Masticar la realidad en su cotidianeidad hasta licuarla, hasta que en sus constituyentes más elementales se nutra la propia alma.
La lectura de Szymborska perfora la existencia que fluye a la vez que nutre situando. O mejor: nutre porque sitúa. Cada poema es una pregunta que se resuelve en un ahondamiento hasta transformarse en un anhelo que se prolonga a lo lejos, más allá y a lo hondo sin llegar a habitar las claridades que a veces vislumbran. ¡Siempre más allá! Por eso cada poema es un símbolo. Símbolo de qué o hacia qué. ¿Del más allá? ¿Hacia el anhelo mismo?- En cualquier caso la respuesta solo puede traslucirse, nunca explicitarse.
Todo, cualquier realidad, es ocasión para preguntar. Pero algo es seguro: es en el alma que se contiene la respuesta. Tal vez sea ella misma -el alma- la pregunta y la respuesta. Y el tiempo, siempre el tiempo, es la forma misma del alma en que ella se revela. Cada jirón de esa iluminación es el instante. Y es justo ahí, en cada brizna de tiempo donde lo real acude y se enseñorea del poema que poema que refulge en pregunta ¡y en silencio! El silencio anuda la pregunta y el instante; y se desahoga en un anhelo distinto cada vez pero de alguna manera siempre el mismo.
La existencia enmarca el poema y este desentraña sus elementos pero el telón de fondo -me temo- es la soledad. Soledad a veces desmayada, otras pujante pero siempre insalvada a pesar de los intentos. -Amor ¿es algo más que una palabra? -¿algo más que un sentir hecho palabra? [1]
Excelente el epílogo de los traductores acerca de la traducción del libro y de la tarea del traductor en general.
Ernesto Fernández