Emily Dickinson, 55 poemas (y Amherst Suite, de Alberto Blanco), Hiperi�n, Madrid, 172 pp., 2010
En palabras de Robert Frost "la poesía es aquello que se pierde en la traducción". Esa afirmación, que puede ser válida para la obra del propio Frost, al menos si hablamos de traducciones al castellano, resulta equívoca si no parcialmente falsa en el caso de otros poetas. De hecho, la lectura en castellano de algunos autores casi inclina a pensar que la poesía es precisamente lo que sobrevive al proceso de traducción. O de otro modo, hay poetas cuyo poder de evocación resiste a la mutilación que impone la traducción. ¿Significa eso que puede medirse la calidad de un poeta en función de su ductilidad frente a la traducción? Por supuesto que no. Sólo hay que pensar en la resistencia casi insalvable que debe presentar la obra de autores como Góngora o el propio Juan Ramón Jiménez. Replica Watches Vladimir Nabokov se declaraba partidario de traducir en función del sentido antes que de la métrica y la rima, y quizá esa postura sirva para explicar por qué muchos de los poemas de grandes autores rusos, sobre todo cuando se trata de salvaguardar ritmo y rima, parecen escritos por niños (aquí pienso en Mandelstam, Tarkovski, Pasternak…). A menudo se escucha hablar de versiones más que de traducciones, y no parece desacertado, ya que de algún modo el traductor asume con ese término que el fruto de su trabajo es una interpretación, la elección de unas palabras en detrimento de otras, la reconstrucción de un ritmo y la toma de interminables decisiones; la noción de "versión" incorpora, en definitiva, el trabajo creativo inherente a todo proyecto de traducción.
La editorial Hiperión publica 55 poemas/Amherst Suite coincidiendo con el 120 aniversario de la muerte de Emily Dickinson (o más bien de la publicación de su primer libro por parte del mentor literario de la poeta, Thomas Wenworth Higginson, en 1890). La selección y la traducción, así como el prólogo, están a cargo del poeta Alberto Blanco (Ciudad de México, 1951). El libro incluye además 40 poemas de Blanco dedicados a Dickinson bajo el título Amherst Suite.
Gracias a distintas iniciativas editoriales —sobre todo por parte de Hiperión y Pre-Textos, que publicaron ambiciosos volúmenes antológicos en 2001—, la obra de Dickinson ha despertado en los últimos años un interés creciente en España. Repasemos los principales títulos: Crónica de Plata (Hiperión, 2001, reeditado en 2006 y 2008), La soledad sonora (Pre-Textos, 2001, reeditado en 2010), Antología bilingüe (Alianza, 2001), Amor infiel (Losada, 2004), Poemas (Tusquets, 2006), Los sótanos del alma (El otro, el mismo, 2005), y más recientemente Poemas a la muerte (Bartleby, 2010), reseñado hace sólo unos meses en esta misma revista (puede leerse aquí). Eso sin contar los distintos ensayos críticos, antologías de obra temprana y volúmenes de correspondencia. Así las cosas, a esta nueva colección de versiones cabe atribuirle el valor de homenaje editorial y personal, y no sólo por la sección de poemas dedicados sino también por el singular enfoque de los 55 poemas traducidos. 55, la edad que Dickinson tenía al morir. U-BOAT Replica Watches Entre la fidelidad acústica y la semántica —que prefería Nabokov—, Blanco se inclina nítidamente por la primera.
They have no Robes, nor Names — No Almanacs — nor Climes — But general Homes like Gnomes —
Sin Ropaje ni Nombre — Ni Almanaque — ni Clima — Un Hogar general Como el de las Haditas.
Las continuas elipsis y las rimas se reinventan con desigual fortuna para tratar de preservar el sonido y el ritmo originales; una empresa titánica, sin duda, pero que a menudo obliga al traductor a recurrir al hipérbaton para aprovechar las últimas sílabas de las conjugaciones verbales, con el consiguiente peaje en términos de naturalidad; se trata de un recurso que podemos encontrar en otras traducciones de estos mismos poemas.
A Dying Tiger — moaned for Drink — I hunted all the Sand — I caught the Dripping of a Rock And bore it in my Hand —
Un tigre Moribundo — tenía Sed — Y por todo Desierto Yo busqué — Hasta hallar unas Gotas en la Roca Que entonces en mis Manos le llevé —
Imaginemos una percepción especulativa, curiosa, casi felina, incapaz de acomodarse en las almohadas de la razón ni de la doctrina religiosa. Una mujer joven que reflexiona en privado sobre todo aquello que su sensibilidad no acaba de entender pero su inteligencia intuye. Reflexiones resueltas tanto en forma de preguntas como de afirmaciones, aunque estas últimas a menudo se contradigan entre sí en función del estado de ánimo o la edad de la autora en el momento de llevarlas al papel. Preguntas afiladas y respuestas que se niegan, es decir, preguntas y más preguntas que rara vez nos dejan indiferentes porque su naturaleza ha variado muy poco en el último siglo. Ese nudo existencial que Dickinson insistió en plasmar está presente de un modo u otro en toda su obra poética y se trasluce también en estas nuevas versiones.
El cerebro es sólo el peso de Dios — Porque — si los pesas — Kilo por Kilo — Verás que difieren — si acaso — Como la Sílaba del Sonido —
En la segunda parte del libro, Alberto Blanco emula en los poemas dedicados a Dickinson el estilo de ésta, o más bien el registro y la dicción de sus traducciones. Su valor principal, como se ha dicho, es el del homenaje:
La Razón ya estaba dada — Una Regla y un Compás — Una Columna dorada — Una noche — Nada más —
Dos Corazones en uno — Dos pupilas — La mirada Me devuelve lo que tuvo Resplandor en tu Morada —
¿Por qué todo el mundo quiere hacer su traducción de Emily Dickinson? Si hay algunas antiguas que son bastante mejores, evidentemente, que muchas de los últimos años, ¿por qué empeñarse en dar una visión nueva, aunque sea empobrecida, de la gran poeta de Nueva Inglaterra?