Jaime Gil de Biedma, Obras. Poesía y prosa, Galaxia Gutemberg, Barcelona, 1.374 pp., 2010
Jaime Gil de Biedma fue —ya en vida, y después en mayor medida, si cabe— un autor de producción exitosa, si atendemos a la recepción que su obra ha tenido. Dicho éxito se debe, en parte, a la labor de difusión y mitificación tenazmente realizada por sus imitadores, los cuales no siempre han dado muestras de haber entendido en qué radica la grandeza de este autor. La publicación en un solo volumen de su obra poética y prosística tiene el acierto de ofrecernos una imagen completa del escritor y facilitarnos la visión de una poesía perfectamente trabada. A excepción del epistolario, que ya ha tenido diferentes y recientes publicaciones, la edición que ahora se nos presenta contiene, junto a Las personas del verbo, unos poemas dispersos y las traducciones conocidas. Por lo que a la prosa se refiere, el grueso lo constituyen el Diario y El pie de la letra. Completan el volumen artículos varios, lecturas poéticas, conferencias y entrevistas. Una introducción general y correctísima de James Valender encabeza la publicación.
La relevancia y la actualidad de la obra de Gil de Biedma no se debe, a mi entender, a que suponga una novedad en el decurso de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, que no lo supone, puesto que se sitúa dentro de una línea coherente romántico-simbolista y fenomenológico-existencial, y, discursivamente, comparte rasgos con sus compañeros de generación. La relevancia y actualidad de su obra se deben más bien a la indagación que hace en el sujeto, a la realización de la misma a través del diálogo interior, a la actitud ante la poesía, que le lleva a una inteligente elaboración técnica, en constante diálogo con la tradición; y a que cada poema suyo se presenta como una elaboración única e irrepetible. Todo ello da como resultado la creación de una identidad poemática, de un personaje, que debe mucho al sentido clásico de "máscara", que no hace sino evidenciar la gran mentira en que consiste la verdad de la vida.
Creo que parte de la confusión generada en torno a la obra de este autor se debe a la aplicación del marbete "poesía de la experiencia" y a un malentendido sobre el papel que desempeña el "coloquialismo" dentro del poema. Lo relevante, a mi modo de ver (y es algo que ponen de manifiesto muchos de los textos prosísticos que componen este volumen), es comprender la concepción poética que mueve a Gil de Biedma y cómo esas experiencias vitales y esos elementos coloquiales se insertan en el poema. El autor de Las personas del verbo tiene muy claro que el poema es una creación que da como resultado un "objeto" que tiene vida propia al margen de la de su creador. La voz que habla en cada poema suyo, diferente a la del poeta, tiene la peculiaridad de no ser una más entre otras voces, como en el caso de Pessoa, sino de ser siempre la misma: la del personaje Jaime Gil de Biedma. La manera idónea que el poeta encuentra para indagar en su persona es, precisamente, distanciarse de ella y verla como un otro yo. Éste es el marco temático profundo de su obra: la vida, ya sea a la luz del yo o del paso del tiempo; ya a través de los poemas sociales, ya de los erótico-elegíacos. Todo lo demás es consecuencia de saberse hombre de su tiempo y de adoptar un posicionamiento poético a partir de diferentes lecturas e influencias.
La expresión del recuerdo, fijando el instante, el momento; el acercamiento de la lengua poética a la lengua hablada y la estrecha relación entre poesía y vida, los toma Gil de Biedma de los románticos, especialmente de Wordsworth, y este modo de proceder le sirve para distanciarse de las propuestas poéticas del grupo del 27, a pesar de que se sabía deudor de muchos de ellos (dedicó páginas de crítica literaria a Salinas, Guillén, Aleixandre, Cernuda…). En síntesis, lo que le inquieta de la concepción poética de estos autores, igual que la del Renacimiento, es el escamoteo que hacen de la realidad. No le satisface su tendencia a la formalización abstracta, a la indistinción entre forma y fondo. Se entiende de esta manera que Gil de Biedma inserte con frecuencia en sus poemas expresiones traídas de la vida corriente, modos de decir de la lengua hablada. Lo que interesa a este autor, como a la mayoría de la llamada generación del 50, es la vida: contar la vida que ellos han vivido, trazar el puente entre poesía y vida. Para ello, Gil de Biedma busca un tono íntimo de voz, el de una persona que habla directamente a otra persona. De ahí que la mayoría de sus poemas tengan ese aire de confidencia que, unido a su perfección técnica, los ha hecho tan populares.
Se podrá estar de acuerdo o no en la concepción poética que sustenta la obra de Gil de Biedma; se podrá estar de acuerdo o no con la valoración de la vida expresada en su obra, pero lo que sí hay que reconocerle es una sincera indagación en el sujeto a través de una inteligente consecución técnica. Tal vez sea el momento de reconocer el lugar que ocupa, dentro del panorama literario español de la segunda mitad del siglo XX, la obra de un poeta que fue coherente con la tradición en la que se inserta, sin que por eso haya que otorgarle una novedad de la que carece. Esta edición nos permite confirmarlo: nos deja entrever tanto la ardua tarea que se esconde en la creación de sus poemas como el diálogo constante que mantiene con la obra de otros autores.