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La prueba del ocho

Adam Zagajewski, Poemas escogidos, Pre-Textos, (Traducción del polaco por Elzbieta Bortkiewicz. Selección y prólogo de Martín López-Vega), Valencia, 2005.

Poemas EscogidosEn un espacio de dos años hemos asistido a la presentación de este poeta polaco en el panorama cultural español. Un libro de género memorialístico, En la belleza ajena (Pre-Textos, 2003), otro de ensayos, En defensa del fervor (El acantilado, 2005) y dos poemarios, Tierra de fuego (El acantilado, 2004) y Poemas escogidos (Pre-Textos, 2005), son las urgentes traducciones que indican una apuesta editorial y estética. ¿Se equivocan?

Podemos decir que es en Poemas escogidos donde se realiza la “prueba del ocho”. El elegante, lúcido y delicado prosista de En la belleza ajena y En defensa del fervor, remite en sus apreciaciones, principalmente, al propio faenar lírico, al ámbito primigenio y de primera legitimidad. De ahí la conveniencia de ofrecer al público hispano una mostración del mérito poético a través de una recopilación sensible y sensata, comprehensiva, que proporcione el fundamento de lo hasta ahora dicho. Esta tarea conlleva la del prodigio de traducir, y al ser la lengua polaca en aspectos importantes radicalmente ajena a solapamientos con la española, se teje inevitablemente una trama de pactos y advertencias de lectura entre autor, traductor y lector, marcada por la alta exigencia del valor de los poemas originales.

Me parece que este trabajo de presentación permite apreciar dignamente la voz equilibrada de Zagajewski: escuchamos una dicción meditativa, absorta y asombrada en momentos precisos, pero no dada a la efusión o la catarata irracionalista. Se puede decir que ha asimilado selectivamente algunos recursos de la mejor tradición discursiva, algunos aspectos del monólogo dramático, o el tacto para la breve especulación metafísica. Sin ser poemas de gran extensión, se adivina algo de la sombra del Eliot que justificaba la calidad de poema largo por la corrección y valor de sus partes menos “poéticas”. Y a todo se suma un elemento de confidencialidad con el lector que eleva la temperatura comunicativa: hacer caminar un poema sobre estas líneas sin que se caiga, ya es todo un logro. 

Sin embargo, el poeta ha sido visto a menudo en la tradición romántica, como mínimo al menos por la focalización en el sujeto, la sospecha hacia la poesía social y la tensión entre el individuo y la comunidad. Léase “Humo”, donde el ‘nosotros’ es invitación al lector, “Vaporetto” o “La prosa del mundo”, donde construye un tú especular de sí mismo para poderse decir en voz alta y “justificar” mejor la presencia de un público de terceros, oyentes: poemas donde el punto de ignición fue una emoción, que es atesorada como certeza del yo, y no lo fue, en cambio, los lejanos avatares y conmociones de la nación.

La memoria, la nostalgia, la conciencia de pérdida comparecen recurrentemente, como en “Una vista de Cracovia”, ciudad respetada por la guerra que retiene el mundo antiguo de tradiciones y la vida exenta de los horrores y urgencias del siglo XX; o en ese manifiesto sentimental más aquilatado que es “Viaje a Lvov”, donde se actualiza el tema del lugar eterno de la inocencia, el lugar que ha alcanzado una naturaleza inmaterial, y ya es un atributo del alma y una condición de la existencia personal con la que trascender fronteras.

Con todo –y haciendo más interesante el equilibrio-, es al mismo tiempo un poeta de referencias, culturalista sin exhibicionismos, donde la referencia se autojustifica como hebra imprescindible del poema: por “Autorretrato” desfilan Bach, Shostakovich, París, una imagen de viudas españolas, Antonio Machado... en su papel de indicadores de experiencias concretas, pero también de tradiciones culturales que habita Zagajewski como hombre y como escritor.

Poeta también del fulgor del momento, del instante disputado con las armas de verso para fijar esa claridad que invadió irresistiblemente la experiencia. Una estética que entronca con la tradición clásica de la “claritas” y la luz como características de la belleza, con el romanticismo de la percepción lúcida y la urgencia por asir lo inasible, y aún con la concisión del haiku: “Alaba al mundo herido / y la pluma gris perdida por un mirlo / y la luz delicada que vaga y desaparece / y regresa” (“Intenta alabar al mundo herido”).

Bienvenido sea Zagajewski, e iniciativas editoriales como las que lo amparan en nuestra cultura.  

 José Manuel Mora Fandos










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