aquellos cipreses casi primos del Greco se diría una herida hecha en el muro unos labios besados muchas veces una gota de mayo unos labios un beso arrancado a la noche.
Ese afán tan griego, tan aristotélico, de buscar el justo medio se aprecia incluso en la misma dimensión de los poemas. Algunas veces cae un poco por el lado del exceso (pp. 47 y 48) y el texto enseguida se le embarulla; y más veces cae por el lado de la escasez, dando en poemas de una línea, rayanos en el aforismo ("Lupus in fabula": Un perro es un lobo enamorado, p. 109) o en la ocurrencia ("Marinero": La tierra de mi alma es el mar, p. 97).
Pero excesos y breverías sirven de muestras para que la naturalidad de los mejores poemas de Los archivos griegos no nos haga olvidar su milagroso equilibrio en todos los campos. Andreu no renuncia al misterio, aunque se trata de un misterio luminoso, como explícitamente se canta en "Angelomorfos" (p. 33):
Con un corazón puro más viejo que mi señor Apolo son siervos distinguidos ocultos en la luz son distinguidos cantan día y noche con un corazón puro más viejo que mi señor Apolo y más hermoso.
El poemario consigue su unidad por la atención a las cosas naturales, a los cipreses, las rosas y las golondrinas, y por la emoción autobiográfica, que le permite pasar de lo griego a lo gallego sin estridencias. La sección "Pazo de las golondrinas", dedicada a su infancia gallega, no disuena en absoluto en Los archivos griegos. El biografismo tiene mala prensa entre la última crítica, pero los poemas más intensos arrancan con obstinada frecuencia de la verdad de la vida, que les da una vibración más intensa. ¿Cómo leer "A un ciprés de la Acrópolis", p. 25, sin un estremecimiento?
Verás, ciprés, hermano de los lirios me recuerdas a un hombre que amé y murió y que era como tú alto y oscuro. Delgado como música de cuerda también su alma era ática ascendía en la noche por la secreta escala de sí mismo buscándose buscando el alto cielo como tú.
La voz de Blanca Andreu adquiere una tonalidad tan hondamente personal que puede evocar, sin merma de ella, ecos de otros poetas. No porque los imite, sino porque a cierta altura la poesía es patrimonio de todos. Así, por ejemplo, encontramos timbres femeninos, como de Amalia Bautista ([…] Parece un libro lleno de pastores/ una égloga abierta por la página tres / allí donde se dice Elisa, vida mía / —quién me dijera Elisa, vida mía— / una furtiva página de un poema / como una golondrina / o un velero, p. 71) o de Rocío Arana ([…] aquel hombre que no perdió su infancia / aquel hombre que aún sabe escuchar las alondras / y conversar con perros / interesantes, p. 73); o apuntes del natural, sobrios y fantásticos, a lo Jiménez Lozano, como "Espectáculo", p. 69, o "Huéspedes sin invitación", p. 75:
Con diplomacia como para una cena de embajada camufladas de condes o notarios de viudas ricas o de camareros se cuelan en el pazo las golondrinas. Y con el barro de la tierra y su saber de arquitectos celestes construyen sus moradas en los techos de las cuadras y el viejo portalón. Luego salen, con el deber cumplido a dibujar palíndromos que en chino dicen ven amor mío atrapamesipuedes.
Sin las redes de las comparaciones, resulta muy difícil atrapar a una poesía si, como es el caso, levanta el vuelo. Hemos citado generosamente sus versos, para que disfrutemos al menos, viéndolos revolotear. Más no se puede pedir.