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M�s all� de los m�rmoles paganos

Pablo Garc�a Baena, Los campos El�seos, Pre-textos, Valencia, 2006.

Cuando uno abre un nuevo libro de poemas de un autor de venerable edad, no espera gran cosa. Y esto sin ningún significado peyorativo, sino porque ya se han dejado atrás ese conjunto de poemas que forman la antología de una vida. Si acaso, el lector está dispuesto a sumar uno o dos más a la lista. No obstante hay excepciones; sin ir más lejos, Borges, que empezó a escribir su mejor poesía bastante mayor, y hasta el último momento de su vida.

Me parece que la Poesía Completa que tengo de Pablo García Baena, publicada por Visor,rolex replica watches es de hace diez años. Fue un regalo -impagable- de José Julio Cabanillas, cuando el autor vino a Sevilla para un recital organizado por la revista Númenor, y recuerdo que a Enrique García Máiquez le sorprendió que me gustara García Baena, de tan intenso barroquismo y preciosismo expresivo. Descubrí lo que Luis Antonio de Villena llama en el prólogo “un poeta que concibe clásicamente la poesía como rapto. Como exaltación. Un poeta mago que transmuta en metal precioso cuanto toca”. Cansado de tanto prosaísmo -los del realismo sucio, o, al menos, desaseado-, me pareció deslumbrante aquello de Bajo tu sombra, Junio, salvaje parra, / ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas. Y eso que yo no sabía lo que eran “las dríadas”. Pero sonaba tan bien, como a un Whitman mediterráneo, que me dejó encantado. El verso libre -y el falso verso libre- también me interesó notablemente, como desahogo del endecasílabo. La libertad expresiva, la carnalidad de sus motivos, de su adjetivos, la orfebrería de su léxico. Y que tuviera, en apariencia, tan poco que ver conmigo, pues es muy refrescante lo que no es propio, siendo bueno.

Pero el lector dirá que este comentario es más propio de un blog, por lo personal. Para un servidor, su lectura no es más que un recordatorio de lo que me gusta su poesía, un empujón a releerla. La primera sección del libro son estampas de viajes, de ciudades, que no llevan casi a ningún sitio. Al autor le llevarán, sin duda, al recuerdo de gentes, de amigos, de amores. Pero al lector nada más que le deja entreverlo, como un secreto contado a medias. Y se queda uno con ganas de ir a más. Pero la segunda, “Cuadros de una exposición” ya es otra cosa. Nada más que el poema que inaugura la sección, “Museo”, vale un Potosí, en su sencillez. No es preciosista, ni barroco, ni decadente:

Había un vaso con lilas,
pintadas, goteantes
en aquel vaso de la Frick Collection.
No era las que compraba
mi madre, recién alba,
en el Huerto de Cobos.
Mas olían a infancia y a pupitre,
abriendo alguna puerta
a ese país secreto, amargo y dulce.

Este es uno de esos poemas que se pueden sumar a la antología personal. A partir de aquí, García Baena se dedica a eso: a entreabrir puertas, desde el marco de los cuadros. En “Virgen con un cesto de frutas” hay una intensa súplica final: Acéptalos. Acéptanos. En “Un cuadro de Antonio del Castillo”, siente el poeta dulce y triste el peso de la culpa. Es el tema de la culpa y la expiación, del mundo como sacrificio, tan propio de García Baena en toda su obra. Véanse los poemas “Ceniza” o ”Corpus Christi”, o tantos otros. (Estás llamando, Señor, a la puerta de mi frente...). Esa visión no nos la ofrece Luis Antonio de Villena en el prólogo citado, sino que sólo se fija en la sensualidad, en el rapto. Pero es verdad que un poeta sólo ve en otros poetas lo que puede ver, pues mira a través de sus lentes, de sus intereses vitales.

Y ahondando en lo religioso, un poco más adelante, entramos en la sección “Oratorio”, en que, aparte del gusto estético por conventos, monjas, y recuerdos de colegio de curas, aparece la súplica, la duda, la entrevista eternidad. Es espeluznante el poema en que, tras anotar el encuentro con un mendigo (que invoca a Cristo), termina así: Tuve miedo en la noche, por si fuera / el Cristo mismo, ebrio, quien me hablara, / y lo negué tres veces. Bastan estos versos para recordar que Pablo García Baena es un poeta eminentemente religioso, con una aguda conciencia de la necesidad del hombre, de la búsqueda de lo absoluto.

Sabemos que casi nunca es gratuita la posición de un poema en un libro, sobre todo del primero y del último. Se puede advertir una intención, si nos fijamos en que Los campos Elíseos empieza con un poema sobre tema musical, de ambiente nocturno y disoluto, (Los músicos esclavos desanudaron sus corbatas de lazo...), y termina con un tremendo poema a la Vírgen, “Arca de lágrimas”, de los que habría que antologar.  Y también es una súplica -ayúdanos, Altísima-, que agradecemos que escribiera en plural.

Jesús Beades
jesusbeades.blogspot.com










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