¡Oh, Musa del Llanto, la mejor de las musas!
¡Oh, tú, aborto perdido de una noche blanca!
Envías a Rusia la negra ventisca
y tus lamentos se clavan en nosotros como flechas.
“Con estos versos abre Marina Tsvietáieva un ciclo de poemas escrito en 1916, dedicado a Anna Ajmátova, una de las voces más importantes de la literatura rusa,swiss replica watches
quien con su canto doloroso ha iluminado la poesía del siglo XX”.
Y así abre Belén Ojeda su semblanza biográfica de Ajmátova, que no es sino un rosario de desgracias, como casi todas las biografías de escritores rusos a quienes la revolución hizo la vida imposible. Sufrió la desaparición, la deportación, el suicidio o el asesinato de muchos de los escritores a los que ella admiraba, de amigos suyos, de su marido, y la amenaza continua de encarcelamiento sobre su único hijo. Vio cómo se prohibían sus obras, tuvo que quemar sus archivos y memorizar sus versos para que pudieran perdurar. Sigue Ojeda: “Mandelshtam intuyó desde el principio el desarrollo del desprendimiento en la obra de Ajmátova, quien no sólo se vio despojada de sus seres queridos, sino que a través de ese doloroso camino, renunció a los bienes terrenales y nos dejó testimonio de ello en un lenguaje esencial, que nos marca por su sobriedad, su dignidad y su enorme dramatismo.” Ese lenguaje esencial, despojado y terrible, es el que encontramos a lo largo de estas traducciones directas del ruso. El lector español que se acerque por primera vez a los versos de la poeta rusa, tendrá una panorámica amplia de su obra a través de esta edición, y la curiosidad editorial de los "Poemas no incluidos en libros". En un poema de 1915, incluido en "Rebaño Blanco", leemos, refiriéndose a la Musa: En la tristeza severa y joven / está su fuerza milagrosa. Nos llama la atención este par de versos, porque resumen nuestra lectura de la antología. Casi todos los poemas -salvo tibias pinceladas de humor- están marcados con una tristeza contenida, que a fuerza de no ser patética, histriónica, nos resulta sincera, sin más. Severa y joven, estas palabras pulsan la nota del estilo de Ajmátova: ominosa y fresca, como la vegetación primaveral de un cementerio. Y producen su fuerza y su milagro, el canto que llega hasta nosotros, tantos años después.
En una página de "El Rosario", escrita en 1913, de aparente simpleza emocional, lánguida y decadente, vemos un adjetivo luminoso, para referirse a la hermosura: Es indigente la belleza del trágico otoño. La belleza del mundo, no su fealdad, se nos muestra como necesitada, incompleta. Hacia esta necesidad se acerca la poesía. En "Séptimo libro", del ciclo "Secretos del oficio", retoma la idea, y va más allá: Tal vez muchas cosas quieran aún ser cantadas por mi voz. La vocación, la llamada, no es de un Ser superior para que cumpla una función en las cosas, sino que las cosas han querido en el pasado, y tal vez aún lo quieran, ser cantadas con su voz. De este modo, se perfila una concepción de la actividad creadora, a la que Ajmátova dedicó parte de su obra, como colaboración entre el mundo y la autora. Las cosas mudas que piden una voz, y el poeta se la presta. Es una visión humilde, y a la vez poderosa, de la creación poética, que abarca a los seres inanimados, y a sus compañeros de infortunio, el pueblo ruso, que sufre una época oscura, en la que la paz sólo la encuentran los muertos. Llegaría a escribir el siguiente verso: Soy vuestra voz. Éste es el título elegido para la antología que nos ocupa. Pero esta colaboración se va haciendo una misma carne con ella, se termina identificando con ella, de tal modo que la Musa castiga con la dureza de una fiebre cuando no aparece.
Nos ha sorprendido la “modernidad” expresiva de los muchos poemas de amor-desamor que escribió Anna Ajmátova. A ratos nos recuerdan la excelente poesía amorosa de nuestra Amalia Bautista, cuando escribe -Ajmátova-, después de encontrarse el amor: y desde entonces ando como enferma.
El hecho biográfico tan novelesco de que quemara sus archivos, (y sus amigos memorizaran poemas enteros para conservarlos) concuerda muy bien con la dicción sencilla, y la ausencia de versos circunstanciales, o innecesarios. Es una especie de revelación para ella: Y de todo lo terrenal / sólo quedó tu pan imprescindible, / la palabra dulce del hombre, / la voz limpia del campo. Incluso crea en ella una doble naturaleza, que le hace desprenderse de antemano de todo lo que encuentra, porque sabe que de todos modos le será arrebatado: No me des nada para recordar. / Yo sé cuán efímera es la memoria.
Anna Ajmátova pesó el valor de las palabras, a fuerza de ser despojada, de tener que despedirse. Aprendió dónde se encontraba el valor de toda una vida, el pan imprescindible:
¡Oh! Hay palabras irrepetibles.
Quien las dijo, perdió demasiado.
Sólo el azul del cielo
y la misericordia de Dios son inagotables.
Jesús Beades