De este poeta se ha afirmado que tiene el don de la emoción. Quizás las palabras emoción, pasión o sinceridad poética estén hoy devaluadas, ya que pueden suponer falta de técnica: éste, desde luego, no es el caso. De cualquier manera yo prefiero que hablen de emoción a que te lancen al estómago esta temida frase: sí, tiene mucho oficio.
Oficio y emoción tienen sus peligros, y un poeta debe quedarse haciendo equilibrios verbales para no caer en alguno de los dos precipicios. Ángel Mendoza lo hace, combinando la construcción del poema y la sonoridad del verso con un tono de felicidad-intimidad teñida de pudor que nos invita a seguir leyendo.
Hablando de poemas bien construidos, quiero comenzar esta reseña con "Nightmare", hacia la mitad del libro, que responde a una pregunta que todos nos hemos hecho, que todos hemos soñado: ¿qué hubiera sido de mi vida si no...? El autor relata la pesadilla en pasado, un pasado muy cercano que casi te acorrala.
Era de nuevo octubre del noventa (...)
Y se siguen las negaciones: no te sentaste a mi lado, no hablaste conmigo, no te invité a tomar una copa... El poema se va volviendo simpático y terrible. Simpático, porque describe con simpatía los primeros lances de un noviazgo; terrible, porque con la misma sencillez nos lleva al final del poema y nos hace ver cómo nuestras acciones más cotidianas repercuten en el tiempo y en la historia, nuestra historia.
Y una mañana no naciste tú,
y yo no te escribía jamás este poema.
Todo el poemario está impregnado de ese tú, un vocativo pequeño, ya que hace referencia a una niña pequeña. Si la inspiración poética es un rapto divino y un furor, este libro parece haber sido concebido en pleno furor de padre primerizo. Lo cual me conmueve, porque tanto se ha manoseado la figura de la madre y su sentimiento de maternidad, que resulta refrescante leer a un padre poeta. Y porque ese furor paterno da mucho juego, poéticamente hablando. Como sucede en "Inventario", un auténtico inventario de los juguetes de la hija, que se van nombrando como si esos nombres fueran frontera a un país de cuento, palabras mágicas para conjurar los malos sueños.
La lámpara rosa con forma de oveja,
el oso que ríe.
(...)
Mi voz en los cuentos que apagan las cosas
que duermen contigo.
Pero es que, además de la sólida construcción de los poemas, he citado la sonoridad del verso, y en este caso debo añadir: del verso alejandrino. Me ha sorprendido la aparente sencillez con que Mendoza maneja este verso, sin caer en la monotonía rítmica que le es tan propia. En otros metros falla algunas (pocas) veces, sin embargo la maestría de los alejandrinos hace que el conjunto resulte muy armonioso.
Horario de invierno está estructurado en tres partes: Tregua, Manual e Historia antigua. En las tres está presente la hija, quizás un poco menos en la última. Quería fijarme en la parte central que es, efectivamente, como un manual de consejos para el futuro, un “cursillo de primeros auxilios” en educación. Y entre todos destaca "Cuídate", que es el ejercicio poético sobre el tema del mal más lúcido que yo haya leído.
Debajo del temblor de cada lluvia limpia
habrá oculto un cretino envenenando el agua.
(...)
Cada mil corazones una piedra sin aire,
y entre todas las luces un traidor que se apaga.
En la última parte, Historia antigua, desaparece un poco la imagen de la hija y aparecen otros personajes, padres, abuelos, poetas famosos etc..., y da un poco la sensación de que el poeta ha abierto un libro de historia familiar y está leyendo capítulos sueltos a la niña. De todo esto sacamos los lectores luz, una visión ligera luxury replica watches shop y chispeante de todo lo que rodea al poeta y a su mundo más cotidiano.
Rocío Arana