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Rostro, m�scara

William Butler Yeats, Poes�a Reunida, Pre-Textos, Valencia, 828 pp., 2010

Desde la portada nos mira un rostro atractivo pero severo, de expresión inconforme, cuyos ojos no se dirigen a la cámara, sino hacia algún lugar inconcreto y lejano. En fotografías posteriores, William Butler Yeats (Dublín, 1865—Roquebrune-Cap-Martin, 1939) aparecerá casi siempre con gafas de montura metálica, primero ovaladas y luego redondas —como Pessoa, como Joyce—. Probablemente se las ha quitado para posar, así que no parece descabellado atribuir el ligero estrabismo a la miopía. Especulaciones oftalmológicas aparte, lo que sugiere esa mirada fija es una determinación poco común. Es la mirada de quien no se amedrenta con facilidad; podría incluso infundir miedo de no estar equilibrada por las facciones suaves y la rara neutralidad de la expresión completa. Esa determinación fue, sin duda, una de las señas de identidad de Yeats. En lo literario fue prolífico, tan fiel como infiel a su motor creativo, la perfección estética, siempre un poco más allá de lo alcanzable. En el plano afectivo, ese mismo ideal lo encontró en la bella Maud Gonne, amor vitalicio y nunca consumado, trasunto también de uno de sus personajes míticos: Leda.
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          Su actual imagen viene al pensamiento.
          ¿Le dio forma un pincel del Quattrocento,
          magra mejilla de quien bebe el aire
          y de un tropel de sombras se alimenta?
          Y yo que de otro tipo que el de Leda
          tuvo hermoso plumaje… Basta ya,
          mejor sonrío a quien sonríe: cómodo
          puede ser un viejo espantapájaros.

 
El compromiso con la nación y la cultura irlandesas aparece siempre aparejado a la sospecha ante los clichés de una y otra, lo que le granjeó más de un detractor; las causas que se tienen a sí mismas por nobles rara vez admiten objeciones, y Yeats creó para su obra poética y su militancia política una deontología propia, autorreferencial. Rechazó desde muy joven el cientifismo imperante, y en lo espiritual ostentó una fe tan autodidacta como excéntrica: se interesó por el budismo, las ciencias ocultas, el tarot y la mitología celta. San Patricio, evangelizador de Irlanda, y toda la genealogía de héroes fenianos y personajes de la mitología irlandesa (Oisin, Niamh, Fergus, Conchobar, Balor…) deambulan ya por los poemas de su primer poemario, The Wanderings of Oisin (Las errancias de Oisin, 1889), lo que sumado al sesgo simbolista que caracterizó su primera etapa, dan como resultado una poesía poco complaciente, árida, casi siempre esquiva a la interpretación inmediata. Temas locales y atmósferas legendarias se articulan en forma de baladas o de largos poemas rimados. Conviene familiriarizarse con paisajes feéricos como Tír na nÓg, el País de los Jóvenes —uno de los otros mundos (Otherworlds) de la mitología celta, como Mag Mell o Avalon— para acometer con buen pie la lectura de poemarios como The Rose (La rosa, 1893), Crossway (Encrucijadas, 1889) o The Wind among the Reeds (El viento entre los juncos, 1899).

          He bebido cerveza en Tír na nÓg
          y lloro porque conozco ya todo;
          he sido un avellano, y me colgaron
          la Estrella Polar y la Osa Mayor
          en mis hojas en tiempos muy remotos;
          fui un junco que pisan los caballos
          y un hombre, enemigo de los vientos,
          que sólo sabe algo con certeza:
          que su cabeza no ha de reposar
          en el pecho, ni su boca en el cabello
          de la mujer que él ama, hasta que muera.
          Bestias salvajes y aves, ¿cómo puedo
          sufrir vuestros reclamos amorosos?

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No se conservan imágenes de Yeats sonriendo, salvo aquella en la que aparece junto a la pintora estadounidense Hazel Lavery en 1925, tres años después de ser nombrado senador del recién nacido Estado Irlandés y sólo dos después de recibir el Premio Nobel de Literatura. Y ni siquiera en este caso puede hablarse de risa, la expresión se acerca más bien a la condescendencia amable, como si el fotógrafo le hubiera cogido por sorpresa y al poeta no le importara demasiado posar junto a su amiga americana.

