Estoy de acuerdo con la impresión que recientemente ha tenido Joaquín Moreno Pedrosa sobre la poesía del chileno Ibáñez Langlois: dice que es como si Chesterton hubiera escrito poesía contemporánea en castellano. Lo cual lo decíamos ambos –bueno, lo repetíamos, porque lo dijo José Julio Cabanillas antes- de Joaquín Antonio Peñalosa, el mexicano que nos descubrió d’Ors y la revista Nadie Parecía.
Chestertoniano por la visión cósmica nacida del matrimonio entre la Fe y la razón,Replica Watches siendo la Fe una llave que abre todas las puertas. Por su respeto, veneración al misterio sagrado del corazón del hombre, y por el alto rango concedido a la Poesía. Y por lo más llamativo, un humor inteligente, que más bien llamaría una inteligencia capaz de reir, lo que se manifiesta continuamente en un tono zumbón, a veces –muchas veces- con cierta mordedura de ironía.
Hasta ahora, muchos sólo conocíamos a Ibáñez Langlois por el Libro de la Pasión, que es una narración en verso libre de los sucesos del prendimiento, tortura, muerte y resurrección de Jesucristo. Nos deslumbraron aquellos monólogos dramáticos como ese
Ah nadie diga que no amé a Jesús
y quién no hubiera amado esos ojos que parecían la eternidad mirando
estremecedor porque es Judas el que habla. O aquel de Pilato:
La verdad qué es la verdad
quién me ha visto y quién me ve
forzado a hacer metafísica y teología
cuando la sola poesía me produce vértigo
Precisamente, una de las grandes virtudes de este volumen de los Cuadernos de Poesía Númenor es que contiene el Libro de la Pasión completo. La segunda virtud es la selección de poemas de libros difícilmente encontrables en España, en especial Poemas dogmaticos y Futurologías, libros que tanta influencia –técnica, temática, filosófica- tuvieron en la obra de Miguel d’Ors, es decir, de toda una generación (o más) de buena poesía española, la que continúa el legado del autor de Hacia otra luz más pura. El uso del culturalismo no exhibicionista sino irónico, la mezcla extrema de registros –del habla coloquial al tecnicismo filológico-, la inclusión de palabras o versos en otros idiomas, los anacronismos como efecto poético, el logro de hacer que la cuidadísima técnica no se note, son una aportación más que notable al panorama poético de las nuevas generaciones españolas. Y el tratamiento de la poesía religiosa, que no es arcaizante sino incluso vanguardista, con recursos provenientes de todos los géneros literarios (como el monólogo dramático), que deja muy lejos la mojigatería y el tono pregonero de Semana Santa, y que logran emocionar a lectores no creyentes, o indiferentes (teniendo en cuenta que todo creyente es a veces unas de las dos cosas). En definitiva, todos estos aspectos significan la suma de una tradición que recopila la antigüedad clásica, el medievo, la modernidad y los vanguardismos, no sólo literaria sino filosófica, teológica e histórica, en una sola e insustituible voz personal. Es lo que José Julio Cabanillas señala como diferencia entre un poeta menor y un poeta mayor, poniendo como ejemplo a Dante. Lo que lo hace perdurar a través de los tiempos. El poeta menor –ojo, no el mal poeta- sencillamente tiene el vuelo más corto. El poeta mayor incluye ese vuelo y va más allá, puede ver a muchísima distancia de dónde viene y hacia dónde va, y por estar tan alto bajo el sol, todos podemos verlo a él. Todo esto sin olvidar que ese acrisolamiento de una cultura en una voz personal se produce en el fuego del lenguaje, en el acto concreto de la unión de palabras, que presupone una maestría técnica, digamos “de oficio”, que Ibáñez Langlois domina como nadie. Así, el título de la antología es polisémico, pues se refiere a la profesión de la poesía y a la vida sacerdotal. Pues este poeta chileno es también –entre muchas otras cosas, no tan llamativas- sacerdote católico, y además del Opus Dei.
Audemars Piguet Replica Lo de su pertenencia a esta institución religiosa no nos atañe mucho como lectores, aunque García-Máiquez en su prólogo opine lo contrario. La visión humanística y cristiana de Ibáñez Langlois es universal, propia de la Fe y la Tradición, y a la vez es –como hemos dicho- la suya singularísima. Por supuesto, es omnipresente la llamada universal a la santidad, que proclamó el Concilio Ecuménico Vaticano II, y que no es –como sugiere el prólogo- propia de ninguna figura del santoral, sino del Evangelio. Lectores que no simpaticen con José María Escrivá pueden gustar de la poesía que hay en este libro, sin notar discrepancias ni estridencias, pues la Poesía es superior a las ideologías y va más allá del Credo, pues no atiende a la Fe y la Esperanza (salvo de modo procesal), sino a la delectación, a la fruición del gozo en la Hermosura, objeto del Amor. Es decir, su objeto es consustancial a lo que empieza cuando acaba el Credo. Atañe a las cosas celestes, y en la Jerusalén celestial no hay templos.
De la continua presencia de lo sacerdotal en esta poesía hemos de destacar la tensión, que no sólo se nota sino que expresa el poeta, entre sus varias vocaciones, sobre todo entre la sacerdotal y la poética. Termina su poema “Palabras”:
Que Dios me deje ciego
si alguna vez me olvido de su Iglesia
por escribir palabras.
También es llamativo que uno de los más emocionantes poemas sobre el “tema conyugal” lo haya escrito este autor célibe. Los versos siguientes, entresacados de ese poema-fragmento de Futurologías, no obstante son referibles al amor, o al Amor, más allá de lo nupcial, y en ellos brilla la profundidad metafísica del autor, su visión unitaria de poesía, filosofía, teología y acción:
(...) te quiero significa
qué bueno que tú existas como tú
qué alegría tu sola realidad
sólo tú eres tú en el universo
qué sería del ser sin tu existencia
me comprometo a que existas siempre más (...)
Para terminar, nos referiremos a la predilección de Ibáñez Langlois por la figura del Rey David, pues, como apuntó García-Máiquez en la presentación del libro, aúna las vocaciones enfrentadas-armonizadas del autor, que –nos parece- se resumen muy bien en un verso del Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, cuando el protagonista se describe a sí mismo: "poeta, espadachín, músico, pensador”.
Dice Ibáñez Langlois:
(…) era amigo de Dios
cuyo rostro veía pasar todas las noches
al fondo de los salmos, debajo de las hembras,
entre el arpa y la espada, entre las guerras.
Este libro, que debemos al aventurero profesor Fidel Villegas, es por otro lado un puente más entre España e Hispanoamérica, puente que necesitamos para airear (en este caso, con el viento del Espíritu) la poesía española.
Jesús Beades