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Oteiza poeta

Jorge Oteiza, Poesía. Edición bilingüe, Fundación Museo Jorge Oteiza, Traducción de José Luis Padrón y Pello Zabaleta, Navarra, 2006. 830 págs.

Un nuevo libro de poemas encierra siempre una promesa para el lector. Es esa novedad cuyo perfil concreto aún no es nítido, que invita o empuja a una expectativa. Cuando me encontré con la Poesía de Jorge Oteiza me sedujo la expectativa de descubrir la relación entre su escultura y su poesía, conocer el porqué y el cómo.

Ha habido y hay una gran variedad de actitudes hacia lo verbal por parte de artistas plásticos. De entre tantas, entresaco tres: están los que se esfuerzan por explicar al público lo hecho –suele ser signo de poca convicción en la potencia de la propia obra, de excusa o, como mínimo, de justificación-; los que se esfuerzan por explicarse a sí mismos –con el público en segundo plano- no tanto lo hecho como su hacer, y levantan una poética; y los que no pueden dejar de hacer caso a esa otra musa que susurra en distinto idioma, y escriben creativamente. Este tercer tipo me interesa especialmente, y este es el tipo de Jorge Oteiza.

El ejercicio de comparatismo ha de tener su utillaje listo para rastrear contrastes, traducciones, concomitancias, divergencias, discontinuidades, y si se trata de comparar medios estéticos y semióticos diversos, el ejercitante ha de saber que no se puede rehusar a caminar sobre la cuerda floja de las intuiciones y la creatividad. Así que aquí hago un tanto de trapecista, aunque amparado por esta edición crítica (coordinada por Gabriel Insausti) donde se aúnan varias voces de expertos, que justamente aporta el esfuerzo científico interpretativo de situar al poeta y los poemas, de fijar esa banda más o menos ancha en la que es razonable moverse sin perder de vista aquello de lo que se quiere hablar.

Como punto de partida me fijo en la consideración general de ese contraste entre lo ineludible de lo temporal en la escritura, y esa presencia intemporal de lo escultórico, que parece querer entregarse de una vez por todas, donde el tiempo se deja al espectador –ser hecho de temporalidad- para que vaya conociendo la obra, pero que parece haber sido exorcizado de ésta. El poema empieza en un sitio, no puede dejar de ejercer su rudimentaria pedagogía, ¿pero dónde empieza la escultura? ¿qué tipo de relación se establece, entonces, en Oteiza? De entrada no hay en él un ejercicio de creación simultánea que podría haber dado lugar a traducciones y experimentaciones entre los dos lenguajes: cuando a través del ejercicio de esculpir se supo escultor, también supo que un ciclo había terminado, y que era el momento de crear a través de la poesía. Pero tampoco fue un tardío advenedizo a lo verbal: la lectura de sus poemas revela unas lecturas de décadas, extremadamente conscientes de la tradición lírica, especialmente del tramo del siglo XX, de las vanguardias hispanoamericanas y europeas, de lo peninsular y de la literatura vasca. Están allí intertextualmente como referencias explícitas, pero también hechos sintaxis escueta, recurrencias, prosaísmos, truncamientos y yuxtaposiciones, contrastes de registros de tono, sentenciosidades, meditaciones, con lo onírico, con la aspereza, con los neologismos, la visión y la rigidez del profeta –como ha señalado Insausti-, con la visceralidad y el exabrupto de la iconoclastia y la denuncia.

Y al mismo tiempo que toda esta presencia de medios que otorgan un pedigrí poético, se puede hablar de un denominador, de unas marcas de estilo comunes que se hacen presentes al pasar de la contemplación de la escultura a la lectura de los versos: lo visual ordena el discurrir de los poemas, y vemos bloques y espacios, disposiciones que juegan a fijar –como una dimensión superpuesta- una materia en primera instancia fluyente; el mismo asombro de la creación sobre la nada, del juego de combinaciones binarias y ternarias que agrupa sustantivos, que omite verbos y construye los tabiques estáticos que pueden ser un refugio, una casa que fue de bronce y ahora de papel, más esencializada, fácil y feliz, un recinto que se quiere sagrado para el hombre desde una perspectiva muy particular de la trascendencia y lo divino...

En fin, llega a los límites de la reseña este tanteo forzosamente resumido de la experiencia particular de leer la poesía de Oteiza desde la expectativa que crea el Oteiza escultor: una experiencia estética que se desarrolla en el contraste de lo diferente y de la que  surge finalmente un perfil humano y complejo, en estos tiempos tan poco dados al misterio y al matiz.

José Manuel Mora-Fandos
leerymirar.blogspot.com










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