Cuando se termina la lectura de la nueva y extensa antología Simulacro de Sortilegios, del peruano Emilio Adolfo Westphalen (1911-2001), en la que se recoge lo principal de su producción poética, uno se sigue preguntando el porqué del vacío de más de treinta años entre sus primeros y más conocidos libros, encuadrados en el surrealismo (Las ínsulas extrañas, 1933; Abolición de la muerte, 1935), y sus seis poemarios de los años 80 y 90 (Arriba bajo el cielo, 1982; Máximas y mínimas de sapiencia pedestre, 1982; Amago de poema —de lampo —de nada, 1984; Porciones de sueño para mitigar avernos, 1986; Ha vuelto la Diosa Ambarina, 1988, y Artificio para sobrevivir, 1994). Una producción de casi la misma extensión, agrupada en los extremos vitales de la juventud y de la madurez tardía del poeta.
Por ello,best replica watches quizá la mayor virtud de esta recopilación resida en poner de manifiesto el decurso poético de Westphalen, para llegar a definir a la poesía del traductor y agregado cultural peruano, en palabras de Ina Salazar (en su excelente estudio prólogo), como inclasificable, "bajo el signo de la discontinuidad".
Se configura, pues, esta antología como las dos caras simétricas de un mismo poeta —en extensión y forma—, y nos da a conocer el aparente misterio de su silencio poético, tras el estallido inicial y el deslumbramiento de sus primeros y más conocidos libros. Consciente de ello, el propio Westphalen nos advertirá: "Para mí no hubo sino una reanudación necesaria —favorecida por circunstancias fortuitas. Levantóse una compuerta y quedó restablecida la corriente —agotada o embalsada".
Lo cierto es que cualquier lector que se asome a la antología podrá establecer una clara distinción entre las dos etapas —incluso evidentes en lo formal, ya que la reanudación se decanta por la prosa poética y el uso expresivo del guión—, a la vez que señalar el vínculo que las une, y que a mi entender consiste en una similar cosmovisión desesperanzada (magistralmente definida en el título antológico Simulacro de Sortilegios), pese al esfuerzo poético y a la llama del amor, un amor de presencia fulgurante en los dos primeros libros, y de rescoldos humeantes en los últimos.
A medida que la llama del amor se extingue, la tensión creadora, los cuestionamientos vitales, la mirada crítica y desesperanzada del paso del tiempo y su caducidad, y la angustia por expresar todo ello, van creciendo, atenuando las cascadas de imágenes y el verso libre de juventud, que se transforma en versos cortos, muchas veces filosóficos —y que recuerdan al Mairena machadiano—, o en una prosa poética muy decantada.
Ya en su primer poemario, Las ínsulas extrañas, apreciamos que, cuando irrumpe el amor, ya No es válida esta sombra, y el poeta dice No acierto a poner las horas en su sitio, ya que la presencia de la mujer "niña" (que tantas concomitancias tiene con la mujer cósmica nerudiana) hace que todo esté bien, equilibrado: Pero todo está tan exactamente donde lo habías dejado / Que no hay para qué moverlo. De ahí la lógica de su segundo poemario Abolición de la muerte, libro exultante y con el que el peruano llega a su plenitud, cuajando un estilo lleno de metáforas y brillantes imágenes que se suceden en cascada: Viniste a posarte sobre una hoja de mi cuerpo / Gota dulce y pesada como el sol sobre nuestras vidas / Trajiste olor de madera y ternura de tallo inclinándose / Y alto velamen de mar recogiéndose en tu mirada / Trajiste paso leve de alba al irse / Y escanciado incienso de arboledas tremoladas en tus manos (…) Has venido como la muerte ha de llegar a nuestros labios / Con la gozosa transparencia de los días sin final (…) Has venido nariz de mármol / Has venido ojos de diamante / Has venido labios de oro. Un poemario en el que, no obstante, encontramos el pespunte de la muerte que acecha, y unos versos que son como el preludio de su silencio en la dicha del canto: Y me he callado como si las palabras no me fueran a llenar la vida / Y ya no me quedara más que ofrecerte / Me he callado porque el silencio pone más cerca los labios / Porque sólo el silencio sabe detener a la muerte en los umbrales/ Porque solo el silencio sabe darse a la muerte sin reservas.
Después vendrá el menor Balanza Exacta, y los poemas que se agrupan desde los 29 a los 67 años bajo el doloroso Belleza de una espada clavada en la lengua, libro elegíaco y pesimista pese al intento creador y la tensión por encontrar una voz propia para contar que El amor ha cambiado de rostro. Versos de nueva forma, cortos como haikus, o largos como antes, en los que incluso se llega a reír de sus imágenes que Solo quedan para servir de puntos de referencia. Y parece que la palabra poética no tiene sentido: Qué será el poema sino un espejo de feria, / Un espejismo lunar, una cáscara desmenuzable, / La torre falsa más triste y despreciable. Y entonces la compuerta se cerró.
Y cuando ésta se reabre,audemars piguet replica Westhphalen ya es septuagenario. "Se recobra el uso de la palabra pero la palabra es otra", acierta Ina Salazar, que continúa especificando: "una escritura esencialmente fragmentaria, corta, diría Ángel Valente, signada por la reflexión, la ironía y el autocuestionamiento", y que prescinde casi en su totalidad de los signos diacríticos, a la vez que usa también de palabras clave en mayúsculas. Sirva como botón de muestra "Derrota": ESCRITOS necios de caminante extraviado e indeciso por desierto o manglar u otra comarca de dentro o de fuera sobre la cual no cae ni por acaso sombra o artificio de revelación alguna. O estos textos en prosa poética que denotan su escepticismo creador: ¿miseria o riqueza de poetas? —pues calculen ustedes que no son capaces ellos sino (en el mejor de los casos) pulposa aunque insulsa simulación de sortilegios (Amago de poema —de lampo —de nada). O este otro de escéptica inmanencia: CERRADOS los párpados y cubiertos los ojos con la mano se adentra uno en espesa tiniebla inagotable -sin interferencia de color o luz- tiniebla amorosa —palpitante de vida. Tal se imagina uno el paisaje primero del que emergió al nacer —igual asimismo al que nos aguarda —vencidas las pruebas —completado el ciclo (Ha vuelto la diosa ambarina).
Sólo quedan, en esta novedosa prosa poética, hilos de esperanzas tenues en lo "encarnación de la única y perennal Belleza"; y en un erotismo de vejez, casi voiyeurista, que nos sorprende por su descaro: DESCUBRIÓ casualmente a la muchachita —sentada en la silla —acariciándose los senos sobre el traje raído (Falsos rituales y otras patrañas).
En definitiva, esta cuidada antología —en la que sólo sobra el ininteligible Epílogo de Eduardo Milán— es un excelente medio para obtener una visión global de la obra poética de Westphalen, ya que nos muestra a un poeta verdadero en el conjunto de su obra, y además nos da a conocer su poesía última, la menos transitada por los lectores. Para los que se acerque a ella, un consejo de propio autor: "En mi caso —cada poema de este libro fue una sorpresa. Tal vez algunos lo sean para los demás".
Juan Manuel Martínez Fernández