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El orden

Andr�s S�nchez Robayna, La sombra y la apariencia, Tusquets, Barcelona, 240 pp., 2010

Autor-espiral, Andrés Sánchez Robayna proyecta con cada título una nueva vuelta dentro de la órbita que su obra anterior dibujó. Si hay artistas para los que cada poemario trae consigo un abanico de temas y un planteamiento escritural distintos, también están aquellos cuyos libros ahondan en surcos ya trazados, en rutas previamente delineadas a fin de investigar las múltiples variantes que puede suscitar una realidad. Al igual que a Morandi le motivaron cuantos matices pueda infundir la luz en vasos, botellas o tazas casi idénticos, Robayna contiende con la gama de matices líricos que su poética (de imágenes, motivos y formas) es capaz de albergar. Una búsqueda intensa, sagaz y delicada sostiene, pues, La sombra y la apariencia, recientemente aparecido en Tusquets. En él se recogen cuatro breves entregas que el poeta ha ido brindando a sus lectores a lo largo de la última década más tres inéditas. A pesar de integrarse en un texto visiblemente unitario (las citas inicial y final que lo acotan son explícitas a este respecto), el autor mantiene la independencia de cada una de estas siete partes y aboga, por tanto, por respetar el modo en que fueron apareciendo.

Replica Watches A través de dichas secciones (Inicial, o fracturas de una invitación imperiosa, Correspondencias, Sobre una confidencia del mar griego, En el centro de un círculo de islas, Reflejos en el día de año nuevo, Del lugar del zunzún y Urnas y fugas) el lector avezado reconoce los diversos leitmotivs que sustentan la obra de este poeta. Una obra eminentemente solar, luminosa, helénica en el sentido metafórico de la palabra, así como de naturaleza radicalmente órfica y "realista", en la medida en que el paisaje, en este caso el insular, constituye su fuente de inspiración básica. A pesar de esta raigambre apolínea, y tomando el relevo de un rasgo que ya se observaba en sus últimos poemarios, la idea de un tiempo apremiante irá sembrando esta "espacialidad" de virutas destructivas ("Protégeme del ácido del tiempo, ya que no de la tumba"). No obstante, la tonalidad oscura de La sombra y la apariencia, más que por esa caída en silencio que es la muerte ("A una hoja seca"), a mi modo de ver viene representada por la posibilidad de que las formas con que se muestra el mundo —rocas, mar, cielo, nubes, la luminaria del sol, el vilano o el mítico "idolillo"— constituyan meras presencias y no "signos" a partir de los cuales poder decodificar el enigma de cuanto nos circunda. Como si se lo dijera a sí mismo el poeta tras años de "iluminación profana" (con este concepto, tomado de Walter Benjamin, definió Sánchez Robayna su poesía en Una lectura), escribirá en Reflejos…: "No quieras, no, / poseer algo en nada". Situación que, pese al dolor que encubre, y dado su carácter inapelable, provoca que el escritor se reafirme en un gozo matérico que gusta de la latencia de cuanto nos rodea.

Hay que recordar que era la conciencia del sujeto, la "sed" con que se representaba, la que otorgaba el significado a lo revelado por la luz. Esa misma sed es la que, ante el objeto, sabrá reconstruir, a modo de sinécdoque, el todo al que pertenece: así la columna del templo, la silla rota o la isla que, quizá sin saberlo, forma parte de un archipiélago. Pero esta idea podría llevarse más allá, hasta el extremo de afirmar que una poética de las ruinas recorre la espina dorsal de la obra de Sánchez Robayna. Todo cuanto le circunda habría de ser reconstruido o semantizado por el yo poético, de manera que si no se alcanza, como se decía antes, a averiguar de qué es signo cada elemento, todo cuanto nos rodea quedará sumido en la no significación. Juego de iluminaciones sucesivas que remiten a un mundo platónico constituido por la convivencia de distintas superficies ("Gaviotas en el claustro viejo: / luz, ala y piedra unidas") y por las variables con que cada nombre o concepto se muestra ("En estas aguas, que aquí ves incendiarse, / arden todos tus mares, este de hoy, / aquel en que tus ojos aprendieron, / el que arderá contigo en la brasa del tiempo").

De la mano de estos versos llegamos a otro de los planos fundadores de la poesía del autor de Clima: la memoria, no sólo la universal que contiene todas estas variantes aludidas de la materia, sino la propia, en la que se dan cita también recuerdos recientes: la tragedia del 11-M, su visita a la casa de Lezama Lima…, o incluso los vividos en el sueño o la imaginación (el viaje que María Zambrano debió realizar en 1939, etcétera).

El mundo, en fin, como juego infinito de "apariencias", ante el cual el poeta o "perpetuo / aprendiz de la luz" inquiere hasta el límite indagando en la carnalidad de las formas en que esa luz se muestra y transformando dicha geografía en casa de lo poético. Allí se ingresa, no tanto a través de la pedrería de la metáfora o la imagen, cuanto a través de la inserción de lo real en un cuerpo de pensamiento que lo comprenda y signifique… De este modo, la poesía para Andrés Sánchez Robayna deviene un crucial ejercicio de ordenación, el intento de que cada letra (o realidad) halle su alfabeto: "Sólo tu sombra / pesa menos que tú / sobre la tierra. // Aún menos que tu sombra, / nuestro paso en el polvo" ("El vilano").

Marta Agudo









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