Pero en la fotografía que nos ocupa los labios están lejos de reír. Se aprietan muy levemente, como si calibraran la posibilidad de decir algo que quizá no sea del agrado de su interlocutor. Esos labios algo rígidos encarnan su faceta de intelectual implacable, poco complaciente con lo que ve y no le gusta. En los créditos (© Hulton-Deutsch Collection/CORBIS), la imagen se data a finales del siglo XIX, pero junto a la fecha hay un signo de interrogación. Parece más probable que en realidad la foto fuera tomada a principios del siglo XX, en torno a 1910. Yeats tenía entonces 45 años y acababa de publicar El yelmo verde y otros poemas (The green Helmet and other poems), que incluye el poema A un poeta, que querría que alabara a ciertos malos poetas, imitadores de él y míos:

          Dices, pues que he ladrado muchas veces
          alabando lo que otros han cantado,
          que debo ser cortés con lo de éstos;
          pero, ¿es que hay perro que alabe sus pulgas?


La frente, despejada pero no alopécica, aparece invadida en las sienes por mechones de cabello oscuro y desigual. Tal vez luce ya algunas canas, imposible saber si en verdad las irisaciones claras no son sino reflejos producidos por una luz cenital, y poco importa, si no las tiene aún las tendrá en abundancia más tarde. En las imágenes que se conservan de su juventud ese pelo aparece casi siempre domesticado con afeites a la manera de Eliot, que tal vez le copió el hábito. O más bien era moda (pensemos en Scott Fitzgerald, en nuestro Pedro Salinas…). Cada uno a su manera, todos ellos debieron ser hombres presumidos. Los exégetas del americano con vocación de británico aseguran que dejó constancia de su admiración por Yeats en Little Gidding (1943), cuando se refiere a "la sombra de algún maestro muerto", y sombra era ya el poeta irlandés, fallecido en 1939 a los 73 años. De haberse quedado calvo, el poco cabello rebelde le habría conferido al rostro cierto parentesco con el de Baudelaire en sus últimas fotografías. Pero Yeats no sólo conservó la melena intacta, sino que con el tiempo perdió interés en su apariencia, dejó de acicalase, y su noble cabeza acabó pareciéndose a sus poemas de madurez, cada vez menos artificiales, menos construidos, más imaginativos y al mismo tiempo más sobrios, también más directos. Quizá intuyó los horrores que se avecinaban y encontró en ese nuevo tono un modo de tomar partido. O experimentó el mismo rechazo a la fraseología política del momento que leemos en Anna Ajmátova, en los herméticos italianos… Nuevos usos del lenguaje recorren Europa. La máxima "con nosotros o contra nosotros" busca amigos y enemigos entre los adalides de la lengua. Escribir poesía es, más que nunca, un acto político. Y en los años 30 Yeats es ya un referente literario universal, una suerte de guía para poetas de todas las latitudes.

Yeats nunca perdería ese remolino que sugiere el temperamento de una mente en continua actividad, no ajena a los acontecimientos decisivos de su época, tan convulsa, pero capaz también de abstraerse de lo contingente y adentrarse en lo absoluto.
  
          Queridas sombras, ahora ya lo conocéis todo,
          toda la locura de luchar
          con la razón o el error común.
          Inocentes y bellas
          no tienen más enemigo que el tiempo;
          levantaos y mandadme encender una cerilla
          y luego otra hasta que prenda el tiempo;
          si la conflagración se eleva
          corred hasta que todos los sabios lo sepan.
          Nosotros construimos la grandiosa glorieta,
          ellos nos declararon culpables;
          mandadme encender una cerilla y soplad.


Antonio Rivero Taravillo, a cargo de la traducción, los diseñadores (Andrés Trapiello y Alfonso Meléndez, con Manuel Ramírez al cuidado de la edición) y la editorial Pre-Textos, han puesto el listón muy alto a quien pretenda acometer una nueva edición de la obra poética de Yeats. Enhorabuena.
                                   
Andrés Navarro




   

   








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