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Presencia constante

Charles Tomlinson, En la plenitud del tiempo (1955-2004), DVD, ed. y trad. Jordi Doce, Barcelona, 2005.

Charles Tomlinson tardó algún tiempo en encontrar un hueco dentro del canon de la poesía inglesa el siglo XX. ¿Rareza? ¿Sesgo de los antólogos? El lector novel de Tomlinson encuentra en En la plenitud del tiempo razones para reconocer las estrategias por medio de las cuales Tomlinson buscó y encontró una salida a la“estrechez mental” que reprochaba a la poesía inglesa de posguerra, pero también razones para establecer vínculos sólidos entre su poesía cartier replica y una tradición vernácula que en aquel momento se le antojó asfixiante. Intentaré resumirlo en cinco temas.

Charles TomlinsonEl primero es el carácter marcadamente visual de su imaginación, que Tomlinson atribuye, entre otras cosas, a la afición al dibujo que cultivó durante una larga enfermedad en la adolescencia: la disciplina en el arte de la observación morosa le habría permitido desarrollar esa atención al detalle minúsculo que aparece en muchos de sus poemas; y el hábito del paseo y el deporte de la pesca habrían redondeado su capacidad para la observación y la paciencia. En este punto se reconoce en Tomlinson una herencia llena de asociaciones: Wordsworth, Ruskin, Hopkins... Por fin, encontraría en Cézanne no sólo una obra pictórica sino un ejemplo personal, esa “santidad” del artista retirado del bullicio de París, que desde la provinciana Aix-en-Provence pinta pacientemente, una y otra vez durante veinte años, la montaña de Sainte-Victoire. Véase el homenaje de “Cézanne at Aix”, donde la montaña permanece “indocta, inalterable,/ pétrea cabeza de puente abierto/ hacia lo que es tangible/ por no sentido previamente”.

El segundo tema replique montre es el valor decisivo de la experiencia. En Tomlinson hay una cierta “desnudez” de la mirada, abiertamente despojada de las adherencias de la certeza ideológica o la protección de un acervo cultural concebido como interpretación acabada. Es significativo que, en su inveterado interés por la pintura, el poeta escribiera una “Meditación sobre John Constable”, el pintor que se decidió a mirar la Naturaleza con sus propios ojos. En éste, como en el punto anterior, hay una raigambre en la tradición autóctona tanto como una afinidad con poetas ajenos a ella. Por ejemplo, uno de los nombres que acuden a la mente de Tomlinson a la hora de decidir efectivamente qué cabe aprovechar del Romanticismo es el de Philippe Jaccottet, que a su juicio “es suizo, y por lo tanto menos abstracto, menos cartesiano; muestra que se puede ser moderno sin caer por ello en el error frecuente de utilizar un código demasiado alejado de la realidad”. Este “figurativismo controlado”, estrechamente unido a la afición de Tomlinson al dibujo y la pintura, le lleva incluso a reproducir los géneros pictóricos, a ensayarlos a modo de géneros poemáticos. Por ejemplo, “Venice”, “Interior” o “A Given Grace”.

El tercer elemento de mi lista es la sujeción al lugar, “esa tierra nutricia -en palabras de Jordi Doce- que respalde y verifique el vuelo imaginativo”: una suerte de “conversión al fantasma” del mundo interior del poeta, pero también una apertura real a la alteridad de un mundo diverso, cambiante, ajeno. Aquí, nuevamente, la incardinación de Tomlinson en la tradición inglesa es indudable. Pero en muchos casos, lo que subyace a esa indagación de los poetas ingleses en el espacio es precisamente la búsqueda de un “no-lugar”, de aquello que no cabe encontrar en el espacio: Utopía y Edén. Tomlinson alude en parte a esta búsqueda imposible en “Snapshot”, donde la experiencia de comunión con el mundo, de suspensión del tiempo, se revela inevitablemente efímera y, como advierte el poeta con gran perspicacia, inefable: el esfuerzo cotidiano del turista por retener esa experiencia y eternizarla en el carrete de su cámara fotográfica esconde la irresoluble duplicidad de vivencia y conciencia, y sólo cuando ese Edén fugitivo ha pasado podemos saber que existió “lo que quizá no hubiéramos captado/ en el fugaz instante/ en que lo vivíamos”.

La búsqueda de tradiciones y voces ajenas, que inevitablemente colocaba a Tomlinson enfrente de la actitud insular del Movement, se manifiesta sobre todo en estos encuentros con lugares -y con personas- que hablan otra lengua. No extraña, así, que su poesía alcanzase reconocimiento antes en Estados Unidos que en Gran Bretaña, y este americanismo guarda estrecha relación con el cuarto y último tema: el interés de Tomlinson por la poética de los augustos. Para un poeta del siglo XX como Tomlinson, la voluntad de forma, la abierta manifestación del artificio del poema, que ya no cabe considerar como una emanación de la subjetividad del poeta, es quizá el rasgo de esa poética augusta que primero se manifiesta ante sus ojos y que camina más estrechamente de la mano del verso silábico del heroic couplet. Lo primero queda claro en una pieza titulada significativamente “The Art of Poetry” y que trata, en efecto, el aspecto artesanal de la poesía: para escribirla es preciso caer en la cuenta de que “las proporciones/ importan. Es difícil calcularlas bien./ No tiene que haber nada/ superfluo, nada que no sea elegante/ ni nada que lo sea si sólo es eso”. En suma, creo que En la plenitud del tiempo (1955-2004) es una de las lecturas más atractivas -y, para los que sólo conozcan a Tomlinson por las antologías, más reveladoras- del panorama editorial de este otoño. Un conjunto de poemas escogidos con acierto y primorosamente traducidos por Jordi Doce, más un breve prefacio del autor, un apéndice con dos entrevistas, una exhaustiva bibliografía y un magistral estudio preliminar. Espléndido.

Gabriel Insausti










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